Premios literarios. La anomalía española / DANIEL ROSELL

Premios literarios. La anomalía española / DANIEL ROSELL

Letras

Premios literarios, la anomalía española

Los grandes galardones de literatura, que garantizan dinero y notoriedad, son otorgados en otros países a obras ya publicadas, en lugar de inéditas, como sucede en España

25 enero, 2020 00:00

En la antigua Grecia los festivales culturales incluían concursos dramáticos y premios. En uno de ellos el vencedor recibía un cesto de higos y un gran odre de vino, y en otro un macho cabrío. En las cortes medievales los poetas eran mantenidos por sus señores; a cambio exigían la composición de loas y elegías para el momento en que murieran, o epitalamios en caso de nupcias. La lírica se abrazaba de este modo a la épica, y el bardo podía comer caliente. También la plutocracia fue creando redes de aduladores y los mecenas fueron propiciando la creación, no necesariamente servil, de los literatos. ¡Cuántas obras de nuestro mismo Siglo de Oro no están dedicadas a nobles, colocándose los autores bajo el manto, a veces asfixiante, de su patrocinio! Más tarde, este fenómeno se ha ido haciendo más raro y poetas y novelistas se han tenido que bandear entre el hambre y la colecta de las migajas caídas de manos de los poderosos, sean estos seculares o prelados.

La novela fue, de alguna manera, una vía de liberación de esta servidumbre porque se presta peor a esa pleitesía y porque, al moverse por lo general en el ámbito de la imaginación, no se deja encerrar fácilmente en el panegírico. Desde el siglo XIX los escritores han dependido menos del plato de lentejas que rara vez se les ha ofrecido y han tenido que estar más pendientes de ese otro mentor, el público.

Además de los lectores, con la compra de ejemplares, otro elemento corrige hoy la ruina de dedicarse a las letras: los premios literarios. Es un fenómeno que triunfa en el siglo XX y que ha canonizado a autores a los que se les han concedido dinero y notoriedad, lo que a su vez puede convertirse en una mayor difusión y, a la postre, en ventas. La polémica, sin embargo, siempre los ha acompañado por causas dispares: lo peregrino de las elecciones, la exclusión de nombres que sin duda los merecían, o las guerras de poder en las que intervienen los jurados.

Mario Vargas Llosa recibe en 1967 el Premio Romulo Gallegos de la mano del escritor venezolano que da nombre a este galardón / EFE

Mario Vargas Llosa recibe en 1967 el Premio Romulo Gallegos de la mano del escritor venezolano que da nombre a este galardón / EFE

En España los premios han sido hasta hace una década copiosos y bien dotados. Diputaciones, ayuntamientos, cajas de ahorro y fundaciones han convocado concursos en todos los géneros, pero la crisis económica pulverizó este universo de cazadores de recompensas literarias: hubo premios que desaparecieron y otros vieron disminuidas sus dotaciones hasta el punto de que bases que prometían 12.000 € pasaron muy artísticamente (por arte de birlibirloque) a desembolsar 4.000 €. 

España sigue otorgando muchos más premios literarios que el resto de países, pero con una peculiaridad: aquí casi todo lo que se premia es inédito, y la convocatoria prevé junto al premio en metálico la edición de la obra. Con independencia del vil metal, siempre bien recibido, los autores suelen tener en consideración dónde se va a publicar su obra, si es que se publica (a veces la convocatoria no lo contempla), o si el libro, cuento o poema, va a poder circular (a menudo la edición se hace en colecciones institucionales que no llegan ni a la librería de la esquina).

La medalla que identifica a los Premios Pulitzer

La medalla que identifica a los Premios Pulitzer

No es este el modelo que rige en otros países, donde lo frecuente es que los premios se concedan a obras publicadas, lo cual ya supone un tamiz de calidad y evita que concurran más de medio millar de obras. Otro filtro es el económico. En España se exige pagar el importe del ejemplar enviado a concurso en las copisterías, además de las tarifas de correos. En los países anglosajones, en cambio, es de lo más común que haya que abonar una cuota de inscripción, que suele ser módica pero que, sumadas las de todos los participantes, puede llegar a cubrir la dotación del premio.

