Las lluvias torrenciales causan estragos. Las imágenes de Valencia, Castilla-La Mancha o las de Cataluña tras el paso de la última DANA hablan por sí solas. Pueblos completamente devastados por el agua. Ellos no han sido los únicos que han pasado por esto a lo largo de la historia, es obvio, pero eso no hace menor la desgracia.
En Cataluña, por eso, hay un caso particular, que se sale de esta norma. Se trata de un municipio que quedó directamente sepultado bajo el agua: la iglesia, el cementerio, la escuela... Todo destruido por ella. Todo para un mayor bien común.
Dónde está
El lugar en cuestión ya no se puede visitar y si se hace, lo único que va a encontrar el curioso va a ser agua. Mucha agua. Aunque este 2024 apenas había. El sitio en cuestión es Sant Romà de Sau.
Conocido coloquialmente como Sau, sí el que da nombre al pantano, era una pequeña localidad con una historia que se remontaba varios siglos. Ubicado en la comarca de Osona, en la provincia de Barcelona, el pueblo estaba en una zona rural y montañosa, en la que los habitantes vivían principalmente de la agricultura y la ganadería.
Cómo era Sau
Este entorno era típico de muchas áreas rurales catalanas, con economías basadas en actividades agrícolas y una vida comunitaria en torno a su iglesia y a las tierras de cultivo. Su vida parecía ser como la de cualquier otro pueblo medieval, aunque había algo que destacaba.
La iglesia románica de Sant Romà, que aún es visible cuando el nivel de agua del embalse baja, era el corazón del pueblo. Construida en el siglo XI, es un excelente ejemplo de arquitectura románica catalana y servía tanto como lugar de culto como punto de reunión para los habitantes de la aldea. A su alrededor, las casas y pequeñas granjas se distribuían por el valle, conformando una comunidad pequeña pero estable y autosuficiente.
El proyecto que lo cambió todo
Pero todo eso cambió. El proyecto del embalse, planeado y ejecutado en la década de 1960, implicó el desplazamiento de los habitantes de Sant Romà de Sau, quienes tuvieron que abandonar sus hogares y sus tierras, trasladándose a localidades cercanas, en favor de esta masiva construcción que da luz y agua a millones de catalanes.
La decisión de construir el embalse fue motivada por la necesidad de abastecimiento de agua y producción de energía hidroeléctrica, lo que llevó al desalojo de este antiguo núcleo de población. El embalse de Sau, además, trajo consigo la desaparición de tierras fértiles y zonas de cultivo que habían sustentado a las familias locales por generaciones.
La primera propuesta
En honor a la verdad, cabe decir que este municipio ya empezaba a fallecer en los años 30 del siglo pasado. Vivía del carbón cuando otras fuentes de energía como el butano empezaban a desplazar esta materia prima. La población estaba cada vez más empobrecida y cada vez peor comunicada. La extinción del municipio se veía venir.
Fue a finales de 1920 cuando la confederación hidrográfica del pirineo oriental tuvo la iniciativa de proponer una presa en el río Ter. Levantar un muro para crear una caída de unos 80 metros que proporcionara electricidad a los pueblos y ciudades de alrededor.
Dicho y hecho. En 1931 la Segunda República aprueba el proyecto, pero con el levantamiento militar no fue hasta terminada la Guerra Civil que las obras no se iniciaron. Era 1942.
Hasta entonces, el municipio trataba de hacer vida normal. Iban a comprar el pan, a misa, pero desde que arrancó el proyecto, sus vidas cambiaron para siempre. Para empezar, curiosamente, vieron como su población aumentaba.
Una obra en condiciones indignas
El régimen franquista traía presos y trabajadores al lugar. Les pagaba una miseria: 10,5 pesetas el jornal, cobraban una peseta y media la hora extra. Si les daban un pan, quedaba descontado de la jornada.
Eran condiciones paupérrimas. El pueblo veía cómo su fin se acercaba. Se tenían que esconder cuando empezaban las primeras explosiones del terreno para hacer la presa. La vida era cada vez más difícil.
Algunos, explotados, pasaban los ratos muertos en las cantinas. Cuentan los lugareños que el juego y el alcohol corría sin parar, incluso en momentos se daban situaciones violentas. Todo estaba teñido de tristeza.
Algunos de los inmigrantes recién llegados de Andalucía y Extremadura vieron como eran tildados de charnegos, los republicanos eran forzados a cantar el cara el sol y sumirse a la falta de libertades propias del régimen franquista. Algunos recuerdan que incluso el cura de Sant Romà de Sau, la famosa ermita que aún sobrevive, los expulsó cuando se acercaban por allí y empezaban a cantar.
El documental
Las condiciones fueron tremendas. Se construyeron nuevas viviendas para los trabajadores. Algunas de ellas, todavía quedan en pie. Pero a medida que avanzaban los trabajos, los habitantes de Sau tuvieron que reubicarse. Eso sin contar la cantidad de muertes que hubo por las pésimas condiciones de seguridad laboral.
Esas historias parecen haber quedado sepultada bajo las aguas. “Las instituciones nunca se preocuparon de hacer la historia de los pantanadores”, recuerdan uno de ellos en el documental coproducido por El 9 TV y la Xarxa+ de televisiones locales de Cataluña. De allí han salido las imágenes que han causado furor en las redes.
Un pueblo recordado
Gracias a este reportaje de más de una hora, la vida de gente de Sau, de sus trabajadores, de los migrantes y familias que vivieron y vinieron aquí y tuvieron que abandonar sus hogares y trabajos e incluso perdieron la vida por esta presa que ahora alumbra a millones de personas, no quedará en el olvido.
Este cambio alteró profundamente el paisaje y la vida de los antiguos habitantes de Sau, dejando atrás una historia que, con el tiempo, se ha ido transformando en un legado simbólico que pervive a través de la imagen de la iglesia sumergida. Cada vez que el nivel del agua baja, la torre de la iglesia románica reaparece, recordando a los visitantes y a las generaciones actuales la existencia de un pueblo que fue sacrificado en pos del desarrollo y la modernización de la infraestructura hídrica de la región.
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