La herencia de Octavio Paz / DANIEL ROSELL

La herencia de Octavio Paz / DANIEL ROSELL

Poesía

Octavio Paz, los versos de la inteligencia

El escritor mexicano, desaparecido hace 25 años, cultivó la traducción y escribió una poesía muy personal que creció hasta alcanzar una hondura y complejidad inusual en la tradición hispánica

28 febrero, 2023 19:30

Octavio Paz (1914-1998) está a la altura de Alfonso Reyes, su único paisano con el que pueda comparársele, aunque él no llegara a licenciarse nunca en sus estudios de Derecho. Pero su obra publicada, casi tan extensa como la del polígrafo de Monterrey, aventaja con creces a la de este en el terreno de la poesía. Paz comienza escribiendo una poesía, si brillante y pulquérrima, relativamente convencional en el uso de metros y de temas. Pero esta fue adquiriendo hondura y complejidad, convirtiendo los fogonazos de los primeros años en iluminación constante (y deslumbrante) algo después.

Hacer un balance conciso de ella es temerario: pero cabe decir que en su seno confluyen grandes poemas con toques memorialísticos (pienso en el impresionante 'Nocturno de san Ildefonso', en el estremecedor 'Pasado en claro' y en 'Piedra de sol', que contiene un poco de todo y no como cajón de sastre sino como logro casi infinito) al lado de composiciones que van más a la vanguardia, que él conoció como pocos (de hecho, llegó a tratar a Breton durante su estancia en París durante los años cuarenta, terminada la Segunda Guerra Mundial).

Homenot: Octavio Paz /FARRUQO

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En la estela inevitable de Ramón López Velarde y de un neorromanticismo en parte asumido por la generación de Contemporáneos se abre una etapa de aprendizaje comenzada con Luna silvestre (1933) y Raíz del hombre (1936) que el propio Paz desgajó de su Poesía reunida y que no obstante conservó en un volumen de Primeras Letras, periodo que se caracteriza por lo convencional aún, tanto en los aspectos formales como por cierta palabrería política alentada por la Guerra Civil española, experimentada in situ por el poeta en 1937. Esta etapa que dura hasta principios de la década de los cuarenta desemboca en otra de plenitud y que tiene como paréntesis experimental Salamandra (1958-1961), Blanco (1966) y Topoemas (1968), además de la aportación de aires orientales en Ladera Este, que no solo incluye su estancia como embajador en la India, sino también otra anterior, más breve, como diplomático en Japón.

Fue muy fecunda la presencia de Oriente en Paz, y a partir de aquí se filtrará en poemas y traducciones, homenajes y hasta un singular libro entero que parece un sueño, El mono gramático. Extenso poema en prosa sobre un conjunto de templos en las afueras de Jaipur, convive en las páginas de la Obra poética con elementos tan dispares como las breves narraciones en prosa poética de ¿Águila o sol? (1949-1950) o la obra de teatro La hija de Rapaccini (1956), inspirada en Nathaniel Hawthorne, quien a su vez se basó en Thomas Browne y en un clásico sánscrito que, transformado en leyenda, fue vertido por Richard Burton. Aún desde 1969, después de renunciar a su puesto diplomático en Delhi, y hasta 1998, año de su muerte, su poesía crece y tiene momentos altísimos.

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Y en este tercio final de su carrera no deja de conjugar la vanguardia con la tradición: experimenta en Renga (1971) a partir de una antigua forma japonesa de composición colectiva, o dialoga profusamente con las artes plásticas en poemas destinados a catálogos o que interaccionan con obras de su mujer Marie José (Figuras y figuraciones, 1991-1994). El verso clásico de dicción intachablemente garcilasiana se alterna con otro en escalera o en zigzag, siguiendo el uso de, por ejemplo, William Carlos Williams, poeta al que vertió. En Vuelta (1969-1975), en el que abunda esta disposición, también hay textos dispuestos de forma más extravagante: '3 anotaciones/rotaciones'. 

Toma el testigo Pasado en claro (1974), un único poema de alta intensidad, y Árbol adentro (1976-1988), donde la variedad temática y formal abarca también el comercio fecundo con los artistas; véase a este respecto la sección 'Visto y dicho', con poemas dedicados a Miró, Duchamp, Balthus, Tàpies, Monet y otros. Hacer depender un poema, obra autónoma, de otra exterior entraña sus riesgos, y aunque uno de los objetos tridimensionales de su esposa le inspira el enigmático 'Aquí', casi un sueño que se expresa en un suspiro, no están estas composiciones entre lo mejor de su obra, que se dilata hasta prácticamente el momento de su muerte. En todos sus libros, con independencia del tipo de poema que haga, el lector se encuentra con alfileretazos que jalonan las tiradas extensas de versos o son dueños absolutos del fragmento o poema breve.

