España, hacia un país de lectores
La lectura, lastrada por el histórico retraso educativo, ha crecido lentamente en los últimos años. La pandemia produjo un inesperado regreso a los libros que animó a toda la industria del sector
1 marzo, 2023 19:15España es un país de lectores. O va camino de serlo. Al menos, los españoles leen ahora más que nunca. Las estadísticas oficiales sostienen que, en la actualidad, el 67,9% de la población acostumbra a asomarse a los libros en su vida cotidiana, ya sea en el hogar, ya sea en el trabajo. También indican que, a día de hoy, uno de cada tres confiesa que nunca o casi nunca tiene un volumen entre sus manos. La falta de tiempo libre es el principal motivo que señalan los que excluyen de forma radical esta actividad de sus alternativas de ocio. Entre los no lectores, uno de cada cuatro admite una falta de interés total por los libros. En conclusión: son muchos los que no leen y no piensan hacerlo. Con todo, los estudios más recientes arrojan cifras alentadoras, al percibirse un lento pero progresivo aumento del ejercicio lector entre los españoles.
La Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España 2021-2022, que elabora el Ministerio de Cultura, señala que el 61,7% de la población lee al menos un libro al año, aclarando que el 55,8% lo hace, además, en su tiempo libre. Por su parte, el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2021, promovido por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), sitúa en un 64,4% el porcentaje de españoles que incluyen la lectura entre sus actividades de ocio, destacando que el 52,7% lo hace semanal o mensualmente.
A la luz de esos informes se deduce que el hábito lector está marcado por el sexo, la renta y el nivel educativo. De entrada, las mujeres leen, por lo general, más que los hombres, aunque más relevancia tienen los parámetros de la formación y el estatus económico. Así, las comunidades autónomas con mejores registros tienen más titulados universitarios y más habitantes con altos ingresos. Encabeza el ránking la Comunidad de Madrid, con el 73,5% de lectores frecuentes, seguida del País Vasco (68,2%), Navarra (68,1%) y Cataluña (68%). Con estas características, podría decirse que el perfil medio del lector español es mujer, de clase media o media-alta y con estudios superiores.
Más sombras aparecen cuando los índices españoles se someten al escrutinio internacional. Según el Eurobarómetro sobre consumo y participación cultural (2013), el 60% de los españoles había leído un libro en el último año, ocho puntos por debajo de la media europea, pero muy lejos del 90% de los suecos o el 82% de los daneses. En cambio, sólo la mitad de los griegos se habían sentado a leer un libro en los doce meses previos. Con todo, España salía bien parada en cuanto a la participación cultural, que incluía la asistencia al cine, el teatro y los museos o la elección de programas culturales en radio o televisión.
En el ámbito continental, muchos países han hecho diagnóstico de su afición lectora como instrumento para dirigir la acción pública. El Centre National du Livre daba a conocer en su encuesta de 2021 que el 81% de los franceses se declaraba lector, con una caída de siete puntos con respecto a la anterior edición. Sobre ese descenso, la hipótesis de la institución del Ministerio de Cultura galo es que la ansiedad originada por la pandemia hizo que los ciudadanos perdieran la concentración para sentarse ante un libro.Ttodo lo contrario al caso español, donde la crisis sirvió para que los ciudadanos se animasen a leer.
Resulta interesante escudriñar no tanto si se lee o no sino cómo se lee. Es decir, elegir un parámetro de calidad, y no de cantidad: el número de lectores frecuentes, por ejemplo. Y ahí, en las dos últimas décadas en España, el porcentaje ha crecido de forma constante. En 2000, sólo el 36% de los españoles leían libros diaria o semanalmente. Diez años después, en 2010, alcanzaba el 43,7%, llegando a un máximo histórico del 57% durante el confinamiento. Esa práctica está, por el momento, fijada en el 52,7%, lograda a lo largo de 2020 y 2021, cuando la oferta de ocio ya se había normalizado tras el relajamiento o el cese de las restricciones por la pandemia.
