El morbo de las sociedades secretas
'Ares', una serie holandesa de terror que explora el universo de las sectas, refleja la lucha de clases y narra las pretensiones de ascender socialmente a cualquier precio
25 enero, 2020 00:00Las sociedades secretas –esas que controlan el mundo, una sociedad local o una universidad– siempre han dado mucho de sí a nivel narrativo: hasta el Opus Dei se colaba en El código Da Vinci a través de un sicario albino. Las hay auténticas –el Club Bilderberg, digamos– y las hay de ficción, como la que ocupa la trama de la primera serie holandesa para Netflix, Ares, que puede pasar desapercibida entre tanta oferta, pero merece que se le haga un poco de caso.
En la línea de The skulls, la sociedad secreta universitaria que dio origen a una saga de películas de terror adolescente en Estados Unidos, Ares es una institución de siglos que siempre ha acogido en su seno a los futuros líderes de la sociedad holandesa. Como en la secta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, en Ares no se aceptan pelagatos; de hecho, la pertenencia al grupo de privilegiados va pasando de padres a hijos y es prácticamente imposible que se cuele un medrador con ganas de tomar el ascensor social.
La excepción a la regla es, en este caso, Rosa, una chica de clase media, con padre negro y médico y madre blanca y perturbada, que capta el interés de la secta sin que el espectador, al principio, entienda muy bien por qué, aparte de que es una prometedora estudiante de medicina y de que su mejor amigo, el atormentado Jacob, parece formar parte, más bien a su pesar, de la influyente sociedad secreta.
Asoma aquí un aspecto muy poco habitual en las historias de sectas siniestras: la lucha de clases. Harta de los horarios imposibles de papá y de las chaladuras de mamá, Rosa ve en Ares la posibilidad de progresar socialmente y tratarse con gente que le será de mucha utilidad en el futuro. Que la heroína de esta historia sea una chica que se muere por medrar es una novedad muy de agradecer en este tipo de historias, cuyos personajes positivos suelen ser excesivamente ejemplares. No es el caso de Rosa, que se mete en Ares por voluntad propia, pese a las advertencias en contra del sufrido Jacob, y que, como en seguida veremos, se muestra dispuesta a hacer lo que haga falta para ascender en el organigrama de esa pandilla de, como diría Tom Wolfe, masters of the universe.
Creada por Pieter Kujpers, Iris Otten y Sander Van Meews, Ares consta de ocho episodios de media hora, lo que permite tragársela en dos sentadas; a ser posible, durante un fin de semana frío y lluvioso. El ambiguo final no me permitió columbrar si se había acabado lo que se daba o si habrá segunda temporada. Netflix no ha dicho nada al respecto, pero si pienso en las preguntas no respondidas de la serie, yo diría que debería contar con una inevitable continuación. Dignificar el subgénero de las tramas para adolescentes sobre sectas secretas, como hace Ares, tiene mucho mérito, y la serie se devora tan ricamente. Para mí, la historia de Sara en el mundo de los pijos malévolos aún no ha terminado. Espero que los mandamases de Netflix sean de la misma opinión.