Ray Davies, cantante de los Kinks

Ray Davies, cantante de los Kinks

Examen a los protagonistas

Ray Davies

Un chico listo de barrio

30 junio, 2024 00:00

Todos los ídolos de mi adolescencia y juventud están muertos o hechos unos carcamales, con dos excepciones: Paul McCartney y Mick Jagger (éste parece haber firmado un pacto con el diablo, personaje por el que hasta ahora solo sentía cierta compasión, como dejó bien claro en la canción de los Stones Sympathy for the devil). Mi héroe de los años 60 y 70, Ray Davies, líder de los Kinks (terceros en discordia en la pugna Beatles versus Rolling Stones), acaba de cumplir ochenta años y, aunque no está tan brioso como Jagger, aguanta el tipo con mucha dignidad, incluida la musical: sus dos últimos discos, Americana y Americana II, grabados con los Jayhawks, estaban francamente bien. Y hace poco se le ocurrió, por envidia reconocida de los Stones, que estaba pensando seriamente en reformar a los Kinks y lanzarlos a la carretera (yo de él no lo haría, pero cada uno se enfrenta a su inminente senilidad como puede). El tío Ray está mayor y, como suele sucederles a muchas estrellas británicas del pop, se le ha puesto cierta pinta de señora mayor, al igual que su hermano Dave, con el que siempre ha estado a la greña (los hermanos Gallagher, de Oasis, les imitaron en los años 90, pero con muy poca gracia). En estos momentos, no sé si habrá gira de los Kinks o si aparecerá Americana III, pero todo lo que haga el señor Davies me parecerá bien.

Tardé un poco en descubrir a los Kinks y disfrutar de sus canciones. Fue en los años 70, cuando Ray Davies se había embarcado en la composición de unas divertidas operetas que los puristas del rock consideraban abominables, aunque a mí me encantaron: Preservation (dos partes, tres elepés), Soap Opera, Schoolboys in disgrace… A partir de ahí, revisé toda la carrera del grupo y me fui comprando sus nuevos discos, convirtiéndome en fan absoluto, entre otros motivos porque a los Beatles y a los Stones me los había encontrado hasta en la sopa, pero a los Kinks tuve que descubrirlos por mis propios medios (y coincido con la teoría de que inventaron el punk en 1964 con You really got me).

Si algo me fascinó especialmente del señor Davies fue su voluntad de erigirse en una especie de cronista social del país y la época que le habían tocado en suerte. Un rocker que es al mismo tiempo un cronista irónico al que no se le escapa ni una es una rara avis en el panorama musical internacional. Y su habilidad para las baladas de intenso lirismo (véase Waterloo Sunset) podía convivir con las estridencias (dentro de un orden). Musicalmente, se nutría del rock y el soul, pero también de las canciones de borrachos que cantaban los miembros de su familia en su pub favorito de Muswell Hill, el barrio cutre de Londres en el que vino al mundo. Y si no tengo todos sus discos, pocos me faltarán (hasta tengo su película para televisión Return to Waterloo, que es una preciosidad).

Al tío Ray le han caído los ochenta y aprovecho para felicitarle con esta columna que nunca leerá. Puede que esté viejo, calvo y con pinta de yaya británica de la postguerra, pero pienso comprarme lo próximo que grabe, si es que graba algo, cosa que le agradecería. No hay dos sin tres, querido tío Ray, así qué…¿Para cuándo Americana III? (y olvídate de la gira con los Kinks, no te vaya a dar un parraque).