La irónica crítica social de René Pétillon
El dibujante francés se distinguió siempre por ser incapaz de tomarse las cosas en serio
25 febrero, 2024 22:51Noticias relacionadas
El dibujante francés René Pétillon (Lesneven, 1945 – París, 2018) se distinguió siempre, como el humorista nato que era, por ser incapaz de tomarse las cosas en serio, ya fuese la realidad política (como hizo durante su paso por el semanario Le canard enchainé), la literatura policial (creando su personaje estrella, el detective Jack Palmer, un tipo bajito, con una enorme nariz y envuelto en una gabardina que le llegaba hasta los pies cuya posición vital era el estupor permanente -no entendía nada de nada- y cuya forma de resolver los casos a los que se enfrentaba tenía más que ver con la suerte o la casualidad que con sus proezas detectivescas, que eran de pena), el islamismo radical (en el álbum El asunto del velo), el mundillo de la literatura (Los desaparecidos de Apostrophes), el supuesto glamour de la alta costura (El caso de la top model), el separatismo (El asunto corso), la religión católica (nació en una familia de panaderos meapilas que le fue muy útil a la hora de fabricar, junto a la dibujante Florence Cestac, Super Catho) y hasta el propio mundo de la historieta, del que sacó conclusiones asaz chuscas (Le prince de la BD).
Tratase el tema que tratase, con Pétillon siempe te tronchabas. O, por lo menos, ése fue siempre mi caso durante todos los años que me tiré leyéndole, hasta su fallecimiento por cáncer de pulmón en 2018. A veces lo podía leer en español, gracias a Norma Editorial, que publicó algunos libros suyos, pero habitualmente en francés, ya que nuestro hombre nunca llegó a ser un autor realmente popular en nuestro país. Lo descubrí a principios de los años 70 en las páginas de Pilote y no me separé de él hasta que la muerte se encargó del asunto. El humor de Pétillon fue evolucionando con el tiempo. Al principio, el artista optaba principalmente por el absurdo, como demostraba su inefable personaje Jack Palmer, alguien al que era evidente que Dios no lo había llamado por el camino de la investigación criminal. Inspirado por el humor de la revista norteamericana Mad y las películas de los hermanos Marx, Pétillon metía siempre a Palmer en unos fregados incomprensibles, pero hilarantes, que lo superaban claramente y que el detective resolvía como buenamente podía (a veces, sin hacer nada más que dejarse llevar de un lado a otro como un paquete). El mejor Palmer de la primera época es, para mí, La dent creuse (La muela careada, aunque no me consta que se tradujera jamás), en el que un personaje (un periodista en una rueda de prensa) tiene una intervención que resume a la perfección la visión del mundo que atesoraba el señor Pétillon: “¿Puedo repetir mi pregunta? Es que no he acabado de entenderla”.
Manteniendo el estupor vital de Palmer, Pétillon fue alejándose poco a poco del humor abstracto y delirante de sus inicios para permitirse abordar asuntos más o menos relacionados con la actualidad, que el pobre Jack todavía entendía menos. En Les disparus d´Apostrophes, me lo metía en el mundillo editorial francés al explicar las extrañas desapariciones sufridas por invitados al célebre programa de televisión de Bernard Pivot Apostrophes, permitiéndose algunas burlas crueles sobre autores a los que no soportaba. En El caso del velo, enredó a Palmer en el integrismo islámico, donde, bajo una falsa apariencia de humor amable (la falsa amabilidad fue siempre una especialidad del señor Pétillon), ponía a caldo a los extremistas de la barba. Algo parecido hizo con El asunto corso, sobre los separatistas de Córcega, tan obtusos como todos sus equivalentes globales (fue el álbum que más se vendió en Francia: 300.000 ejemplares; y lo adaptó al cine Alain Berberian en 2006 con Christian Clavier, que ya había interpretado a Astérix, en el papel de Jack Palmer). La moda y el comic, con Palmer por en medio y sin enterarse de nada, como de costumbre, fueron puesto a caldo de manera aparentemente amable en, respectivamente, El caso de la modelo y Le prince de la BD (álbum especialmente dedicado a los aficionados a la historieta que sabemos de primera mano la cantidad ingente de frikis y perturbados con los que uno puede llegar a cruzarse en ese mundo). Y así hasta un total de quince álbumes, de los cuales solo una pequeña parte ha sido traducida al español (Petillon tiene también más de veinte libros que recogen sus colaboraciones en Le canard enchainé, Charlie Hebdo y otras cabeceras de prestigio). En 1989 se le concedió el Gran Premio en el Salón del Comic de Angulema.
Junto a Gerard Lauzier, Martin Veyron o Régis Franc (del que nos ocuparemos a continuación), René Pétillon formó parte de una era dorada del humor gráfico francés que no ha gozado de la continuidad necesaria (o eso me parece a mí). Y le cabe el mérito especial de haber conseguido construir quince aventuras desopilantes para una no entidad como Jack Palmer, un inepto que no llega ni a tonto del culo porque hasta para eso hay que disponer de algo parecido a una personalidad propia. Pétillon sacó petróleo de esa nada con gabardina que era Jack Palmer, personaje que obliga a su creador a tener una mente mucho más retorcida de lo que aparentaba. Esa fue una de las especialidades de nuestro héroe: encastillarse en la ironía, sin llegar casi nunca al sarcasmo, para que su obra pareciera más amable de lo que lo era en realidad. De hecho, todos sus álbumes giran en torno a un único tema: la estupidez humana, que puede manifestarse en la religión católica, en el islamismo, en el separatismo, en la moda y hasta en la propia historieta. Y todas esas variantes de la estupidez estuvieron perfectamente vehiculadas por un badulaque como Jack Palmer, del que nunca se nos contó gran cosa: era como si hubiera caído en la tierra envuelto en su enorme gabardina y sin manual de instrucciones, convirtiéndose así en el visitante ideal de unos ambientes teóricamente razonables, pero en el fondo tan imbéciles y torpes como él.