Reichardt y Zhao, miradas sobre América
Las películas ‘First Cow’ y ‘Nomadland’, que acaban de llegar a las salas españolas, renuevan el relato fundacional de Estados Unidos basado en la frontera y la carretera
31 marzo, 2021 00:10“Si este fuera un lugar para las vacas, Dios ya las habría puesto aquí”, farfulla un pistolero buscavidas en el cochambroso interior de un salón del Oregón salvaje de 1820. En algún momento de la conquista del Oeste a alguien se le ocurrió que era vital importar ganado vacuno y la primera pisada de una vaca en esa geografía de oportunidades es para la cineasta Kelly Reichardt tan relevante, tal vez más, que las historias de violencia que forjaron el mito de la frontera. A ella está consagrada First Cow, su último trabajo y otro sobresaliente ejercicio con el que la directora independiente engrandece un corpus fílmico cuyo denominador común busca desmitificar el way of life americano.
A pesar del ninguneo de la industria de Hollywood, Reichardt es uno de los nombres propios del cine estadounidense contemporáneo gracias a un estilo de inspiración bressoniana que retrata escenarios cotidianos con un detalle singular, sobrio y austero. Da igual el género cinematográfico en que se ubiquen sus películas, porque su obra revela un universo de significados amplísimo e inesperado. Por ejemplo, que la imagen de una vaca capitalice en First Cow los giros del destino que afrontaban quienes iban en busca de mejor fortuna en los territorios del Oeste americano.
La frontera y sus mitos son también el material proteico con el que trabaja Chloé Zhao, aunque su estilo cinematográfico difiera de manera notable del de Reichardt. También su suerte, ya que la directora de origen chino es una de las grandes favoritas en esta temporada de premios de Hollywood desde que Nomadland ganara el León de Oro en la última Mostra de Venecia. Desde la sobriedad y lo majestuoso, una y otra conforman a su vez la cara y la cruz del renovado interés cinematográfico por los elementos esenciales del relato fundacional de Estados Unidos: la escala de lo humano en un territorio siempre por conquistar.
Empecemos con el género del western, que ambas han practicado. Si André Bazin insistía en que el género “es el encuentro de una mitología con un medio de expresión”, Reichardt parece querer llevarle la contraria. Más que la representación de una mitología, un término sobrecargado de aplomo épico, para la cineasta originaria de Miami el western también puede dar cobijo a las historias mínimas.
Desde su punto de vista, el crujir de las ruedas de una caravana de colonos que se pierde en mitad de los campos de Oregón, como vemos en Meek’s Cutoff (2010), posee una dimensión dramática capaz de eclipsar los duelos al sol más inclementes de la historia del género. “El western es un género que está muy interiorizado en el espectador, como si fuera un reloj interno”, contaba hace unos meses durante una clase magistral en el marco del Festival de Róterdam. “Por este motivo, siempre esperamos del género que sucedan ciertas cosas que en esta película jamás acaban de materializarse”.
Del mismo modo, la epopeya de un amable cocinero de Maryland y un avispado inmigrante chino que montan un espontáneo negocio de pasteles gracias a la leche de la primera vaca que pisa la frontera, como explica en First Cow –adaptación de la novela The Half-Life, de Jonathan Raymond–, contiene una insospechada subversión de los roles de masculinidad y violencia asociados al western. “Creo que es bonito hacer cine sobre gente que hace cosas en vez de destruirlas”, reflexionaba la autora sobre sus peculiares personajes. La película no solo transgrede esos elementos capitales del género, sino también otro de sus grandes códigos: el paisaje. Buena parte del filme sucede de noche, con los protagonistas ordeñando, cariñosamente, a la rumiante del título.
A Chloé Zhao le interesa el significado del western en el tiempo presente. Vacíos de significado, los paisajes y personajes de Songs My Brothers Taught Me (2015) y The Rider (2017) parecen buscar su lugar en un mundo que ha dejado de reconocerlos. En la primera cinta, con la que inauguraba una trilogía americana que clausura Nomadland, la cineasta nacida en Beijing retrataba a una familia atrapada en la reserva de india de Pine Ridge, en Dakota del Sur. En la segunda, su consagración en el ámbito del cine de autor, se fija en la historia verdadera de Brady Jandreau, un joven vaquero de rodeos que, tras un accidente, no puede volver a montar. Una comunidad de nativos americanos desarraigada y un cowboy sin caballo, la desarticulación casi absoluta del western, filmados casi siempre desde un preciosismo visual que evoca de manera consciente al Terrence Malick de Días de cielo (1978) y a la tradición pictórica de los paisajistas Albert Bierstadt y Thomas Hill.
En su último largometraje, Zhao ahonda en el otro gran género asociado a los fundamentos de Estados Unidos y, por extensión, al cine norteamericano, la road-movie. A diferencia de los paisajes vinculados al western, indomables e insondables, los de la carretera poseen otras connotaciones en nuestro imaginario: son sinónimo de libertad y también de viaje personal.
Los retratados aquí son los estadounidenses empobrecidos con la Gran Recesión, que perdieron sus casas y se vieron obligados a vivir en la carretera pagando la gasolina empleo precario tras empleo precario. Frances McDormand pone rostro y solidez interpretativa a esta comunidad de nómadas contemporáneos descritos por Jessica Bruder en País Nómada (Capitán Swing), obra en la que se basa el filme, y Zhao una poética abiertamente romántica que enaltece este modo de vida ligado, además, a los mitos del país.
Como el western, la road-movie es de los géneros cinematográficos más maleables que ha dado el séptimo arte. También Kelly Reichardt lo ha practicado, aunque su manera de concebirlo sea a todas luces más rupturista que su colega, en películas que siguen a personajes solitarios, a menudo engullidos por la inmensidad de un paisaje silencioso, incluso solemne. En River of Grass (1994) todavía se percibe la influencia de Jim Jarmusch en la articulación narrativa y visual de la road-movie, pero en Old Joy (2006) y muy especialmente en Wendy y Lucy (2008), Reichardt propone un par de ejercicios rompedores, de imagen naturalista y tono árido, inquietante y descorazonador.
Si la primera película sigue a dos antiguos amigos durante un fin de semana, de excursión por el bosque, y los silencios extraños que evidencian un incómodo distanciamiento, la segunda es la historia de una chica, con problemas económicos y personales, que ha perdido a su perra. Personajes marginados, a la postre, que deambulan por unos parajes entendidos como un estado de ánimo; protagonistas de dos relatos que, en última instancia, se invierten por completo los códigos canónicos de la road-movie en tanto que la escala del paisaje aparece más bien como reflejo de la crisis de lo humano. El mito llevado a ras del suelo.