El fatalismo hilarante de Martin Veyron
Tuvo la suerte de vivir una época de la historieta francesa en la que se permitían (y hasta funcionaban) muestras de humor tan peculiares como la suya
19 febrero, 2024 00:00El dibujante francés Martin Veyron (Dax, 1950), uno de mis humoristas gráficos preferidos de todos los tiempos, no se prodiga mucho últimamente. O se ha cansado de lo suyo o, simplemente, como otros tantos autores, se ha dado cuenta de que sus propuestas ya no encuentran la respuesta entusiasta que recibieron en sus buenos viejos tiempos. En 2001 le concedieron el Grand Prix del Salón de Angulema, que a veces es una especie de agradecimiento a los servicios prestados para viejas glorias a las que ya no se presta mucha atención. Como prueba de su posible desinterés por los tebeos (o, por lo menos, por los tebeos que a él le gusta dibujar), ahí está Tremolo Corazón, la novela que publicó en 1996 y que nunca se tradujo al español. Probó suerte como director de cine en 1985, adaptando su álbum de dos años antes L´amour propre, que la gente de El Víbora publicó en España con el título de El amor limpio (se perdía el juego de palabras original: propre significa limpio y propio) y que funcionó bastante bien, sin duda por el alto octanaje erótico de la propuesta -centrada en la búsqueda del punto G, si no recuerdo mal-, perfectamente compatible con el humor fatalista del autor y su incapacidad manifiesta para comportarse como un auténtico entusiasta de la experiencia vital.
Mucho menos caso se le hizo en nuestro país al personaje que, en mi opinión, lo define como autor y observador de la realidad personal, social y humana en general, Bernard Lermite (otro juego de palabras intraducible: Bernard Lermite es, en este caso, un nombre propio, pero Bernard l´hermite es como llaman los franceses al cangrejo ermitaño). El bueno de Bernard apareció por primera vez en 1977 en las páginas de la revista L´echo des savanes, y no tardó mucho en convertirse en el antihéroe más peculiar de la historieta francesa y puede que mundial (sus deplorables andanzas se recogieron en siete álbumes entre 1979 y 1993). Bernard era, según, el punto de vista, un pusilánime apoltronado o un lúcido fatalista que se había dado cuenta de que vida era una experiencia sobrevalorada, aunque a veces divertida, que no debía exigirle demasiada cooperación. Sus relaciones con las mujeres, que no podía dejar de perseguir, solían acabar fatal, y la cosa no le funcionaba mucho mejor con los amigos.
La especialidad de Bernard era abandonarse y rendirse (le recuerdo alimentándose de un puré de patatas que ha puesto bajo el grifo de agua caliente y comiendo directamente del cazo o entrando en un supermercado con un abrebotellas en la mano y dedicándose a deshacerse de las chapas de las cervezas y bebérselas in situ). ¿Su lema?: “La vida no se ceba con los que se rinden”.
Si disponías de un sentido del humor levemente retorcido, las tribulaciones del pobre Bernard resultaban hilarantes. Era un tipo instalado a perpetuidad en el estupor y la incomprensión vital que a veces intentaba comportarse como las personas normales, pero casi nunca lo lograba. Era entrañable, desesperante y muy, muy cómico. A Veyron le fascinaba la estupidez humana, como empezó a notarse en las tiras que publicó en Pilote sobre Raoul et Remy, les deux cretins (Raoul y Remy, los dos cretinos), así como en los guiones que escribió para Jean Marc Rochette sobre Edmond le cochon (Edmond el cerdo), recogidos en cuatro álbumes. La estupidez también había sido fuente de inspiración para el humor gráfico que practicó al principio de su carrera en cabeceras como Liberation, Paris Match o Le nouvel observateur.
Puede que con L´amour propre viviera sus momentos de máximo esplendor, consiguiendo, por su temática sexual, que lo leyera gente que jamás se habría acercado a una historieta de Bernard Lermite, pero es en estas donde se encuentra lo mejor de su producción, a la que añadió posteriormente algunas piezas de mérito. ¿Mis favoritas? Executive woman (1986), claro precedente de la mujer empoderada que no hizo mucha gracia en según que sectores feministas, y Betes, sales et mal elevés (Tontos, sucios y maleducados, 1987), sobre el mundo de la infancia (que hubo quien lo encontró un tanto cruel):de todos modos, ya estaba todo dicho en el título de un álbum de Bernard Lermite: Personalmente, no pienso tener hijos, pero los míos que hagan lo que quieran.
Martin Veyron tuvo la suerte de vivir una época de la historieta francesa en la que se permitían (y hasta funcionaban) muestras de humor tan peculiares como la suya (o las de Lauzier, Regis Franc o René Petillon). Tengo la impresión de que esas visiones del mundo dejaron de hacer gracia en un determinado momento, lo cual puede que, unido al cansancio de lo autores, acabó conduciendo a un humor más convencional y mucho menos interesante.
En 2016, Martin Veyron se reinventó con un libro excelente (editado en España por Norma Editorial) que no tenía nada que ver con su obra anterior. Se trataba de la adaptación de un relato de Tolstoi, ¿Cuánta tierra necesita un hombre?, el dibujo era más realista que nunca, el humor brillaba prácticamente por su ausencia y la cosa era una muy pulcra adaptación de un clásico. Curiosa elección, pensé cuando lo leí. Pero me gustó, y si al tipo que tanto me hizo reír hace años le ha dado ahora por evolucionar en esa dirección, no tengo nada que objetar. Echo de menos al gamberro fatalista que tan bien me lo hizo pasar de joven, pero acepto al señor mayor que publica lo que quiere cuando quiere. Me rindo a eso. Y ya se sabe que, como sostenía Bernard Lermite, la vida no se ceba con los que se rinden.