La escritora Patricia Highsmith / WIKIPEDIA

La escritora Patricia Highsmith / WIKIPEDIA

Letras

'Escena del crimen', de Patricia Highsmith

'Letra Global' ofrece, junto a 'Granta en español', el texto de Highsmith sobre el personaje Tom Ripley, "un joven de veinticinco años"

27 octubre, 2023 22:26

Letra Global, tras un acuerdo con la prestigiosa revista Granta en español, publicada por Vegueta, presenta una selección de los mejores textos, una muestra de la literatura contemporánea, con los mejores creadores. Granta en español, que dirige la editora Valerie Miles, ha logrado una gran repercusión gracias a la atención y al mimo de escritores de todos los continentes, con números de una enorme calidad, que han tenido eco en Letra Global, como el que se centró en la literatura de Perú.

Granta en Español, es émula de la revista británica Granta, y se publicó por primera vez en mayo de 2003 por iniciativa de los editores Valerie Miles y Aurelio Major, motivados por la necesidad de interpelar y trasvasar las literaturas que han ido surgiendo en países hispanoparlantes y angloparlantes en los lustros recientes.

En Letra Global hemos destacado sus recientes números, como el titulado Poéticas del lenguaje, centrado en la música de las lenguas, las palabras vivas que cobran significados distintos, con la ayuda de los traductores. Se trata de un número sextilingue que demuestra la enorme riqueza lingüística en España.

El texto seleccionado es de Patricia Highsmith, La escena del crimen, que se publicó en el número 17 de Granta en español: Agua, en la primavera 2016. La traducción es de Lucas Aznar Miles.

La escena del crimen

En mi primer libro sobre él, Tom Ripley es un joven de veinticinco años, inquieto y desempleado en Nueva York que vive temporalmente en el piso de un amigo. Se quedó huérfano a temprana edad y fue criado por una tía más bien tacaña en Boston. Tiene algún talento para las matemáticas y la imitación, y ambas habilidades le permiten establecer un juego en el que asusta a los contribuyentes estadounidenses por correo y por teléfono: les pide un «pago adicional» a una oficina de la Hacienda Pública cuya sucursal, dice, está en dirección determinada: es el domicilio del amigo con el que se queda. Ripley recoge las cartas cuando llegan, aunque no puede hacer nada con los cheques más que soltar una risilla de rara satisfacción.

Cuando Ripley se ve seguido por un individuo de mediana edad una tarde en las calles de Manhattan, cree de inmediato que se trata de un agente de la policía, o podría serlo, enviado a detenerle por su juego fraudulento. El perseguidor resulta ser padre de un conocido que Ripley no recuerda al principio: Dickie Greenleaf, el cual vive entonces en Europa, según afirma el padre.

Herbert Greenleaf invita a Tom a cenar la noche siguiente y ahí conoce a la madre de Dickie y distingue las cosas buenas de la vida: finos muebles, cubertería de plata, orden y buena educación. Dichas cosas son, se da cuenta Tom no por vez primera, a las que aspira. Además, los Greenleaf ofrecen pagar sus gastos de ida y vuelta a Italia. Tom accede a viajar.

Es el primero de Tom a Europa. Llega al pequeño pueblo de Dickie Greenleaf y lo busca. Cuanto más tiempo permanece con Dickie más envidia los modestos pero regulares ingresos de un fondo fiduciario estadounidense, envidia su independencia y lo que a Tom le parece su educación a la manera de los europeos. Pero cuando Dickie descubre a Tom poniéndose su ropa, Dickie enfurece y está a punto de pedir a Tom que se marche de la casa. Pero al cabo van juntos a San Remo y Tom mata a Dickie mientras están solos en una barca a motor algo alejados de la costa. Tom hunde el cuerpo con piedras y barrena la barca del mismo modo. El día siguiente Tom vuelve a la villa de Dickie, donde empieza a inventar historias sobre la desaparición de Dickie.

La escritora Patricia Highsmith / EDITORIAL ANAGRAMA

La escritora Patricia Highsmith / EDITORIAL ANAGRAMA

Tom es interrogado, pero nunca se le acusa del asesinato de Dickie. Es el único asesinato del que Tom se arrepiente y del que está avergonzado, porque siente haberlo hecho desde el egoísmo, la codicia, la envidia y la ira. Durante un tiempo suplanta la identidad de Dickie, coge su pasaporte y lo usa, escribe un testamento en su favor y firma en nombre de Dickie. El padre, Herbert Greenleaf, se lo traga todo. Tom Ripley va encaminado, independiente y decidido a escalar, a mejorarse a sí mismo, según su criterio.

