La Europa de Mauricio Wiesenthal / DANIEL ROSELL

La Europa de Mauricio Wiesenthal / DANIEL ROSELL

Letras

Elegía de Europa en su hora crepuscular

Mauricio Wiesenthal rinde homenaje en ‘El derecho a disentir’ a la tradición cultural europea a través de unas memorias sentimentales escritas con el ‘grand style’ de las despedidas existenciales

18 noviembre, 2022 19:30

Es un lugar común creer que la tarea más compleja a la que se enfrenta un escritor consiste en imaginar el inicio de una gran obra. La historia de la literatura está llena de deslumbrantes arranques de ensayos y novelas capaces de condensar en unas milagrosas palabras la duradera huella sentimental que ciertos libros dejan en nuestras vidas. Sin restar mérito a esta epifanía sobre los comienzos –la manera de llegar a los sitios condiciona la forma en la que permanecemos en ellos, y delimita también la manera y el ánimo con el que algún día los abandonaremos– siempre hemos pensado que igual o tanto más difícil que empezar un relato, ya sea una ficción o una vulgar crónica, es acertar a la hora de concluirlo.

Nada resulta más doloroso que escribir un epílogo siendo conscientes de todo aquello que vamos a perder (sin remedio) en ese justo instante. Nada hay más trabajoso que llegar con elegancia y dignidad al temido punto y final. En el mundo real, los colofones rara vez son festivos, salvo bajo la forma de resignación ante el destino. Esta certeza es la causa esencial de que el último libro de Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) nos haya parecido una obra sabia y ejemplar. El derecho a disentir (Acantilado) es algo así como una guía para decir adiós sin ira, reconfortados por un medido sentido del realismo. Una colección de ensayos, hasta rebasar la cuarentena, escritos durante medio siglo. Hasta aquí, nada extraordinario: Wiesenthal, que se reivindica como heredero de la misma estirpe de Montaigne y Zweig, decide, antes de alcanzar su octogésimo cumpleaños, revisar a fondo su vida.

Mauricio Wiesenthal / LENA PRIETO

Mauricio Wiesenthal / LENA PRIETO

La edad, desde luego, es propicia para hacer recapitulación. El tiempo disponible se acaba y las novelas, especialmente las íntimas, deben tener un final que corresponde decidir al autor. Wiesenthal se encuentra, según su propia confesión, en ese momento de “ajustar cuentas con mi tiempo”. Nada que no le sucediera antes a otros, como Cervantes, que en el prólogo de su Persiles dejó escrita la más bella despedida vital de todos los tiempos pasados y, sin duda, venideros: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo (…) que me volviese a dar la vida”.

Wiesenthal levanta en este libro acta de sus días, pero lo hace, fiel su costumbre, a la manera de los grandes escritores: entrelazando sus memorias personales con la crónica deslumbrante de un siglo y un sinfín de lugares desaparecidos, cuyos recuerdos comienzan a fenecer antes incluso de que la existencia de su protagonista llegue a mal término. La fórmula prescribe, de partida, un homenaje a la tradición: en un momento en el que la cultura yace en el suelo, desacralizada, el autor barcelonés, un hijo del mestizaje, defiende como bastión sentimental esa aleación de tolerancia, conocimiento y educación que caracteriza a las grandes épocas.

Mauricio Wissenthal

Hacerlo sumido en plena desmemoria general, que ahora se manifiesta a través de una noción del presente que niega todo lo precedente, constituye un indudable acto de valentía. Wiesenthal reivindica su derecho a disentir –que es habitar en contra del zeitgeist de este mismo instante– como una forma de estar en el mundo, efímera pero honrada. Su libro está hecho con materiales de primera calidad y buen gusto. Con una erudición sentida, no fingida. Y tiene la extraña pretensión de enunciar una verdad sin dogmatismos, al contrario que los espejismos de la actualidad. Se trata de una pieza antimoderna que trasciende lo anecdótico. Unas memorias que, sin dejar de estar enunciadas en primera persona, cabe leer como el testimonio de una generación que se encamina hacia su crepúsculo sin excesiva soberbia. Con la sensación de que el presente ha prescindido de la sensibilidad que define lo que debe ser una vida plena, sin sustituirla por ningún equivalente.

Como es natural en el caso de un libro sobre las postrimerías –nunca se ama más la vida que cuando el tiempo nos alcanza– estas reflexiones intempestivas, descolgadas de las tendencias en boga y del actual sentimentalismo banal, se muestran teñidas de una honda nostalgia. No podríamos afirmar, sin embargo, que sea un libro agrio. El derecho a disentir invita a tener los ojos abiertos ante lo irremediable y a usar las herramientas de la cultura, el único refugio útil cuando nos acercamos –cada día más– a la encrucijada de nuestra extinción.

