Imagen del documental 'The dissident' sobre el asesinato del periodista Khashoggi / FILMIN

Imagen del documental 'The dissident' sobre el asesinato del periodista Khashoggi / FILMIN

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Si toleramos esto...

El documental 'The dissident' sobre el asesinato del periodista Jamai Khashoggi muestra que los malos ganan más a menudo de lo que creemos

31 marzo, 2021 00:00

Como decía la canción de los Manic Street Preachers, If you tolerate this, I wonder what will be next (Si toleras esto, me pregunto qué vendrá después). A esa conclusión llegué tras ver en Filmin el documental de Bryan Fogel The dissident, sobre el asesinato del periodista de Arabia Saudí Jamal Khashoggi en el consulado de su país en Estambul y cómo se ha salido de rositas su más que evidente inductor, el príncipe heredero Mohamed Bin Salman (MBS para abreviar, al igual que Dominique Strauss Khan, otro sujeto admirable, se convirtió en DSK), con el que Occidente sigue haciendo negocios porque, total, un disidente más o menos --cuyo cadáver es descuartizado y quemado en un inmenso horno para comilonas en la mansión del cónsul saudí en Estambul-- no nos va a arruinar las relaciones con un tío que controla tanto petróleo, ¿verdad?

El 2 de octubre de 2018, Jamal Khashoggi, que vivía exiliado en Washington tras comprobar que el aperturismo detectado en MBS había sido un error de apreciación, entró en el consulado saudí en Estambul para hacerse con un certificado de divorcio que le permitiera casarse con su nueva novia turca, que se quedó en la calle a esperar que saliera. Nunca lo hizo. Se había presentado en el consulado cinco días antes y le habían dado largas para que desde Riad pudieran desplazarse a Estambul quince sujetos encargados de quitarlo de en medio por su actividad periodística y, sobre todo, por haber contribuido económicamente a las actividades de un disidente establecido en Montreal, Omar Abdelaziz, quien aparece en el documental echándose la culpa de la muerte de su amigo Jamal, aunque es evidente que aquí el único culpable es el sátrapa de MBS.

Como suele ocurrir, tanto en la realidad como en la ficción, el malvado es siempre el personaje más interesante de la función, y MBS es un villano de película de James Bond, un sujeto miserable, cruel, trapacero e intolerante que no se si resistiría un examen psiquiátrico a fondo sin revelarse como un psicópata. Hijo predilecto de un rey calzonazos, MBS hace y deshace a su antojo en Arabia Saudí y ha contribuido enormemente a convertir ese país en una dictadura camuflada que ejerce un control absoluto sobre sus esclavos, pues aquí el término “ciudadanos” es un eufemismo indignante. Devoto de las redes sociales, que controla con un ejército de troles dedicados a echar basura sobre sus enemigos, reales o supuestos, y sobre cualquiera que se muestre disconforme con su forma de gobernar y mangonear el país, MBS ha conseguido tener vigilado a todo el mundo, gracias, en gran medida, a ese programa Pegasus que le ha facilitado Israel y con  el que se puede invadir el móvil de absolutamente cualquiera (hasta Jeff Bezos, el magnate de Amazon, acabó espiado por su ex compadre MBS a través de un whatsapp de éste que traía incorporada la contaminación necesaria).

Lo que más choca de MBS es la desfachatez con que lleva a cabo su venganza personal contra Jamal Khashoggi, sin buscarse una coartada, a lo bestia, como si no tuviera nada que perder y todo le estuviese permitido (como parece que así es). La maniobra de eliminación del periodista es sucia, grosera, chapucera, transparente, pero se lleva a cabo con precisión suiza y sin conceder la menor importancia a las consecuencias. Khashoggi no era ni tan siquiera un disidente especialmente peligroso --su amigo Omar lo es mucho más--, sino un reformista que, tras décadas de fidelidad a la familia real saudí, experimentó el desengaño, perdió la fe en el supuesto reformismo del príncipe heredero, se exilió cuando le dijeron que estaría más guapo calladito y trató, desde Estados Unidos, de plantar cara a un régimen criminal y, gracias a MBS, psicótico. Eliminarlo fue, de hecho, un mensaje a todos los disidentes repartidos por el mundo, para que viesen que MBS no se olvidaba de ninguno de ellos y que su largo brazo podía llegar hasta cualquiera.

En la mejor tradición Putin --que elimina a gente y luego le carga el muerto a una pandilla de chechenos que pasaba por allí y se queda tan ancho--, MBS le endilgó lo de Khashoggi a unos tipos que ni siquiera se tomó la molestia de identificar y que nadie sabe si están en la cárcel, si fueron ejecutados o si salieron rápidamente por la misma puerta que entraron. En Occidente, aunque siempre se nos llena la boca hablando de justicia y democracia, no hemos hecho gran cosa para cuadrar al sátrapa saudí, que sigue en su sitio, controlando el país y deshaciéndose de todo aquel que se le pone de canto.

Estados Unidos aprobó una ley para dejar de venderle armas, pero Donald Trump utilizó el veto presidencial para anularla. La relatora de la ONU Agnes Callamard clama en el desierto para que se haga algo contra MBS, mientras Omar Abdelaziz continúa en Montreal con su talk show subversivo y ya ha escapado, por lo menos, de un intento de eliminación (en su país, familiares y amigos están en el trullo por el mero hecho de serlo, encerrados sin fecha de juicio porque no están acusados de nada en concreto). Los malos ganan más a menudo de lo que queremos creer y al frente de una potencia petrolera hay un monstruo con el que no nos atrevemos a enfrentarnos: si toleramos esto, me pregunto qué vendrá después.