Cataluña, un país donde nadie dice la verdad
Jordi Amat destripa a través de la vida periodista Alfons Quintà el verdadero rostro de la Cataluña oficial, que ha cerrado los ojos ante la corrupción y la manipulación
12 noviembre, 2020 00:10La distancia es necesaria para tomar conciencia de lo que ocurre. En el día a día se toman decisiones al calor de los intereses de cada uno y se carga sin misericordia contra el adversario. Y, aunque siempre hay quien se da cuenta y levanta la mano sobre los asuntos de fondo, la inercia es demasiado poderosa y lo deja a uno en el suelo, planchado. La historia que cuenta el ensayista Jordi Amat en El hijo del chófer (Tusquets), narrada como si fuera una novela de terror, es la de Alfons Quintà, el periodista que tuvo todo el poder en sus manos y se entregó a esta pulsión sin más razones que las que le marcaban sus fantasmas familiares.
Amat retrata su vida, deja constancia de su carácter, de sus excentricidades y de su maldad, sin olvidar los tratos vejatorios contra todas las mujeres que compartieron su vida, y acabaron huyendo, hasta que mató a su última pareja, para suicidarse justo después. Pero a través de Quintà, Amat se sumerge en una sociedad que, como el periodista, tiene claros síntomas de haber padecido una grave enfermedad, que todavía no tiene remedio. Jordi Amat lo deja escrito: “¿Por qué en nuestro país nadie dice la verdad?”
Quintà brilló por haber conocido un entorno familiar excepcional. Era el hijo del chófer de Josep Pla, Josep Quintà, quien acaba formando parte del Camelot del escritor, con Vicens Vives, Manuel Ortínez y Josep Tarradellas, entre otras figuras. A todos conoce y trata, en la propia Masía de Pla, al que chanteja sólo con 16 años, amenazándole con explicar a la policía sus viajes para reunirse con el presidente de la Generalitat en el exilio. Fueron todos ellos personajes determinantes para la operación más arriesgada de Adolfo Suárez, que acabaría con el retorno de Tarradellas y el reconocimiento de la Generalitat, antes del referéndum de la Constitución. Alfons Quintà lo explicó antes que nadie en El País. Como también explicaría el talón de Aquiles de Jordi Pujol y la clave de bóveda de toda la política catalana desde la recuperación de la democracia: el caso Banca Catalana.
Alfons Quintà durante sus años al frente de TV3 / E.E.
Ese fue el momento de gloria de Quintà, un caso que dejó a muchas familias en la estacada, con acciones en el banco de Pujol, y que provocó enormes presiones sobre el director de El País, Juan Luis Cebrián, un episodio que podía haber cambiado por completo la suerte de la política española y catalana tras una difícil y precaria transición hacia la democracia. Pero el propio Quintà, para atender a esos fantasmas internos “parricidas”, –como explica Amat– renunciaría a estirar este hilo a cambio de aceptar la oferta de Pujol para poner en marcha TV3, después de que Cebrián, alertado por las formas y las prácticas de Quintà, decidiera nombrar a Antonio Franco responsable de la redacción del El País en Cataluña.
Pujol, “un animal político” en palabras de Amat, aprovecha el momento débil del periodista para ofrecerle el cargo y darle todo el poder, junto con Lluís Prenafeta, en la televisión autonómica. La perversión total llega cuando el mismo Quintà dirige y elabora el reportaje de TV3 en el que Pujol, tras ser investido presidente de la Generalitat por mayoría absoluta, en abril de 1984, sale del Parlament con una muchedumbre que lo acompaña hasta la plaza Sant Jaume.
Aquel día hubo insultos contra los socialistas –“mateu-lo, mateu-lo; “Obiols, botifler”– tras la presentación de la querella por Banca Cataluña que Pujol atribuyó al Gobierno de Felipe González. Se había convocado esa manifestación unos días antes con una fuerte movilización animada desde…TV3 por “orden directa de Prenafeta a Quintà". El mismo día de la manifestación se organiza cómo se va a cubrir, y se decide que se alquilará un helicóptero para captar las imágenes aéreas. El encargado de hacerlo es…Tatxo Benet. Sólo cuatro años antes, Quintà había firmado –el 29 de abril de 1980– el primero de lo que sería una serie de artículos sobre Banca Catalana con el título de Dificultades económicas del grupo bancario de Jordi Pujol, redactados junto al periodista Carlos Humanes.
