Eimear McBride / IMPEDIMENTA

Eimear McBride / IMPEDIMENTA

Letras

El lenguaje roto de Eimear McBride

Impedimenta edita una de las novelas de la escritora británica, donde se trata la relación de una chica con un hombre mayor que ella con crudeza y sexualidad explícita

11 noviembre, 2020 00:10

Eimear McBride (1976) pasó como una bola de ping-pong de su natal Liverpool a la Irlanda rural y luego a Londres, donde estudió arte dramático, experiencia de la que ha extraído material para The Lesser Bohemians (2016), novela aún no traducida en España. San Petersburgo, Cork, y Norwich son otros lugares en los que ha vivido hasta establecerse de nuevo en Londres, obvia capital de la industria del libro británica y sede de la editorial Faber, que es la que, tras una primera casa independiente, la publica en la actualidad. Hace pocos meses ha salido su tercera novela, Strange Hotel.

Una chica es una cosa a medio hacer (Impedimenta) ha tardado en verterse al español (data de 2013), pero el aval de varios premios literarios (a obra publicada, como son los británicos o irlandeses) se ha impuesto finalmente. También tardó en publicarse en su lengua original, pues la autora no encontraba editor al principio. El tema de la relación de una chica con un hombre mucho mayor que ella lo retomaría luego en su segunda novela, también pespunteada por un lenguaje descosido, valga la paradoja. Aquí se trata de un tío político de una casi niña de trece años con quien esta tendrá relaciones sexuales consentidas, pero de una gran violencia, hasta los veinte. Veremos cómo la chica (a la que nunca se nombra, como tampoco se nombra al resto de personajes) se va sumiendo hasta el turbador final en un estado de degradación masoquista.

Cubierta de la novela

Como en las obras literarias bien trabadas –y trabajadas–, coinciden fondo y forma; aquí, esa historia turbia y el lenguaje sincopado de una narración siempre en presente de la que han sido podadas casi todas las comas y que se desarrolla de forma entrecortada, con una plaga de puntos que cortan las frases y se asemejan, más puntos de sutura que de ortografía, al rostro de la protagonista, roto tras algún episodio particularmente desagradable. Podría confundirse el estilo con el del flujo de conciencia, y bastante tiene de él. Lo atinado es calificarlo de monólogo dramático. Pero es más bien un micrófono abierto que recoge lo que la muchacha piensa y dice, más cuanto sonido emiten los demás, como una caja de grillos. El resultado es un paisaje de frases derruidas como Coventry tras un bombardeo de la Luftwaffe o de Dresde tras un ataque de la RAF: de la sintaxis solo quedan ruinas, escombros.

Lógicamente, hay elementos que asemejan la narración a cierto Joyce (por ejemplo el último capítulo de Ulises, sin que se pueda descartar algún toque Finnegans Wake). No acaban aquí las concomitancias con otros autores irlandeses: principalmente Samuel Beckett. Si la forma acerca esta novela de McBride a No yo, el tema del trastorno de ella o el del retraso mental de su hermano la aproxima a la trilogía compuesta por Molloy, Malone muere y El innombrable. Pero también, de nuevo, a No yo, en el que Beckett hace que todo el monólogo lo profiera una boca aislada de su cuerpo, como para resaltar su condición de objeto (y la protagonista de McBride también desea, necesita por una pulsión irrefrenable, ser utilizada como objeto de placer por otros y ser vejada no como una silla que ofrece su hospitalario asiento, sino como estorbo al que se propina un puntapié). Asimismo Worstward Ho, de Beckett, guarda importantes similitudes: las frases telegráficas, la dicción como de rap sin rima, un silabeo que acerca el discurso a la poesía. Y hay mucha poesía (dura, áspera, inhóspita) en la novela de McBride.

Los hijos de Lír, ilustración de Sheila MacGill

Los hijos de Lír, una ilustración de Sheila MacGill

Lo que sin duda hay en Una chica es una cosa a medio hacer son ecos y citas explícitas de Yeats: la quinta parte, “El niño robado” toma su título de una balada del Nobel de 1923. Es un poema que recoge la tradición feérica irlandesa, y se reproducen versos completos insertos en lo que va diciendo la protagonista: “aquí viene el viene el niño humano a las aguas y a la naturaleza” o “un mundo más lleno de llanto del que podrías comprender”. También la leyenda gaélica de los hijos de Lír. Igualmente se recurre a la mitología irlandesa en el título de la tercera parte, “La tierra bajo la ola”, que habría sido mejor traducir “bajo las olas”, porque wave en inglés se extiende al sentido plural del original irlandés Tír fo Thuinn, “La Tierra bajo las Olas” (que en la única nota del libro se confunde con la Tír na nÓg, “La tierra de los jóvenes”, el Elíseo céltico que derivará en el Avalon de Arturo). Manannan Mac Lír es el dios del mar, y por tanto preside la disolución acuática de la protagonista.

No solo hay paganías. También tratándose de la católica Irlanda (en tiempos de la niñez de la autora y sobre todo en décadas anteriores), hay numerosos rezos, plegarias, que se introducen en la acción como, por ejemplo, esa salmodia que en el largometraje El delator John Ford hace repetir una y otra vez durante el velatorio del revolucionario al que ha traicionado Gypo Nolan. El hermano que padece un tumor cerebral, y su retraso galopante, su acelerado ser más lento mentalmente, tiene a una competidora en la protagonista. ¿Qué hay en la cabeza de esta mujer que la empuja a esa camino de autodestrucción? Por otra parte, pende sobre todas las relaciones la hipocresía: en el caso del joven, ese querer ocultar la naturaleza de su herida en la cabeza, que pretende deberse a ojos de los demás a un accidente con un cuchillo. Los padres de McBride fueron enfermeros psiquiátricos, y un hermano mayor que ella padeció un tumor cerebral del que murió a los veintiocho años. No son, pues, cosas ajenas a la novela, o esta no es exótica respecto de ciertas vivencias de la autora. Una chica va dedicada a Donagh, ese hermano real que murió.

Cubierta de la edición británica 1

Rubén Martín Giráldez, también autor de dos novelas con buena dosis de experimentalismo, es un traductor avezado a pesar de su relativa juventud. En algún sitio hemos leído sobre su admiración por Julián Ríos, y eso es ya una excelente credencial para traducir a McBride, no en vano Ríos es el más joyceano de nuestros escritores y no por casualidad la autora había leído Ulises poco antes de empezar a escribir su novela. También confiesa McBride haber sido influida por la opinión de Joyce expresada en una carta a Harriet Shaw Weaver en 1926, cuatro años después de la publicación de Ulises: “Una gran parte de la existencia humana transcurre en un estado que no se puede inteligir mediante el uso del lenguaje de la vivigilia, la gramática cortiseca y el argumento tirapalante” [la traducción es mía].

Martín Giráldez ha puesto en español a Angela Carter y a muchos autores de los que, a diferencia de la inglesa, casi todos son desconocidos entre nosotros. Con McBride sale más que airoso de la prueba, y no era nada fácil. Emplea bien el lenguaje de la calle y no se atasca en las interrupciones continuas de las oraciones. Sus elecciones del género (no perceptible en inglés) parecen ser siempre acertadas. Debe de haber, literalmente, sudado tinta.

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