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Desde el comienzo hasta el final, el tema amoroso es eje cardinal de su poesía, y una selección de sus momentos más iluminados bien podría convertirse en una guía del poder de eros, sobre el que indagó también en sus páginas ensayísticas. Paz reordenó su poesía, como el resto de sus textos, de cara a la edición de sus Obras completas, que tuvieron tres encarnaciones, y siempre en muchos tomos: de un lado, en la editorial estatal mexicana Fondo de Cultura Económica; de otro, las sendas que han circulado en España, en Círculo de Lectores y en Galaxia Gutenberg. El criterio cronológico no es siempre el que prevalece, integrados los poemas en grandes grupos a menudo escritos de manera simultánea y posteriormente reunidos por afinidades.

¿Cuál ha sido la influencia de Paz en los poetas posteriores? Quienes nacieron después de su muerte lo consideran en general una antigualla contra la que se han rebelado cuando no, más indiferentemente, le han vuelto la espalda. Ello por motivaciones políticas pero también porque el verso cuidado de Paz y su tono reflexivo cruzado por iluminaciones no tiene acomodo en la poesía urgente que hoy predomina, poco atenta a lo formal y más pendiente de la acuciante realidad inmediata, la violencia, la enloquecedora vida de México. Por otro lado, Paz estuvo siempre atento al sexo y hoy lo que se abre paso es el género y lo woke. La trascendencia no es algo que parece que interese mucho a la generación más reciente.

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Poetas que sí lo han seguido allá o aquí son el mexicano Alberto Ruy Sánchez o el español Andrés Sánchez Robayna. Ambos lo conocieron y trataron. Naturalmente, en México su huella se puede advertir en muchos de los nacidos a partir de los años cuarenta, de Francisco Hernández a Homero Aridjis, y el escrutinio rebasaría la extensión de estas líneas. La atracción por India, transmutada en poesía, ha sido similar a la de Elsa Cross. También Gimferrer debe mucho a Paz, a quien editó y con quien mantuvo una continuada correspondencia. Cabe pensar que en el movimiento pendular de las tendencias, una nueva generación de poetas mexicanos y ojalá también españoles abrace sus libros como manantial de ejemplo poético, de inspiración.

Como Reyes, además, Paz cultivó la traducción poética. El conjunto de lo que hizo en este campo lo agrupó bajo el título Versiones y diversiones. Bien está el título por lo que ya declara: Paz no las llama traducciones sino versiones. Y si se comparan estas con los originales que las suscitan se verá que en numerosos puntos el mexicano se permite libertades que, sin traicionar el original, un traductor aséptico no se habría permitido. ¿Pero existe acaso un traductor así? Mas aún, ¿cómo puede haber asepsia en la traducción de poesía, cuando quien la realiza tiene que tomar tantas decisiones para trasladar no solo el sentido sino también la percepción del ritmo y todo lo relacionado con los sonidos?

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El caso es que Paz, porque él puede (cabría decir, un poco chulescamente), se toma muchas libertades que sin caer en prolijidades analíticas podríamos afirmar que proceden del deseo de hacer nuevos poemas a partir de aquello de lo que se apropia. Al hacer, por ejemplo, sus versiones de dos cumbres de la poesía amorosa de John Donne, aquí y allá se aparta levemente, pero estas licencias que se permite se hacen más evidentes en la segunda de esas cimas, 'El aniversario', donde los espléndidos endecasílabos blancos pacianos hacen homogéneo el verso de Donne, polimétrico.

Como es lógico, al ceñir el contenido a un verso más corto, el autor de Versiones y diversiones poda y ajusta, cosa ya necesaria cuando se pasa de un pentámetro a un endecasílabo, no digamos al llevar a este un verso de doce sílabas inglesas, que es como embutir un corpachón en una prenda varias tallas por debajo de la suya. El resultado en esta instancia es superior a cualquiera de las otras traducciones del poema, a costa de sacrificar esa irregularidad métrica de Donne, decíamos, quien iba dejando atrás la versificación estricta, un tanto rígida, de casi todos sus contemporáneos. Traducir bien es aclimatar, y Paz lo hace a la perfección cuando hace que dos versos de Andrew Marvell de 'A su esquiva amante' converjan en uno que tiene sabor a Quevedo, coetáneo en parte del inglés: “polvo serás, cenizas mi deseo”.

