Jordi Hereu
Cómo sobrevivir a un tranvía
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Jordi Hereu (Barcelona, 1965) pasó desafortunadamente a la historia como el alcalde que organizó un referéndum sobre la pertinencia de instalar un tranvía en la Diagonal y lo perdió un día del infausto mes de mayo del año 2010. Aunque fue alcalde de su ciudad entre el 2006 y el 2011, su (posible) buena gestión (yo creo que fue mejor que la de su antecesor, Joan Clos, al que se recuerda sobre todo por su obsesión con Carlinhos Brown, músico brasileño que, gracias a él, se pasaba la vida en Barcelona y del que no descarto que fuese el responsable de que Clos acabara haciendo de Rei Momo en una rúa de carnaval ataviado con una camiseta que le iba pequeña), pasó inadvertida (aunque algo hizo por la fluidez del tráfico y, sobre todo, no dejó la ciudad peor de lo que la había encontrado, como sí ha sido el caso de Ada Colau) y solo se le recuerda por el desastroso referéndum de marras, donde el 87% de los cuatro gatos que se tomaron la molestia de ir a votar se opuso a ese tranvía llamado a unir la plaza Macià con el Paseo de Gracia. Yo entonces, como ahora, sigo sin tener claro si lo del citado tranvía es un plan razonable o una idea de bombero, así que me abstuve en su momento de dar mi opinión y sigo absteniéndome ahora, cuando parece que el tranvía va a ser una realidad, aunque no se sepa muy bien cuando.
Lo peor que hizo Hereu en aquella ocasión fue intentar salvar el pellejo ofreciendo la cabeza de un secuaz cuyo nombre no recuerdo, pero la cosa no coló. El pueblo barcelonés, tan tolerante y hasta pasota para otras cosas, quería sangre, y Hereu tuvo que acabar quitándose de en medio (o, mejor dicho, lo quitaron de en medio los votantes en las siguientes elecciones municipales). Y lo perdimos de vista hasta que nos enteramos de que era el presidente de Hispasat (entre 2020 y 2023). Yo lo conocí en esa época, durante la presentación de un libro de Joan Ferran que me tocó compartir con Albert Soler y Sergio Fidalgo y a la que asistió lo menos sectario del PSC. Reconozco que me sorprendió gratamente descubrir que el señor Hereu era un tipo muy simpático y dotado de sentido del humor que hasta encajaba bien las bromas de mal gusto (no se me ocurrió nada mejor que decirle que su figura se había agigantado tras la gestión de Ada Colau: otro me habría soltado alguna merecida inconveniencia).
Jordi Hereu acaba de ser nombrado ministro de Industria en el nuevo (o semi nuevo) gobierno de Pedro Sánchez, lo cual me tomo como una inmejorable manera de volver a la política tras haberla tenido que abandonar por presión popular. No sé si es el hombre ideal para el cargo, pues tampoco sé gran cosa de él en general (aparte de que admiraba a Willy Brandt y a Olof Palme y que, como la mayoría de políticos catalanes, pasó en su infancia por los boy scouts locales), pero creo en su buena intención y eso es algo que, tal como está el patio, ya me vale (uno cada vez se conforma con menos). El hecho de que me caiga bien no es suficiente para confiar en su gestión, pero saber que hay, por lo menos, un ministro con sentido del humor que no se ha distinguido por ser un sicofante de Sánchez me aporta cierta tranquilidad. Podría añadir que ésta es su oportunidad de redimirse del fiasco de la Diagonal, pero no sé si mucha gente lo recuerda en Cataluña. Y juraría que, en España, nadie.