Y partir de ese momento, Quintà estará bajo la órbita de Pujol, con Prenafeta siempre presente, e implicado en operaciones oscuras que se plasmarán en otro proyecto, el diario El Observador, que tarda cuatro años en ver la luz desde que se concibe, y tras malgastar enormes cantidades de dinero, muere a inicios de los noventa. Entre esos años, entre salidas y venidas, Quintà también acaba saliendo en globo de TV3 por lo mismo de siempre: tratos vejatorios con sus subalternos, locuras y excentricidades.
Luego pasará por el diario Avui, y ahí llega la frase de Amat. En un artículo en 1999, citando un reportaje de John Lee Anderson sobre Panamá, que se había publicado en The New Yorker –aunque él no lo dice—da cuenta de una pista primordial: “Anderson describe una escena en ese país a la que incidentalmente asistió. Estaban juntos el antiguo presidente de aquella República, Nicolás Ardito Barletta, el hombre de negocios Juan Manuel Rosillo (conocido en ocasiones como John Rosillo, ya que parece que tiene nacionalidad norteamericana) y un familiar de un político de nuestra tierra”. Aquí entra la pluma de Amat: “¿Por qué no dice quién es? ¿Por qué no escribe el nombre de Josep Pujol Ferrusola? ¿Por qué en nuestro país nadie dice la verdad?”
Quintà ya no será más Quintà. Se diluye en la corrupción del pujolismo, y, aunque quiere sacar la cabeza tras la confesión de Pujol en 2014, ya es demasiado tarde. No resulta creíble porque él mismo había sido la pieza determinante para que Pujol pasara a ser un mito para buena parte de la sociedad catalana, que no quiso ver la manipulación que se ejerció en el caso Banca Cataluña y que destruyó la alternativa socialista, desde entonces a remolque, lastrada por el ataque al país, a la nación y condicionada por el apoyo de Pujol al PSOE durante los años ochenta y hasta mediados los noventa.
Alfons Quintà en un programa de televisión / E.E.
Amat reconstruye aquella investigación y constata la independencia del Fiscal General del Estado, Antonio Burón Barba, que no quiere parar la querella que han preparado los fiscales José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo ante el escepticismo de González y del entonces ministro de Justicia Fernando Ledesma. Poco después, Burón dimitiría y Gonzaléz optaría por colaborar con Pujol, que contó con el apoyo del Rey Juan Carlos y de medios monárquicos como ABC, que le nombraría español del año con el argumento de que había ganado a los socialistas.
La otra cara de la moneda es que Pujol se hizo querer para aunar esfuerzos con la derecha y buscar una alternativa en España al socialismo de Felipe González, una máquina de ganar elecciones en aquellos años. De ahí surgió la Operación Roca, ideada en 1984, que resultó un desastre, pero consolidó el papel de CiU en la política española a partir de 1986. En todo ese lapso temporal, las imágenes se repiten y son similares a las vividas en los años del proceso independentista: movilización de entidades, como Òmnium Cultural, colegios profesionales, asociaciones y una continua agitación patriótica, con TV3 al frente. Tocar a ese poder significaba arremeter contra Cataluña. Contra las clases medias identificadas con ese proyecto y ajenas voluntariamente a la verdad.
Esta ha sido la historia: la construcción del pujolismo, con la inestimable colaboración de quien afloró, por un instante, esa verdad, la de un político de enorme sagacidad y talento, con un magnetismo que nadie ha podido igualar, pero lastrado desde el inicio por sus negocios bancarios y la utilización que pudo hacer de enormes recursos, que pudieran estar relacionados con la deixa que él asegura que le dejó su padre Florenci. El porqué de esa trayectoria de Quintà la sitúa Amat en su deseo perpetuo de matar al padre, de ir en contra de quien le hiciera daño en cada momento. Su padre, que había abandonado a su esposa y le daba tremendas palizas al pequeño y joven Quintà, para vivir única y exclusivamente al servicio de Pla, fue su fantasma. Y también esa influencia malsana que le llevó a asesinar a su pareja en diciembre 2016.
En juego está esa doble verdad, la de la renuncia a denunciar al hombre, al acosador, al paranoico que es capaz de destruir vidas, y la negativa a ver la realidad de un poder corrupto y manipulador, que lo cubre todo de enormes senyeres –ahora estelades– para mantener a toda costa la vara de mando. El reto que propone Amat sigue ahí: “¿Por qué en nuestro país nadie dice la verdad?"