Premios destacados a obras publicadas son en Gran Bretaña los Costa Book Awards (cinco categorías) o el Booker, que comenzó en 1969 y hasta el año pasado se ha llamado Man Booker. Su dotación es de 50.000 libras y pueden concurrir obras de autores de Gran Bretaña, la Commonwealth e Irlanda (además, se entregan 2.500 libras a cado uno de los seis finalistas). Más reciente es el International Booker Prize: idéntica cantidad por libro traducido al inglés a repartir entre el autor y el traductor. El T. S. Eliot Prize también recae en obra publicada.

En Estados Unidos, los Pulitzer despliegan sus reconocimientos en 21 categorías. Además están los National Book Awards (Ficción, No Ficción, Poesía y Literatura Infantil y Juvenil, más el concedido a la trayectoria de toda una vida). El Bollingen Prize for American Poetry, que alegra con la suma de 165.000 dólares, lo concede la Universidad de Yale y va a parar al mejor libro de poesía publicado en los últimos 24 meses. En cuanto a la muy literaria Irlanda, destaca el rumboso International Dublin Literary Award (anteriormente IMPAC), cuyo cheque de 100.000 € firma el Ayuntamiento de la ciudad de Joyce a propuesta de bibliotecas invitadas de todo el mundo. La obra debe haber sido publicada en inglés o traducida a esta lengua. Escritores de la nuestra que lo han obtenido son Javier Marías y el colombiano Juan Gabriel Vázquez.

Proust, Premio Goncourt. Un motín literario de Thierry Laget,

Proust, Premio Goncourt. Un motín literario de Thierry Laget,

El premio francés de este tipo más importante es el Goncourt, organizado por la Academia del mismo nombre como reacción al anquilosamiento del Grand Prix du Roman de la Académie Française. Sobre el Goncourt y su concesión en 1919 se acaba de publicar Proust, Premio Goncourt. Un motín literario de Thierry Laget (Ediciones del Subsuelo), donde se narran ágilmente los dimes y diretes de la cocción de aquel premio, así como las airadas reacciones que suscitó. Tres años después sonaba mucho el nombre del autor de En busca del tiempo perdido como posible ganador del Nobel y este fue a parar –contra todo pronóstico– a Benavente. Otros dos codiciados de ese país son el Prix Femina y el Prix Femina Étranger, concedidos por lectoras.

En el ámbito hispanoamericano, como en España, no abundan este tipo de premios, más allá de los Premios Nacionales concedidos por algunos Estados a sus escritores. Por eso ha sido tan innovador el Bienal de Novela Vargas Llosa. El primer ganador fue Juan Bonilla, quien se embolsó 100.000 dólares con Prohibido entrar sin pantalones. El surgimiento de este premio ha venido a coincidir con el eclipse del veterano –y venezolano– Rómulo Gallegos, suspendido en 2017. La primera convocatoria se la llevó Vargas Llosa con La casa verde. El premio bienal Festival de la Lira, de Ecuador, se otorga al mejor libro de poesía publicado en español, con una dotación de 30.000 dólares. El Manuel Acuña de poesía inédita (Estado de Coahuila, en México) ha bajado este año a 50.000 dólares. Hasta el 2018 era a obra inédita, con una imponente inyección de moral de 120.000 dólares. A cambio, ha añadido la categoría de premio a una trayectoria, en 2019 otorgado a Anne Carson.