Recuerdo el lugar donde nació Ripley, en el sentido de ser una imagen sin antecedente en mi memoria. Es en Positano, durante mi primer viaje allí en 1951, a finales de verano o principios de otoño. Estaba en un hotel con un amiga, y nuestra habitación o habitaciones daban a un balcón que daba a la playa y al mar. La costa del lugar es un recodo acogedor con pequeñas barcas pesqueras amarradas o ancladas. Aunque la playa es pedregosa y desagradable a los pies. Una mañana a eso de las seis me desperté y salí a la terraza. Todo estaba tranquilo, los acantilados se alzaban altos detrás de mí y fuera de mi campo visual, pero perceptibles a mi derecha e izquierda. No había ni un alma en el entorno, nada se movía salvo una o dos gaviotas, entonces me di cuenta que un joven en bermudas y sandalias con una toalla sobre el hombro, caminaba por la playa de derecha a izquierda. Con la mirada baja —quién no se fijaría con las rocas y las piedras. Sólo podía ver que su cabello era largo y más bien oscuro. Tenía una aire pensativo, quizá de inquietud. ¿Y por qué estaba solo? No parecía un deportista que se diera un baño frío solo a una hora tan temprana. ¿Se había enfadado con alguien? ¿Qué le pasaba por la cabeza? Nunca lo volví a ver. Ni siquiera escribí algo sobre él en mi cahier. ¿Qué habría podido decir? Parecía uno entre mil otros turistas estadounidenses en Europa aquel verano. Tenía la sensación de que era estadounidense.

Meses más tarde recordé la escena en la playa. Había escrito cuentos y unos artículos desde entonces, sin duda. Estaba familiarizándome más con Europa y cómo vive la gente en Francia, Alemania e Italia. Era mi segundo viaje a Europa, iba a durar dos años y cuarto e incluyó Trieste y Múnich. Empecé a ver menos la atracción hacia Europa, y más la posibilidad de una afinidad con ella, tan profunda e importante que quizá no quisiera o necesitara hablar de ella con amigos o familiares. Me vino una idea, la de un joven vagabundo estadounidense enviado a Europa a traer a otro estadounidense de vuelta, si fuera posible. Debí haberme dado cuenta entonces de que la idea se parecía a la de Los embajadores de Henry James. Pero el mío se iba a desviar mucho del tema de James.

Y en aquel entonces, al concebir el primer libro de Ripley, al escribir las primeras páginas, no estoy segura de que la imagen de la playa de Positano con aquella figura solitaria me pasara por la cabeza. La imagen no estaba sobre el papel, nunca la utilicé en una escena de Positano (le di otro nombre al pueblo). Era como una imagen borrosa pero indeleble en mi cabeza, casi olvidada, hasta que transcurridos unos años los periodistas me preguntaron, «¿de dónde proviene la idea de Ripley?» y mientras escudriñaba mi mente para responder, intentaba recordar exactamente dónde, volvió aquella figura en la playa, y describí su apariencia; como la había visto desde unos doscientos metros o más. «¿Conoció siquiera a ese joven?» era la siguiente pregunta. No, y no estoy segura de haberle vuelto a ver jamás en un bar o restaurante de Positano. Me quedé unos cuantos días más durante aquel primer viaje, pero no se me ocurrió buscar a ese estadounidense que había visto tan temprano aquella mañana. ¿De qué me habría valido verle? Los detalles habrían podido incluso estropearlo todo. En todo caso, cuando hubiera tenido la oportunidad de volver a dar con ese hombre de nuevo, es decir, cuando estaba en el sur de Italia, no había concebido la idea del primer libro de Ripley.

Puedo imaginar dos razones para las cuales los delincuentes vuelvan a la escena de su crimen: para verificar si han dejado pruebas incriminatorias, o para volver a sentir el placer o la emoción que les había causado su acción. Tal vez. Una tercera razón, supongo que creíble en algunos casos, es para ser descubierto, acusado y capturado. Los anales del crimen están llenos de ejemplos de regresos, y los asesinos reconocen a menudo el deseo de volver y permanecer en la escena, sencillamente para ser detenidos y recibir atención.

El trecho de la playa de Positano, que no ha cambiado mucho salvo que ahora quizá acoja otras tantas barcas y personas, no me fascina esopecialmente. Ripley no nació allí en realidad, para mí fue sólo una imagen, y precisé de otro elemento para darle vida: la imaginación, que llegó muchos meses más tarde.

Traducción del inglés de Lucas Aznar.