Julian Assange, en la embajada británica de Ecuador en 2014

Julian Assange, en la embajada británica de Ecuador en 2014 Cancillería de Ecuador

Examen a los protagonistas

Julian Assange

¿Héroe o traidor?

30 junio, 2024 00:00

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Julian Assange (nacido Julian Paul Hawkins en Townsville, Queensland, Australia en 1971) no se ha salido exactamente de rositas del asunto Wikileaks (la compañía que fundó en el 2006), pero parece haberse quitado un peso de encima con la decisión de Estados Unidos de no juzgarle por alta traición y de imponerle una pena que ha cumplido de sobras, entre los siete años que se tiró encerrado en la embajada de Ecuador en Londres y los cuatro que se ha chupado en una cárcel británica de alta seguridad (confiemos en que no gane las elecciones Donald Trump, revoque la orden y lo haga fusilar al amanecer por un escuadrón de cadetes de West Point).

Julian Assange (apellido heredado de su padrastro, sus padres se divorciaron cuando él aún estaba en el vientre de su madre), ya era un hacker consumado a los dieciséis años. La policía australiana lo detuvo en 1991 por colarse en un montón de sistemas informáticos a los que no había sido invitado a entrar. Montó Wikileaks a los treinta y cinco años y dio inicio a su carrera de justiciero internacional y campeón de la libertad de expresión. Según su segundo de a bordo, un alemán cuyo nombre he olvidado (en la biopic con Benedict Cumberbatch lo interpretaba el actor hispano-germánico Daniel Brühl), Julian ansiaba ser famoso, aplicaba un trato despótico a sus subordinados y se ponía como las cabras cuando alguien le llevaba la contraria. Convencido de que el fin justifica los medios, acabó de volver tarumba al/a la soldado Bradley/Chelsea Manning, un infeliz que no sabía si era un hombre o una mujer, sacándole todo tipo de información comprometedora para los intereses nacionales de los Estados Unidos (avisar al enemigo de donde estaban las tropas se parece bastante a la alta traición), para luego dejarlo tirado y que se apañara como pudiera (a la pobre Chelsea le pasó de todo, y nada bueno).

El caso es que Julian Assange se convirtió en un héroe para unos y en un traidor para otros. Estados Unidos pedía su extradición. En Suecia lo acusaban de violación (aunque con escasa verosimilitud). Se refugió en la embajada ecuatoriana en Londres, donde recibía de vez en cuando la visita de la neumática actriz Pamela Anderson, vigilante de la playa reciclada en Teresa de Calcuta. Desde Londres, empezó a meterse donde no le llamaban, como cuando se mostró extremadamente comprensivo con Puigdemont y su cuadrilla. Por no hablar de su silencio absoluto sobre las siniestras actividades de Vladimir Putin, lo que hizo correr el rumor, ni confirmado ni desmentido, de que estaba a sueldo del Kremlin. Pese a la embajada y la cárcel, tuvo tiempo de casarse con una abogada australiana y tener dos hijos con ella. Ahora que es un hombre libre, no sabemos a qué piensa dedicarse.

Reconozco que el tipo nunca me ha acabado de caer bien. Siempre me ha parecido un iluminado endiosado de esos que causan más perjuicios de los que reparan, pero me alegro de su final feliz, no por él, sino por el bien de la libertad de expresión. En cuanto a la condena que tal vez merecía, creo que la ha cumplido de sobras con los once años que se ha tirado encerrado en una embajada y una prisión. A ver con qué nos sorprende ahora, pues esta clase de gente no contempla la posibilidad de llevar una vida tan tranquila como el personaje de la canción de Ray Davies All I want is a quiet life.