Manuel Calderón recuerda al MIL: Puig Antich y un policía olvidado
Puig Antich no era un visionario, ni héroe ni un benefactor, era un asesino o por lo menos un homicida que se ganó a pulso su horrendo destino
20 enero, 2024 18:39A Manuel Calderón la editorial Tusquets le ha dado el premio Comillas de biografías por un texto de próxima aparición, Hasta el último aliento, que lleva como subtítulo Puig Antich, un policía olvidado y una guerrilla contracultural en Barcelona, donde explica las vidas enfrentadas y paralelas entre Salvador Puig Antich, que mató a un policía y unos meses después murió ejecutado en el garrote vil, y su víctima, el joven inspector Francisco Anguas.
Conociendo a Calderón y su obra, estoy seguro de que el libro es sólido, está bien escrito y merece el premio, por el que me alegro personalmente. Y estoy seguro de que será ecuánime e inteligente en el juicio sobre aquellos hechos traumáticos, ecuánime e inteligente, digo, y no un progre maniqueo y tontorrón al uso, de los que ponen a Puig Antich como víctima y a Anguas como verdugo matado por sus propios compañeros, todos ellos policías franquistas.
La noticia me ha hecho recordar algunas cosas sobre este caso, y releyendo mis diarios he encontrado el día del año 2016 en que por casualidad asistí en Nou Barris a la inauguración de un “mirador Puig Antich”, hecho revelador del nivel intelectual y de los escasos conocimientos sobre la historia reciente de la entonces alcaldesa de Barcelona. Reproduzco a continuación unos párrafos del texto que, para consumo interno, redacté sobre Puig Antich, mientras espero con mucho interés leer el libro de Calderón.
“He subido a Nou Barris para ver la ciudad y más allá el mar hasta el horizonte borroso en la calima, convencido de que encontraría desierto el nuevo mirador, pero muy al contrario allí había inesperadamente un montón de gente: un nutrido séquito de funcionarios claramente consistoriales, serían lo menos veinte, y había también cinco o seis “asesores” políticos de la nueva ola, vestidos con ostentosa informalidad, uno iba incluso calzado con chanclas como un mendigo egipcio, y además había fotógrafos de prensa tomando fotos, y periodistas tomando notas, y cámaras de televisión, y un par de vecinos del barrio, dos ancianos despistados, y en el centro de esa multitud en la que solo faltaba “el loco avestruz” de la canción de sisa, la joven alcaldesa, que había venido a inaugurar un monumento a Salvador Puig Antich".
“De repente todo el pelotón se ha callado, y Joan Isaac, que estaba allí con su guitarra, se ha puesto a cantar una canción lacrimógena, tan sentimental que al cuarto o quinto verso toda la gente parecía ya embargada por la emoción. Cantaba Margalida, la canción sobre la novia de Puig Antich, y la alcaldesa, de pie ante él, escuchaba atentamente y en un momento dado ha empezado a secarse discretamente con el meñique alguna que otra furtiva lágrima, pero luego ya dejaba que fluyese el llanto discreto por sus dignos, impávidos mofletes. Sonaban los disparadores de las cámaras, que no perdían detalle… ¡La alcaldesa llora!"
“Ahora bien, ella nació el mismo año en que Puig Antich fue ejecutado, en 1974, de manera que aquellos versos y melodía sentimental no podían despertar en su memoria ningún recuerdo, ninguna tristeza “auténtica” de reconocimiento de la experiencia vivida en el arte que la recrea, sino todo lo más una pena elaborada, inducida por un relato ideológico de aquel sacrificio humano; claro que también sería injusto decir que aquellas lágrimas eran hipócritas. No, el motivo era impostado, y la emoción provocada, pero sincera, como en el poema de Machado sobre los niños que en el crepúsculo, mientras juegan en corro, cantan una canción triste, 'la historia, confusa/ y clara la pena'".
“Algunos me saludaban con un alzamiento de cejas y otros me miraban de reojo con recelo, yo quería irme pero al mismo tiempo sentía malsana curiosidad por saber hasta dónde llegaba la comedia. Porque en mi caso la pasión y muerte de Salvador Puig Antich no es una historia en absoluto confusa sino que muy al contrario la viví desde una relativa cercanía como un trauma generacional y casi personal que recuerdo como si fuera ayer".
¿inocente?
“Puig Antich militó en el Movimiento Ibérico de Liberación, MIL: más que un partido clandestino una banda de una decena de chicos antifranquistas exasperados que en las interminables postrimerías del franquismo consiguieron algunas armas y se dedicaban a atracar bancos –“expropiarlos”, decían ellos--, pistola en mano, con el objetivo de financiar la revolución. Dieron algunos golpes ruidosos pero también cometieron errores pueriles, como dejarse olvidada una bolsa con armas y documentación en el bar de las Atracciones Topolino de la plaza Gala Placidia, y muy pronto la policía fue echándoles el lazo, uno a uno. El 25 de septiembre de 1973 dos inspectores y el joven subinspector Francisco Anguas del grupo Antiatracos de la Brigada de Investigación Criminal detuvieron en la calle Gerona a Salvador Puig Antich y a su camarada Xavier Garriga; éste se rindió de inmediato pero Puig se resistía, y los policías les metieron en el interior de una portería para reducirle, registrarle y ponerle las esposas fuera de la mirada de los transeúntes".