Luis Goytisolo / EFE

Luis Goytisolo / EFE

Luego están los galardones a toda una carrera. El Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, de Chile, reconoce una trayectoria poética. En esa misma línea está el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, de México. Desde 2012 se añade el Carlos Fuentes “a la creación literaria en el idioma español”, un premio que comenzó siendo bienal, dotado de 250.000 dólares y una escultura diseñada por Vicente Rojo. El último ganador ha sido Luis Goytisolo. Ahora es anual, y su importe de 125.000 dólares. 

En España siguen esta modalidad el Premio Princesa de Asturias de las Letras, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana o el Cervantes, aparte del de las Letras Españolas. Emanado del mundo editorial y no de entes públicos, está el Formentor. Lo que convendría destacar, por excepcionales, son los premios a obra ya publicada. Aquí hay unos cuantos ya históricos y otros que ya son historia.

Javier Cercas y Manuel Vilas, con los Premios Planeta 2019 / CG

Javier Cercas y Manuel Vilas, con los Premios Planeta 2019 / CG

Sin dotación económica y otorgado por prestigiosos escritores, el Salambó se convocó de 2001 a 2008 y en su primera convocatoria distinguió a Soldados de Salamina, de Javier Cercas. El Juan Trigo ha tenido un recorrido un tanto errático. En la actualidad premia la mejor obra de narrativa del año anterior, a juicio del jurado. Muy bien dotado inicialmente, hoy carece de importe económico y solo recompensa con la consabida estatuilla. Desde 2004, el Setenil selecciona el mejor libro de cuentos publicado en España. El Premio Dulce Chacón de Narrativa Española es bienal, con 9.000 €, y su último ganador Antonio Soler. Por último, el desaparecido premio Fastenrath de la Real Academia Española también se concedía a una obra publicada.

Rara avis fue el Premio Fundación José Manuel Lara convocado por una docena de editoriales (cuatro de ellas pertenecientes al Grupo Planeta). Lo novedoso era que la pingüe dotación económica del premio no era para el autor, sino para la promoción de la novela ganadora, aunque esto siempre fue difícil de comprobar porque buena parte de ese importe iba a las empresas de comunicación del Grupo (Onda Cero, Antena 3 y La Razón). Duró de 2002 a 2009. Cuando Trapiello lo obtuvo en 2005, en la misma velada literaria se concedieron dos nuevos galardones: el premio a la novela mejor acogida por la prensa especializada, que fue para 2666, de Roberto Bolaño, y el premio a la novela más vendida en 2004, que recayó en La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Estas categorías no se volvieron a otorgar.

Libros de Roberto Bolaño.

Libros de Roberto Bolaño.

Pero aquello en lo que España destaca sobremanera es en los premios de dudosa credibilidad. Bien está que se concedan premios comerciales por empresas privadas en los que un desconocido tiene nulas posibilidades de alzarse con la victoria y se privilegie a alguien que se supone que va a vender, casi siempre autor de la casa o un fichaje levantado a la competencia. Esto sucede sobre todo en los dos grandes grupos editoriales (Random y Planeta) que se reparten el pastel y no es necesario caer en la ingenuidad de explicarlo. Lo que es sangrante es que tales operaciones se realicen con dinero público, como es recurrente en los premios de poesía que controla Visor. Hay aquí casos muy sonados de tejemanejes que todos conocen y pocos denuncian. En general, los ganadores son buenos poetas. El problema es que otros tan buenos o mejores quedan fuera debido a esos enjuagues. 

Hay muchos autores de valía que han echado los dientes literarios en concursos. No se trata de suprimirlos, que tantos nombres nuevos descubren, sino de promover la trasparencia y el rigor. Para empezar –y terminar este artículo–, dos ideas ayudarían a normalizar nuestro panorama: en primer lugar, por impopular que parezca entre los escritores, reconvertir algunos premios haciendo que sean para obra publicada y, segundo y aún más importante, desvincular los premios públicos de empresas cuya gestión arroja dudas o supervisar con mayor celo lo que hoy es campo abonado, así sean premios de poesía, para la picaresca.