Este incremento firme, pero sin saltos significativos, indica que las pautas generales de los hábitos culturales sufren cambios relevantes sólo en periodos amplios. En un ámbito tan sensible como la alfabetización –tan vinculada, por lógica, al surgimiento de la afición por la lectura–, su expansión al conjunto de la sociedad española recorre todo el siglo XX, con notable retraso con respecto a los países de su entorno. Si la tasa de analfabetismo alcanzaba el 65% de la población en 1887, sólo era del 6% en 1981 gracias a la implantación de la educación obligatoria y la enseñanza de adultos. En la actualidad, un 98,4% de los españoles saben leer y escribir.
Esa tozuda realidad pone en entredicho la vinculación de los incrementos en los índices de lectura a la ejecución de políticas puntuales, y sí a iniciativas de largo aliento basadas en los fundamentos propios de una sociedad lectora. Es decir, volcando el sistema educativo hacia los saberes humanistas y reforzando la red de bibliotecas (en España hay 6.608, es decir, 14 por cada 100.000 habitantes), sin dejar atrás aspectos menos estratégicos pero con un valor complementario –por ejemplo, el fortalecimiento del sector del libro, desde los autores y las editoriales a los canales de venta–, en lugar de acciones esporádicas con una visibilidad inmediata. Tanto es así que acontecimientos como las ferias de libros, los encuentros con los autores, los clubes y las lecturas públicas cubren, sobre todo, las necesidades de las personas que ya acostumbran a leer. Parece claro que participar en actividades de lectura fuera del entorno de aprendizaje formal es crucial para el desarrollo de buenos lectores, si bien el campo de juego más importante está en el hogar, con la familia.
Los estudios indican que los niños cuyos padres leen libros con ellos, les cuentan cuentos, les enseñan las palabras, tienen mejor nivel de lectura que aquellos niños con los que nadie realiza ese tipo de actividades en casa. De una forma u otra, la Administración General del Estado, a través del Ministerio de Cultura, ha basado su tarea de promoción de la lectura en los planes de fomento. A lo largo de este siglo se han aprobado cuatro: Leer te da más (2001-2004), Si tú lees, ell@s leen (2005), Leer da vidas extra (2017-2020) y, actualmente en vigor, Lectura infinita (2021-2024). En este último caso, sus propuestas van dirigidas a “aprovechar los nuevos canales de comunicación y las oportunidades de creación de comunidad que brinda el nuevo entorno digital y cultural, por ejemplo las redes sociales, para conseguir que la lectura se convierta en un hábito social real”.
Según recoge la literatura oficial, se ha procurado establecer un hilo común entre las cuatro estrategias, aunque todas vienen a ser una compilación de buenas intenciones: desde la visibilización de los espacios culturales y educativos, fundamentalmente bibliotecas y centros escolares, a la concienciación de la familia como principal ámbito para su impulso y el refuerzo del sector profesional que trabaja en torno al libro. Así, el plan actual “persigue incrementar los índices de lectura y contribuir a resituar el hecho lector más allá de un instrumento de ocio, reconociendo la lectura como vehículo fundamental para la salud, el aprendizaje, la cohesión social y la economía digital”. Sorprende la ausencia de evaluación de los citados planes, pese a la obligación legal de hacerlo, tal como dicta la Ley 10/2007, de 22 de junio, de la Lectura, del Libro y de las Bibliotecas. De la última de las estrategias ya cerradas, Leer da vidas extra, se desconoce el impacto, pese a que los criterios de valoración poco o nada tenían que ver con los hábitos lectores y sí con el número de medidas, las entidades implicadas y el presupuesto.