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Aparte de las versiones que recopiló, Octavio Paz también tradujo las partes del poema colectivo Renga (1971) escritas por Chales Tomlinson, Edoardo Sanguinetti y Jacques Roubaud. En las palabras preliminares a ese experimento escribió: “Los poetas de lengua inglesa, en particular Eliot y Pound, han mostrado que la traducción es una operación indistinguible de la creación poética”. En esa línea experimental compuso al alimón con Tomlinson Hijos del aire en 1989, donde alterna con las de su amigo estrofas en inglés en una serie de sonetos, además de traducir las de aquel. Dedicó al fenómeno de la traducción de poesía el ensayo 'Literatura y literalidad' de El signo y el garabato, “y muchos años a su práctica”, según él mismo.

A menudo las versiones que produjo son un afluente de estudios y artículos que escribió sobre los autores originales, y diversos puentes van desde esos ensayos a los poemas recogidos en Versiones y diversiones, cuya primera edición es de 1974. Este volumen, luego acrecentado, se compone de un primer bloque de poesía francesa, y ya desde el comienzo se advierte una tendencia que se extiende al conjunto de la práctica traductora del mexicano: no sabemos si lo hará el traidor con el que se asimila proverbialmente al traductor, pero muchas veces este, como el asesino, regresa al lugar del crimen. Quiero decir que Paz ofrece en ocasiones más de una versión de un poema dado, como ocurre con el célebre soneto 'El desdichado' de Nerval (y otros suyos) o con algunos haikus de Basho, por ejemplo. Como si fuera un músico, el poeta traductor trata de afinar –aún más– su instrumento.

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Los autores de lengua inglesa son igualmente numerosos. Además, tradujo del catalán a Pere Gimferrer, y a otros autores europeos sirviéndose de traducciones al inglés o de colaboradores que le proporcionaban el tenor literal de los poemas. Un libro exento fue Antología (luego Poemas) de Fernando Pessoa, donde en 1962 reunió una muestra de los tres heterónimos principales del portugués (el filosofal Alberto Caeiro, el clasicista Ricardo Reis y el sanguíneo Álvaro de Campos) además del ortónimo que los prohijó, Pessoa mismo (sin duda, el menos interesante de los cuatro).

Llama la atención que se detuviera a hacer versiones de cuatro poetas suecos cuando los hay de tantas procedencias en los que no reparó (al menos, hasta el punto de intentar traducciones de ellos). ¿Estaba Paz tratando de allanar su camino al Premio Nobel? Pero el caso es que este le fue concedido en 1990, que el libro en colaboración con Pierre Zekeli es de 1963 y que, de esos cuatro poetas suecos, tres habían muerto para entonces: Harry Martinson (1904-1978), Gunnar Ekelöf (1907-1968) y Erik Lindegren (1910-1968). Artur Lundkvist (1906-1991), miembro de la Academia sueca e integrante del comité que concede el Nobel, sí debió de pesar en la decisión del galardón tan preciado, toda vez que Lundkvist, que ya tenía relaciones de amistad con él, había traducido al mexicano con la ayuda por Marina Torres, esposa de Francisco J. Uriz, principal traductor a su vez de la poesía nórdica al español.

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Al referirse a sus versiones de poesía sánscrita clásica, Paz reveló que lo había hecho tanto por gratitud como por divertimento, añadiendo: “Comunicar el placer que hemos experimentado al leer ciertos poemas es también, en sí mismo, otro placer”. Aquí hay algunas piezas prodigiosas (entre ellas, 'Retórica') que, naturalmente, el mexicano hizo a partir de traducciones al inglés (como ha hecho más recientemente entre nosotros de manera igualmente admirable Jesús Aguado). No trata de engañar a nadie: “Mis traducciones son traducciones de traducciones y no tienen valor filológico. Quise que tuviesen, por lo menos, algún valor literario y aun poético”.

En un poema breve Paz modifica sustancialmente un verso, borrando de este un nombre propio y haciendo con ello que la fama que se pregona se convierta en la universal transitoriedad que a todos persigue. Él lo explica así: “Fui infiel, lo confieso, al texto y al autor; al mismo tiempo, fui fiel al pensamiento y a la tradición indias, en sus dos ramas, la brahmánica y la budista, que ven en la impermanencia el defecto cardinal del hombre y de todos los entes”. 

Paz menciona un poema del alejandrino Páladas dedicado a Hipatia, la mártir del paganismo asesinada por unos monjes cristianos facinerosos que tras vejarla del modo más horrible la descuartizaron. Y se atreve a hacer una “adaptación”, así la llama allí,  en una nota a pie de página de Sor Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe. El resultados son cuatro bellos endecasílabos. En la nota correspondiente a uno de sus propios poemas, “Constelación de Virgo” (Árbol adentro) afirma que aquella adaptación ha sido el origen de un texto nuevo, “más que una traducción y menos que una composición original” y, cerrando la nota, bastantes renglones después, apostilla: “Mi versión, debo repetirlo, no es una traducción sino, en el sentido musical de la palabra, una pequeña variación”.

Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz

¿Cuál es mejor, la adaptación semiescondida en una nota de su libro sobre sor Juana, o el poema que firma como propio en Árbol adentro? En la otra nota que proporciona en el segundo libro ofrece una “versión literal” del poema, que originalmente tiene cinco versos, no cuatro. Lo curioso es que es mejor la primera adaptación que la que la sigue. ¿Por qué eligió Paz esta y no aquella? Quizá la respuesta esté en que en 'Constelación de Virgo' emplea una metáfora que igualmente incorpora a un poema propio pero que depende en última instancia de otro: Claudio Ptolomeo.

El tercer verso de 'Constelación de Virgo' es “no palabras, estrellas deletreo”; en 'Hermandad', pasmoso poema asimismo corto de Árbol adentro separado pocas páginas del dedicado a Hipatia, el mexicano escribe: “También soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea”. No deja sin nota Paz a este último poema, basado también en uno de los epigramas de la Antología palatina, y en ella incluye, de nuevo, una traducción literal. El lector reconoce la maestría  para, a partir de un pretexto, alcanzar una joya de concisión y sugerencia que uno podría quedarse embobado contemplando horas enteras, como las mismas estrellas que aparecen en sus versos.

China y Japón se reparten el resto de sus versiones. De la primera proporciona, junto a poemas propiamente dichos, apólogos y “cortos ensayos” (así los denomina). Suelen mostrar el choque entre la concepción confucionista y la taoísta (haciendo una pirueta, pienso que tal vez la primera sea asimilable al mundo político del PRI mexicano, el Partido Revolucionario Institucional y sus “intelectuales orgánicos”, y la segunda al poeta, él y otros, que contra ese “ogro filantrópico”, denominación igualmente suya, defiende la libertad, el punto de fuga y la paradoja).

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De la tradición nipona brindó versiones de tankas y haikus de los principales representantes de estas formas y, además, la primera traducción completa a cualquier lengua occidental (1957) de Sendas de Oku, diario de viaje de Matsuo Basho. Aquí trabajó en colaboración con Eikichi Hayashiya. Varias veces reeditado este libro, en la advertencia a la primera edición, Paz anotaba: “La traducción de los poemas –sacrificando la música a la comprensión– no se ajusta a la métrica tradicional del haikú pero en muchos casos se ha procurado encontrar equivalentes en español de la concentración poética del verso japonés y de sus medidas silábicas”.

En la nota a los poemas de Li Po (701-762), Paz dedica una página a la teoría y práctica de la traducción poética. ¿Es una tarea vana, se pregunta, traducir una traducción? Casi siempre lo es, responde, pero a continuación agrega que uno de los libros con los que surge la poesía moderna, Cathay de Ezra Pound (1915), incurrió en esta mutación de manera admirable. Y añade algunos casos más, entre los que se cuenta Paul Valéry, traductor no diestro en latín de las Bucólicas: “Ante un poema escrito en un lengua extraña, la afición a la poesía fácilmente se transforma en un reto y en una invitación: construir, con las palabras de nuestra lengua, un poema no idéntico sino equivalente (cito a Valéry) del original”.

Octavio Paz

Octavio Paz

Paz dice arriesgarse a componer “poemas en español”, guiado por el gusto. ¿Qué balance hace de estas tentativas? “Aunque los resultados son variables, el esfuerzo, invariablemente, ha valido la pena. Son ejercicios que afinan la sensibilidad y estimulan la mente”. No es raro que lo que haga lo defina él mismo como “un poema escrito a partir de otro poema”, “una paráfrasis del poema o, como se decía antes, una imitación” (ese, Imitations, fue el título de las versiones del poeta estadounidense Robert Lowell, que también hizo muchas).

El fenómeno del Paz traductor de poesía, de versionador de ella casi siempre “más fiel al espíritu que a la letra”, no es un fenómeno aislado en la tradición literaria de su país, México. En ese terreno, su nombre coincide con los de grandes cultivadores de esa disciplina de libertad (el oxímoron es mío, y deliberado) como Tomás Segovia, Jaime García Terrés, David Huerta o José Emilio Pacheco. Paz se quejó de que en México esa actividad estaba mal pagada. En realidad lo está en cualquier parte. Su Tung-P’o (Su Shih), uno de los poetas que vertió, dejó escrito en un verso traducido por el Nobel: “la poesía, única recompensa del poeta”.