Wiesenthal

Wiesenthal es consciente de que está escribiendo la crónica del canto de un cisne –Europa– que no vive sus mejores momentos. Pero no idealiza gratuitamente el pasado: “Vine al mundo en un siglo terrible –el Novecento– que industrializó el asesinato en serie”. En cambio, lo explica como nadie. Describe el impulso vital que movía a sus contemporáneos, prácticamente desaparecido del paisaje cotidiano, y recapitula sobre el orto y el ocaso de su tiempo: “Sabemos que el éxito –si llegamos a alcanzarlo– no dura siempre. Y, tras haber trabajado sin descanso, los seres humanos que hemos tenido la suerte de no caer en las primeras batallas, como cayeron tantos otros, tenemos que enfrentarnos con el crepúsculo, luchando entre las ruinas, los abatimientos y los achaques que acompañan a la vejez”.

Y prosigue: “Entonces nos acordamos del comienzo, de las lágrimas que derramamos la mañana en que tuvimos que repetir en el colegio una tarea manchada por un tapón de tinta, y nos viene a la memoria el momento en que llevamos nuestro primer libro a un editor que lo rechazó. Nadie de mi generación puede olvidar los días de zozobra que vivimos buscando desesperadamente un trabajo que nos permitiese pagar la pensión donde vivíamos o mejorar el menú en el bar en el que almorzábamos. (…) Tarde o temprano recordamos los días en que la juventud se nos iba inexplicablemente, como un trámite para ser mayores. Y descubrimos que ser jóvenes es algo más puro, más generoso y más bello que buscar el éxito”.

El escritor Stefan Zweig

El escritor Stefan Zweig

Wiesenthal no llora por el tiempo perdido, en su caso vivido a través de una gloriosa sucesión de viajes, encuentros, mudanzas, idiomas y experiencias. Su endecha se dedica a levantar acta de la incapacidad del presente para identificar ese viento secreto que agita la verdadera existencia, travestida por el vigente paradigma virtual. Es una despedida, sí, pero escrita con un envidiable grand style que hace que cada página palpite sin esfuerzo, alejándose de la lacrimosa y de la letra muerta. El autor lamenta más la estrechez del sendero del adiós que el hecho de que las luces de la fiesta se apaguen. “He pasado enfermedades graves, tormentas y no pocas dificultades, siempre con la ayuda de Dios, que vuelve mi balsa a la orilla segura para que siga buscando la otra orilla donde me esperan. Pues, como el campesino ruso del cuento de ZweigEl refugiado– pienso que si hay un lago, hay otra orilla”.

Toda recapitulación vital tiene algo de testamento, aunque el legado, en vez de material, en este caso sea espiritual. Para Wiesenthal, su mejor patrimonio está formado por los infinitos viajes, los hallazgos culturales, el desciframiento de los ritos ancestrales donde cristalizaron las vivencias colectivas, el descubrimiento de sabores, olores y hábitos de países y gentes. Todo aquello que, desde la Grecia clásica hasta la Belle Epoque, hizo de Europa la encarnación misma del ideal del humanismo, a pesar de su historia, colmada de tragedias.

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Habita en su mirada un orgullo exento de soberbia. La seguridad consciente de que está fijando, acaso por última vez, un mundo en proceso de disolución. Cádiz, Venecia, Londres, Nápoles o París, las ciudades en las que durante sus distintas edades ha vivido el escritor barcelonés, continúan existiendo, pero su significado no tiene ya el mismo sonido que hace casi un siglo. Sus espacios parecen idénticos; su sentido, sin embargo, ha mudado de signo para aproximarse a ese silencio que se llama desmemoria.

Wiesenthal alterna sus vivencias con divagaciones en las cuales glosa, a partir de un lugar, un encuentro o una lectura, los mejores episodios de una Europa todavía consciente de su propio devenir, hecha gracias a la cohabitación de diferentes culturas. Un mundo previo a la posmodernidad –ese grandísimo disolvente– donde las ideas generaban adhesiones o disensiones, pero nunca pasaban desapercibidas. En su galería reúne a personajes como Goethe, Zweig, Rilke o Thomas Mann. Crea la partitura de una sinfonía cuyas notas son Weimar, Nápoles, el Danubio, Marburgo o el Duino, melodías de una suite armónica.

Orient Express, Mauricio Wiesenthal : ACANTILADO

Éste es el universo de Wiesenthal, un europeo que reivindica como patria el idioma español sin renegar de su ascendente centroeuropeo, desmintiendo así la ficción de los nacionalismos, ese “terrible y preocupante regreso de las naciones a la prehistoria”. El escritor, criado en la Baja Andalucía, eterno viajero del Orient-Express, al que dedicó un libro extraordinario, hace también una meditación moral sobre la libertad, bien preciadísimo que, paradójicamente, ha ido menguando a medida que el progreso material consumía la espiritualidad de la cultura continental. El escritor siente un lógico desdén ante este presente que desprecia su génesis. A veces convertirse en un ser de lejanías –como escribió Heidegger– puede ser una excelsa forma de arte. Wiesenthal lo demuestra en este libro memorable que contiene las trágicas reliquias de una Europa civilizada que no volverá, pero que, a su vez, es eterna.