Los pequeños monstruos de Midwich
La miniserie 'The Midwich cuckoos', basada en la novela de John Wyndham, presenta unos críos rubios y guapos, aunque un tanto inquietantes
19 enero, 2024 17:30El escritor inglés John Wyndham (Birmingham, 1903 – Londres, 1969) publicó en 1957 una novela, The Midwich cuckoos (Los cuclillos de Midwich), que no tardó mucho en captar la atención de la industria audiovisual, dando lugar a una primera adaptación cinematográfica en 1960 (El pueblo de los malditos, seguida poco después de una secuela tirando a innecesaria, Los hijos de los malditos) y a una segunda, dirigida por John Carpenter, en 1995 (última interpretación de Christopher Reeve antes de quedarse paralítico). Ahora llega una nueva adaptación en forma de miniserie de televisión (siete episodios) que introduce algunos cambios en la historia original (la más célebre novela de Wyndham junto a El día de los trífidos, publicada en 1951): la protagonista es una psicóloga y no un científico, Keeley Hawes (presencia habitual en la televisión británica a la que pudimos ver no hace mucho en la estupenda miniserie de Jed Mercurio Bodyguard) y los malditos niños ya no son todos rubios y de piel clara, casi translúcida, que eran en el libro y en las anteriores adaptaciones audiovisuales: siguen siendo raritos, pero menos difíciles de identificar, componiendo un repelente colectivo multirracial cuyos miembros crecen más rápido de lo habitual, se comunican telepáticamente entre ellos, se las apañan para eliminar a sujetos hostiles (humanos o animales) sin que se note mucho y, en definitiva, parecen albergar muy malas intenciones hacia sus mayores (incluidos sus supuestos padres).
¿Por qué son tan malos los condenados? Pues porque no son exactamente humanos. Un buen día, en el imaginario villorrio de Midwich se produce un extraño fenómeno: se enrarece la atmósfera, se producen apagones, se estropean radios y televisores y un profundo sopor se apodera de sus habitantes, que van cayendo como moscas en sus casas, en la calle, en el coche o donde estuvieran en aquel momento. La policía hace acto de presencia, pero el fenómeno, inexplicable, no parece tener continuidad. Eso sí: todas las mujeres en edad fértil de Midwich se han quedado milagrosamente embarazadas, dando a luz nueve meses después a un notable contingente de niños producto de una supuesta xenogénesis (es decir, que las mujeres han sido impregnadas por extraterrestres).
A Wyndham, superviviente de la Segunda Guerra Mundial que participó en el desembarco de Normandía, le gustaba ambientar sus historias apocalípticas en entornos rurales aparentemente apacibles (hizo lo mismo con El día de los trífidos, que para mí es su mejor libro): el apocalipsis podía estar a la vuelta de la esquina y tener lugar en un escenario de lo más agradable y recoleto. The Midwich cuckoos pertenece a esa clase de ciencia ficción que da por sentado que los alienígenas siempre albergan muy malas intenciones, y exhibe un plus de crueldad al no mostrar a éstos como unas criaturas repugnantes (al estilo de Alien o, paródicamente, Mars attacks), sino como unos críos rubios y guapos, aunque un pelín inquietantes. Es más fácil cargarse a un monstruo del espacio que a un niño que, además, es fruto de tus entrañas (aunque haya salido a papá, del que no sabemos nada porque nunca llegamos a verle, ni a él ni a sus compañeros de planeta). De ahí que los escrúpulos morales formen parte fundamental de El pueblo de los malditos (la serie, en Sky Showtime, ha heredado el título español de las adaptaciones cinematográficas). O, como diría Narciso Ibáñez Serrador, ¿Pero quien puede matar a un niño?
O nosotros o ellos
Respetando la historia general y el tono ominoso de las películas, el guionista David Farr ha fabricado una pesadilla fantástica con cierto aire de culebrón, rebajando un tanto el tono apocalíptico habitual, lo cual está bien y mal a la vez: por un lado, se toma su tiempo para desarrollar la trama y añadirle sus propias morcillas y, por otro, no puede evitar a menudo un ritmo un tanto moroso que no le acaba de convenir a una historia que, en el fondo, aborda una amenaza extraterrestre. Como de costumbre en las producciones británicas, el elenco funciona a la perfección y todo es de una pulcritud admirable. Pero la reticencia del guionista al grand guignol y a los golpes de efecto, intentando explicar una vieja historia de una manera nueva, no contribuye precisamente a darle un tono trepidante a la propuesta, que se queda en una (¿innecesaria?) versión de una historia que se había explicado mejor antes y en menos tiempo. Humanizar a unos pequeños monstruos del espacio exterior puede ser una muestra de admirable sensibilidad bonista (más la adecuación a una Inglaterra mestiza con sus negros y sus indios, que han sustituido a los pequeños arios siniestros del original), pero tal vez no es lo mejor para una historia que, para bien o para mal, siempre se basó en la típica disyuntiva “O nosotros o ellos”.
Que es lo que debía pensar el señor Wyndham cuando andaba a tiros con los alemanes en las playas de Normandía.