“En el oscuro vestíbulo se produjo un forcejeo. Anguas requisó una pistola y un cuchillo, pero no podía imaginar, era muy joven, que Puig llevaba otra arma con la que le mató de tres balazos, y a su vez recibió dos tiros de uno de los inspectores, uno de ellos en la cara".
“Acodado en la barra de madera del bar del Centro, Jean-Marc Rouillan, militante del MIL, observó a través de la puerta ventana el apresamiento de sus camaradas. Dejó pasar unos minutos, pagó su café y se fue, furtivo y disimulado, calle abajo. Se fue directamente a la Estación de Francia y tomó un tren hacia el norte. Unas horas después cruzó la frontera y siguió en Francia su vida de violencia; se enroló en sucesivas formaciones terroristas y carga con algunos muertos en su conciencia; en sus memorias, escritas en la cárcel, donde pasó veinticinco años y de donde ha salido hace poco sin manifestar ningún pesar por sus crímenes, lamenta no haber podido salvar a su camarada del garrote vil y advierte que “todo el que crea que Puig Antich era inocente se equivoca y va en contra de sus convicciones”. Pues los militantes del MIL no eran pacifistas, ni se querían considerar víctimas indefensas de un abuso policial, sino hombres de acción, revolucionarios orgullosos, y estaban resueltos a abrirse camino a tiros si trataban de detenerles. Es lo que intentó Puig Antich".
“En busca de referencias y ejemplos tutelares, los jóvenes de la extrema izquierda de hoy, cuyo indómito heroísmo hay que suponerlo pues no han tenido ocasión de demostrarlo nunca, le compadecen e idolatran, le ven como una figura romántica y reprochan a las izquierdas de entonces, especialmente al partido comunista, que entonces, en los meses en que era juzgado, condenado a muerte y ejecutado, se pusieran “de perfil” o escurrieran el bulto y no se movilizasen con más energía y verdadera convicción, que no declarasen incluso una huelga general. ¿Pero por qué habían de hacer semejante cosa el partido comunista y las demás organizaciones antifranquistas de entonces? Esta exigencia es anacrónica y tonta".
"Puig era un aventurero cuyas actividades terroristas nos resultaban profundamente antipáticas y comprometían al movimiento antifranquista clandestino, que estaba sometido además a una presión asfixiante, pues tres meses después del tiroteo en el portal de la barcelonesa calle de Gerona, ETA asesinó en Madrid al primer ministro, el almirante Luis Carrero Blanco. Consciente de lo que implicaba, y sobre todo de las consecuencias que tendría el magnicidio para él, Puig Antich le dijo a Jesús Irrure, un carcelero con el que había trabado amistad: “ETA me ha matado”. En efecto, la dictadura no podía permitirse, en aquella situación, sometida a semejante desafío, un gesto de clemencia con el asesino de un policía, conmutándole la pena de muerte por la cadena perpetua. Aún así se elevaron muchas voces de protesta porque la pena de muerte resultaba escandalosa en media Europa, y también en España".
“Quiso la casualidad que yo llegase a conocer personalmente –deforma muy superficial-- a dos miembros del MIL. A veces visitaba a un amigo que vivía al lado de mi casa, y en la suya me encontraba, tumbado perezosamente en el sofá de la sala, haciendo la siesta al sol de la tarde, que entraba como una bendición por los ventanales que daban al interior de manzana típico del Ensanche, a un sujeto con perilla, gafas, más bien tripudo, que era Xavier Garriga, conocido en la banda con el alias de “el Secretario”. Era indolente, divertido, recuerdo que me parecía muy inteligente y como si estuviera de vuelta de todo, desinteresado de cuanto no fuese haraganear al sol como un animalote antediluviano, el corpachón en el sofá girando perezosamente sobre si mismo para volver la espalda al tempestuoso, relampagueante pasado, que había sido cancelado por la amnistía general. Yo ignoraba entonces su pasado de pistolero del MIL, detenido junto a Puig Antich".
“A principios de este siglo también conocí a Emili Pardiñas, alias “Pedrals” (mote que se ganó por robar un fusil ametrallador CETME en el cuartel de Pedralbes). Nada más llegar a la terraza de Mayor de Gracia donde le había citado, su aspecto desaliñado, su olor corporal y su aliento cervecero que se escapaba entre las greñas de la barba entrecana me produjeron repulsión. Resultó que de jóvenes, antes de que él se metiera en la lucha armada, Pardiñas y yo habíamos frecuentado los mismos locales de la bohemia y tuvimos que conocer a la misma gente y cruzarnos más de una y de dos veces en el Barcelona de Noche, el Karma, el Café de la Ópera, la pizzería Rivolta, el London, El Paraigües. Ahora acababa de publicar sus memorias de activista internacional, tituladas Si este año no tocamos la revolución, me aventuro con los caballos salvajes, una frase que le dijo Puig Antich, precisamente en otro bar, un poco más arriba en la misma calle, cerca de la estación de metro de Fontana, desde el que espiaban las entradas y salidas de una sucursal del Banco de Bilbao, para ver si podían atracarlo".
