Claire Bretécher, en Montreal en una imagen de 1973

Claire Bretécher, en Montreal en una imagen de 1973 Gilles Desjardins (CC-BY-SA-4.0)

Artes

El costumbrismo cruel de Claire Bretecher

5 febrero, 2024 00:00

A la dibujante Claire Bretécher (Nantes, 1940 – París, 2020) le tocó abrirse camino en un mundo de hombres que, tal vez, empezaba a controlar su misoginia después del célebre mayo del 68 francés. Perteneciente a una familia burguesa y católica de Nantes, siempre quiso dedicarse a dibujar historietas, pero necesitó algo de tiempo para llegar a la conclusión de que tal cosa, que se le antojaba un sueño, podía hacerse realidad. Previamente, pasó por la escuela de Bellas Artes de su ciudad natal y ejerció la docencia en París durante menos de un año antes de reunir el valor para ir por ahí mostrando su material. El primero en darle una oportunidad fue el gran René Goscinny, quien, en 1962, le escribió a la señorita Bretécher la serie Le facteur Rhésus para una revista largamente difunta, L´os a moelle. A partir de ahí, las cosas resultaron ser más fáciles de lo previsto para la joven Claire, aunque unía al hándicap de ser mujer la evidencia de ser también extremadamente atractiva (sí, era rubia, pero nunca fue una rubia tonta, sino todo lo contrario). Tras pasar (metafóricamente) por las manos del papá de Asterix y del gran visir Iznogoud, Bretecher colaboró en revistas como Tintin (entre 1965 y 1966) o Spirou (de 1967 a 1971), antes de acabar en Pilote, el semanario creado por Goscinny en 1959 y que tuvo que abandonar por diferencias con la mayoría de los dibujantes, de forma totalmente injusta, cuando éstos -todos aspirantes a héroes del mayo del 68- lo tildaron de reaccionario, algo que el pobre René no había sido nunca: es lo que tienen las revoluciones, aunque sean tan ridículas como la del 68 francés, que pagan justos por pecadores (Bretécher siempre lo recordaría con un gran cariño).

Fiel al espíritu de la época, Claire Brétecher abandonó Pilote en 1972 para crear, junto a Marcel Gotlib y Nikita Mandryka, L´echo des savanes, revista en la que se dio vía libre a todo tipo de delirios inaceptables en una revista juvenil tan respetable como Pilote (destacando las obsesiones sexuales del señor Gotlib). Sin abandonar L´echo des savanes, nuestra heroína dio a luz en 1973 a su más feliz creación, Les frustrés, que se publicó a razón de una página por semana en Le nouvel observateur durante casi cuarenta años. Adelantándose al gran Gerard Lauzier, Bretécher se dedicó a reírse desde dentro de la izquierda de la época, poniendo al descubierto sus contradicciones y sin dejar títere sin cabeza (con ocasionales concesiones a la ternura). A diferencia de Lauzier, Bretécher incluyó una mirada feminista en su obra, pero siempre al servicio del humor, de la justicia y de las ganas de tocar las narices a los pioneros de la actual izquierda woke, hijos espurios del mayo del 68 cargados de pretensiones que nunca se compadecían muy bien con la vida que llevaban. Se publicaron cuatro tomos de Los frustrados entre 1975 y 1980 (dos fueron editados en España por Grijalbo en 1982 y 1984, aunque la pobre Claire nunca gozó de mucha popularidad en nuestro país).

El ajuste de cuentas semanal con su generación no le impidió crear personajes tan especiales como Cellulite (una princesa medieval en espera de un príncipe azul que nunca llega y cuyo padre es un maníaco sexual) o Agrippine (una adolescente rara no, lo siguiente, con la que Bretécher pretendía entender un poco mejor a unos jóvenes a los que cada día le costaba más intuir a donde querían ir a parar (hubo dos álbumes de Cellulite y ocho de Agrippine, de la que Norma Editorial publicó dos en los años 80, sin cosechar precisamente un gran impacto). Claire Bretécher conoció el éxito en Francia (Roland Barthes dijo de ella en 1976, a raíz de Les frustrés, que era el mejor sociólogo francés del momento, a lo que ella repuso, modestamente, que gracias, pero que solo pretendía dibujar historietas sobre la época y el entorno que le habían tocado vivir), pero en España nunca le hicimos mucho caso (y algo parecido le sucedería a Gerard Lauzier).

Claire Bretécher no solo impuso su presencia en un mundo de hombres (siempre reconoció la influencia del descacharrante Reiser, padre espiritual de nuestro Óscar Nebreda), sino que acabó convertida en un clásico de la historieta francesa, lo que le valió dos premios en el Salón del Comic de Angulema y una completa retrospectiva de su obra en el centro Pompidou de París. Con un grafismo aparentemente amable, su gran logro fue reflejar la sociedad de su época y las contradicciones de su generación, que era la del mayo del 68. Le molestaban los falsos intelectuales, los pedantes, los que decían una cosa y hacían otra y todos aquellos, en general, cuya existencia era una contradicción permanente de la que no eran conscientes. Pasó por varias revistas especializadas, pero su obra magna, Les frustrés, encontró su lugar en un semanario de información política y cultural. Y hasta tuvo tiempo para dedicar un álbum a nuestra Teresa de Jesús, La vie passionnée de Therese d´Avila (1980), que se publicó en España cuatro años después sin llamar demasiado la atención, como de costumbre, aunque constituía un ingenioso y particular acercamiento a nuestra querida santa.

Estaría bien que alguna editorial independiente nacional se atreviera a rescatar a Los frustrados y a Agripina, pero me temo que, como dijo el torero, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. También Lauzier ha desaparecido del mercado español, y aunque Roland Barthes nunca lo definió como el mejor sociólogo francés del momento, algunos pensamos que sí lo fue: completa información al respecto en el siguiente capítulo.