Carles Puigdemont
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Carles Puigdemont y Pedro Sánchez escenificaron ayer ante los ojos de toda Europa la deriva en la que vive instalada la política española desde que el presidente del Gobierno accedió a ponerse en manos de los partidos secesionistas catalanes y vascos para mantener el poder en esta legislatura. La dependencia del PSOE de formaciones como Junts per Catalunya (JxCat) y ERC ha insuflado a éstas el oxígeno que necesitaban tras sus últimas debacles electorales, y ahora se sienten fuertes para redoblar sus exigencias identitarias y populistas, sabedoras de que los socialistas están a su merced.
Por tanto, no sorprende que el expresidente de la Generalitat fugado de la justicia, ahora diputado de Junts en el Parlamento Europeo, plantara ayer cara a Sánchez en tan solemne escenario y le criticara por, entre otras cuestiones, no haber logrado que el catalán sea reconocido como idioma oficial en la UE. Tan envalentonado se siente el prófugo gracias a las cesiones del Gobierno -entre ellas, una ley de amnistía a su medida- que se atreve incluso a amenazarle: "Por miedo o por incapacidad, las consecuencias nunca son agradables", advirtió el exmandatario convergente a Sánchez.
Como guinda del pastel, Puigdemont también avaló ayer los gravísimos ataques de la diputada de Junts Míriam Nogueras en el Congreso contra jueces, periodistas y otros servidores públicos que considera no afines a su causa nacionalista. La excusa de la "concordia" que tanto esgrime Sánchez para justificar su entrega a los secesionistas brilla, por tanto, justo por lo contrario. La crispación y el populismo del procés se han contagiado a la política española y, a tenor de lo visto ayer en la Eurocámara, corre el riesgo de hacerlo también en Europa.