Curiosamente, tenía, entre sus propuestas, el establecimiento de una hora de lectura diaria en los centros educativos de Ceuta y Melilla, las únicas dentro del mapa autonómico con las competencias aún centralizadas. Parece evidente que cualquier iniciativa centrada en la promoción de la lectura se juega su éxito o su fracaso en el impacto entre los primeros lectores, niños y adolescentes. Claro que es posible extender la práctica entre los adultos, pero hacerlo en la infancia y la adolescencia garantiza que muchos de esos nuevos lectores lo sean a largo plazo. Llama la atención, en este sentido, la nula participación de las autoridades educativas en estos planes de fomento cuando tienen en su mano una de las herramientas más contundentes para su difusión: la práctica de la lectura en las aulas y las horas de Lengua y Literatura en todas las etapas y modalidades de la enseñanza obligatoria (Primaria, Secundaria…).
Sobre este mismo asunto, el informe Jóvenes y lectura. Estudio cualitativo y propuestas (Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2022) ha advertido del riesgo real de que los adolescentes estén construyendo, a día de hoy, una percepción pobre y anticuada sobre el papel de la actividad lectora en sus vidas. De este modo, vinculan el tiempo dedicado a los libros a las obligaciones escolares y, en todo caso, suelen despacharlo como un ejercicio que relaja pero que genera aislamiento. Además, el estudio constata que las referencias a lo que se ha sido leído o se está leyendo está perdiendo presencia en las conversaciones en los hogares y entre los amigos. Conviene seguir con atención el desarrollo de este fenómeno, dado que esa previsible marejada puede ser la señal de un tsunami de terribles consecuencias para el mundo del libro.
Si el público más lector –según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2021, el tramo de edad en España que aglutina más lectores es el comprendido entre los 14 y los 24 años: el 74,8% de los jóvenes lee en su tiempo libre– dimite de la práctica a una edad temprana, parece complicado reclutarlos de nuevo a medida que se incorporen al mercado laboral o vayan asumiendo responsabilidades familiares. Es reseñable cómo, por ejemplo, a la hora de diseñar el Bono Cultural Joven –la nueva ayuda directa de 400 euros que el Ministerio de Cultura y Deportes otorga a quienes cumplen 18 años para acceder a actividades culturales– se ha tenido que limitar los gastos máximos por ámbitos para evitar la supremacía del consumo digital. La normativa ha fijado que el desembolso para las artes en vivo y el patrimonio sea de un máximo de 200 euros; para los productos online, hasta 100 euros, y, finalmente, los otros 100 se deben destinar a la adquisición de soportes físicos, entre los que se incluyen libros, revistas, prensa y resto de publicaciones periódicas.
Es un ejemplo más de la dura pugna que se está produciendo por conquistar las alternativas de tiempo libre de los adolescentes y, en consecuencia, por acaparar el amplio negocio que generan: la facturación del libro infantil y juvenil superó los 423 millones de euros anuales en el mercado español, sólo por detrás de los libros educativos y la ficción para adultos. Así, en los últimos años, las fórmulas digitales parecen ganar terreno en esa competición porque ofrecen un tipo de ocio basado en la interacción y la socialización, así como por contenidos de breve duración y escasa exigencia cognitiva (a diferencia del esfuerzo exigido por la lectura). La irrupción de los soportes digitales ha venido a dinamitar el sosiego y la concentración que requiere el acto tradicional de la lectura, que se ha convertido en una acción alternativa o contracultural.
Si las páginas de los libros logran la hazaña de mantenernos absortos durante horas, pero hoy parece improbable que los teléfonos móviles o las tabletas puedan repetirla. Los dispositivos de lectura online empujan al usuario a tomar decisiones constantemente: ¿hago clic en el enlace? ¿Abro el vídeo? ¿Recomiendo el libro en Facebook? Un nuevo correo electrónico, ¿lo leo ahora o luego? ¿Y si echo un vistazo a Twitter o YouTube? ¿Qué será lo nuevo en Instagram o TikTok? Hacia esa dirección apunta, por ejemplo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en el informe Skills Outlook 2021: learning for life. Dicho estudio remarca que España es el país de la Unión Europea en el que menos avanza la comprensión lectora entre los 15 y los 27 años.
