La sarcástica lucidez de Jaume Perich
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El gran Jaume Perich (Barcelona, 1941 – Mataró, 1995) no puede ser considerado un dibujante de cómics stricto sensu, ya que le bastaba con una viñeta (o una tira de tres, a lo sumo) para retratar de la manera más sarcástica posible (era la suya, una ironía muy dura) la realidad del momento que le estaba tocando vivir. Eso sí, le gustaban mucho los tebeos, que había consumido a granel cuando era un crío enfermizo e hijo único que se pasaba media vida en la cama intentando curarse de algo.
Tal vez, fue únicamente un dibujante de cómics en la infancia, cuando dibujaba sus propios tebeos, que luego alquilaba a sus compañeritos de la escuela por la módica suma de cincuenta céntimos. Tras un breve paso por RENFE -donde lo contrataron como dibujante de planos-, el hombre empezó a publicar sus ocurrencias en el diario del Movimiento Solidaridad Nacional, encontrando posteriormente ambientes más apetecibles en prácticamente todos los periódicos de su ciudad: El Correo Catalán, Tele Exprés (que en paz descansen), La Vanguardia, El Periódico de Catalunya…
Su amor a los tebeos le facilitó una plaza de redactor en la editorial Bruguera, donde, entre otras cosas, tradujo al español las aventuras de Astérix, de Goscinny y Uderzo, de El Teniente Blueberry, de Charlier y Giraud o de Aquiles Talón, de Greg (dibujante al que dedicaremos el próximo capítulo).
Luego, se pasó a la prensa humorística para adultos y fue miembro fundador de revistas como Hermano Lobo, Por Favor, Muchas Gracias o El Jueves. Su primer libro, Autopista (1971, el título era una clara parodia del célebre Camino, de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, actualmente conocido como San Josemaría) y fue el más vendido del año. Le siguieron una veintena de títulos más (incluidos dos publicados a título póstumo). Y en todos ellos quedó meridianamente clara su visión del mundo, que no era precisamente optimista, pero sí tronchante.
No conocí al Perich en Hermano Lobo o Por favor (cuestiones de la diferencia de edad, supongo), pero tuve la oportunidad de hacerlo en Histeria Semanal, una revista creada por mis amigos Tom y Romeu, dos de los tipos que mejor me han tratado en el mundo en general y en el de la prensa, en particular (siempre tuvieron el detalle de enrolarme en sus aventuras editoriales, que solían ser tan divertidas y estimulantes como ruinosas a nivel comercial).
Me hizo ilusión conocerle después de tantos años de admirarle a distancia, y no me decepcionó lo más mínimo: era igual que sus viñetas y sus comentarios sobre el mundo que nos acogía resultaban igual de hilarantes. Pocos como él han dominado el arte de la frase incontestable (un ejemplo: “El payaso ríe por fuera y llora por dentro, motivo por el cual suele tener tan poca gracia”) y del comentario desabrochado (una vez me dijo que ya había elegido la frase para su lápida: “Nunca fue a Andorra”).
Aunque él era alguien y yo un pipiolo que intentaba abrirse camino en el mundo de las letras, siempre me trató como a un igual, demostrando que esa fama de tío con malas pulgas que le atribuían algunos era más falsa que un billete de tres euros.
Hombre de izquierdas, fue cualquier cosa menos un dogmático y un sectario. Si los “suyos” la cagaban, ahí estaba él para hacérselo notar. Me temo que en la Cataluña del prusés se habría convertido en un personaje incómodo (como otro amigo muerto, Terenci Moix), y yo echo de menos lo que podría haber dicho durante nuestro largo delirio independentista.
No pudo ser: Perich murió antes de tiempo, a los 54 años, cuando todavía le quedaba mucho por decir. Una de las últimas veces que lo vi fue en un concierto de Juliette Gréco al que yo acudí cumpliendo con mi sagrado deber informativo, pues la buena señora me aburría considerablemente, y él como fan absoluto de la canción francesa. “¿Qué haces aquí?”, le pregunté sin darme cuenta de que quien no pintaba nada allí era yo, como me quedó claro con su respuesta: “No, perdona. ¿Qué haces TÚ aquí? Lo tuyo es el rock y lo mío la chanson”.
Toda la obra de Perich está marcada por una lucidez extrema en todo lo relativo a los seres humanos, en los que no confiaba mucho (por eso solo tuvo una hija, la encantadora Raquel, y se rodeó de gatos, unos animales que encontraba independientemente encantadores). Por ese motivo, cuando se instituyó un premio a su nombre para humoristas internacionales, fue bautizado como Gat Perich.
Histeria Semanal, al igual que Nacional Show (la versión española del National Lampoon norteamericano), duró muy poco, pero recuerdo las reuniones de redacción como algunos de los momentos más divertidos de mi existencia. Bebíamos como cosacos (Perich mezclaba la ginebra con Vichy Catalán, algo que yo no había visto nunca), hacíamos el ganso a conciencia y tratábamos de fabricar un semanario de humor que no dejara títere con cabeza. Igual nos excedimos, vista la poco favorable a nuestras tesis que fue la opinión del público. O igual nos equivocamos y las reuniones en la redacción resultaban más hilarantes que el producto final. Pero con Tom y Romeu la diversión siempre estaba garantizada. Y si además figuraba Perich en sus propuestas, la risa, la gansada y el comentario hilarante inesperado crecían de manera exponencial.
Un año que me tocó ejercer de jurado, sector prensa, de los premios Ciudad de Barcelona, propuse su nombre como ganador de esa edición. Mis (levemente) cejijuntos compañeros del jurado me salieron con que Perich no era estrictamente un periodista. Contraataqué con la teoría de que mi amigo e ídolo era un periodista gráfico de primera magnitud y que muchos de sus chistes resumían a la perfección cualquier noticia con más gracia y mayor capacidad de síntesis que artículos más aparentemente sesudos. No coló. Y cuando se murió, como de costumbre, todo fue llanto y crujir de dientes y reflexiones hipócritas acerca de lo mal que tratamos en España, en Cataluña y en Barcelona a nuestros creadores más valiosos (la broma siniestra se repitió cuando falleció el cantautor Pau Riba).
De acuerdo, Jaume Perich Escala –en arte, El Perich- nunca fue exactamente ni un dibujante de cómics ni un periodista, pero practicó, puede que, sin darse cuenta, ambos oficios. Nos dejó demasiado pronto, desprendiéndose de una presencia necesaria en este mundo idiota en el que nos ha tocado vivir y que cada día es más idiota: pocos humoristas españoles han puesto el dedo en la llaga con tanta gracia y tanta mala baba como El Perich. Yo lo echo de menos a diario. Y creo que no soy el único.