“El día que Puig Antich le dio el título de lo que décadas después serían sus memorias, Pardiñas estaba alicaído, sentía flaquear su fe y le preguntó si estaba convencido de que algún día llegarían a vivir la Revolución, y Puig, que el verano anterior había estado en Suiza trabajando como guardabosques en una reserva de caballos salvajes y le había encantado, le respondió, muy convencido:
'--Pedrals, si este año no tocamos la revolución me voy con los caballos salvajes'. Pocas semanas después cayó en la emboscada policial en la que mató a Anguas".
“En su libro cuenta que se enteró de esa muerte estando en la cárcel, y la sintió 'con cierto regodeo', 'como un pequeño agujero donde escupir', porque unos días antes el desdichado subinspector le había detenido a él, en otro portal. 'Cayó muerto por persistir en su prepotente pose'".
“El estilo es el hombre. Ya se ve la calidad humana de aquel despojo. Pardiñas me dijo que a la hora de escribir había 'mejorado' la frase de Puig Antich sustituyendo el 'me voy' por 'me aventuro', pues así el título le parecía más literario, más poético, más sugestivo. Me abstuve de opinar sobre esta manipulación que tan bien define su falta de escrúpulos y la cursilería de esos aventureros que se echan a la acción porque no tienen ni idea de escribir".
Las lágrimas de Colau
“En fin. Estaba muy orgulloso de sus años de militancia en el MIL y de la vida vagabunda que luego había llevado por varios países desestabilizados, de revolución en revolución, enredando cuanto podía allí donde le dejasen. Yo iba encargando cervezas y soportando su tufo, y él las bebía y me contaba sus andanzas por Nicaragua y Cuba, y haciendo balance de su vida se reafirmaba en sus convicciones revolucionarias juveniles, no se arrepentía ni lamentaba nada, ni los muertos ni los heridos ni las prisiones, todo quedaba a beneficio de inventario, gajes del oficio, y si milagrosamente se presentase la oportunidad lo repetiría todo tal cual".
'--¡En mi vida me lo he pasado fenomenal! ¡He disfrutado cada momento!' – Y luego me preguntó si podía prestarle unos euros".
“Es una pena que mataran a Puig Antich, cuando, en vez de matar a un joven inspector, hubiera podido sentir el éxtasis de los caballos en libertad, hubiera podido oír retumbar su majestuoso galope por los grandes bosques de Suiza en vez del estampido de los disparos, y sentir el viento de las cumbres en vez del frío de la cárcel Modelo, y morir después de una vida cumplida y no en el garrote vil a los 26 años. Pero a los que entonces nos preocupó su desdicha y nos angustió su muerte y recordamos algunos de los horribles detalles de todo el asunto no se nos hubiera ocurrido que mereciese darle su nombre a una plaza. Ni mucho menos un monumento. Un mirador. Qué disparate. No era un visionario ni héroe ni un benefactor. Era un asesino o por lo menos un homicida que se ganó a pulso su horrendo destino. Los esforzados intentos de instrumentalizar su historia con películas y libros, hagiografías y memoriales, y convertirlo en una inocente víctima y protomártir de la causa de la Libertad, son tan grotescos como el llanto de la alcaldesa".
“Viéndola llorar, a ella que de todo esto sólo puede saber por referencias, ganas me daban de echarme a reír, o de gritarle: “¡Séquese los mofletes! No se conmueva tanto que este muerto no es suyo! ¡Si acaso el muerto es mío, y yo tengo los ojos perfectamente secos!”
“Para Francisco Anguas, asesinado en la flor de la edad en una portería del Ensanche, no hay lágrimas. No hay una placa en Gerona, 70. No hay películas ni libros que le recuerden ni miradores que lleven su nombre".
“Vaya y pase, pero que la alcaldesa se permita el lujo de llorar como llora la gente sentimental en el cine o leyendo una novela... Encantada de su propia sensibilidad, recreándose libre y gozosamente en su enamoramiento de sí misma y en su compasión. Sus lágrimas representan la interiorización de un relato político pervertido, metamorfoseado en emoción, en poetizado sentimiento. Emoción teatral, juego de sentimientos kitsch, lágrimas filisteas, artificiosamente provocadas, en beneficio de la propaganda, que no merecen los versos de Pessoa que he recordado al verlas: “Así en la vida se mete, / distrayendo a la razón, / y gira, el tren de juguete / que se llama corazón”.