Se apuntan como causas que llevan a los adolescentes a estancarse en su habilidad para entender los textos el abandono escolar temprano –la tasa de jóvenes españoles que no estudian más allá de las etapas obligatorias es de un 17% frente al 10% de la media europea–, al número de los que ni estudian ni trabajan y a la poca formación que ofrecen las empresas. A la espera del impacto procedente desde el ámbito de la educación formal, el alza del índice de lectura en España se ha convertido en un estímulo para las editoriales. Según el informe Comercio Interior del Libro 2021, la industria vive una época dorada tras lograr el mayor incremento en facturación de lo que llevamos de siglo: una subida del 5,6% en las ventas con respecto a 2020, con un negocio global de 2.576,70 millones. Se trata del mejor registro de la última década, pero alejado de los resultados previos al estallido de la crisis de 2008. Entre 2006 y 2009, los sellos editoriales españoles superaron los 3.000 millones de facturación al año.
Ese incremento se explica porque el número de ejemplares vendidos en 2021 aumentó el 5,9%, hasta los 174,10 millones. Del desglose de los datos, sobresale que lideró esa subida el libro infantil y juvenil que, con un 17,8% por encima del año anterior, alcanzó los 432,24 millones, seguido por la ficción para adultos (8,2%), con unas ventas de 548,90 millones. Los libros de no ficción incrementaron sus ventas un 7,7%, hasta los 770,92 millones. Por su parte, los cómics, tebeos y novelas gráficas crecieron en un 6,7% con respecto de 2020. En cambio, bajaron los libros de texto, con una caída del 3,8% en las ventas, pendientes de que se hagan realidad los cambios que introduce la nueva ley educativa. La edición digital supuso, en 2021, el 5,2% de la facturación total, llegando a los 134,79 millones de euros en ventas, un aumento del 6,8% con respecto al año anterior.
El número de títulos editados también se incrementó ligeramente (+1,2%), con un total de 24.176 títulos, lo que supone seguir incrementando la oferta de títulos digitales, que se situó en los 186.887 títulos. Ha jugado a su favor el auge del comercio electrónico, la mejora de los soportes y la homologación a los productos en papel con la reducción impositiva del IVA, del 21% al 4%. En cambio, la piratería ha dejado en el aire el sueño de los editores que creyeron que sus títulos estarían disponibles en cualquier momento en todas partes. Como consecuencia del aumento de las marcas lectoras y de la venta de ejemplares, las editoriales han pagado un total de 217,7 millones de euros en concepto de derechos de autor. Es el mejor registro cuantificado desde, al menos, 2008, cuando la industria logró la mayor facturación en el mercado interior del libro: 3.185 millones de euros.
Aquel año, a las autoras y autores les llegaron 200,1 millones de euros, es decir, un 6,3% de los beneficios. En 2021, casi un 8% del total recaudado por la industria del libro fue para los creadores y creadoras, el eslabón más débil, dado que por cada libro que se vende el autor recibe, en el mejor de los casos, el 10% del precio de venta al público. Es reseñable el auge de los audiolibros, que han saltado de una circulación restringida –por ejemplo, al servicio de las personas con problemas visuales– a convertirse en una opción más para los españoles a la hora de disfrutar de su tiempo libre. En 2021, el 5,2% de la población afirmó escuchar audiolibros, un incremento significativo respecto a 2020, cuando el porcentaje era del 3,1%. En estos momentos existen plataformas de suscripción como Podimo, Storytel, Audible, Spotify y Sonora que están produciendo audiolibros o adaptando novelas y luchando entre ellas por lograr el mejor posicionamiento en el mercado. Una fórmula para aquellos que todavía no leen y no piensan hacerlo jamás.