Irene Montero
Esos hombres de 40 y 50 años
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La señora Pilar Llop se despidió del ministerio de Justicia diciendo que un cargo es algo a lo que hay que saber llegar y, sobre todo, de lo que hay que saber irse. No sé si su alocución fue anterior o posterior a la de Irene Montero (Madrid, 1988), pero sonaba a una indirecta hacia ella, que abandonó su cargo de ministra de Igualdad dando un portazo y adoptando una actitud pueril, de niña contrariada, que no me sorprendió en absoluto, pero me hizo pensar una vez más en qué manos hemos estado los españoles durante los últimos años en el terreno de la igualdad entre sexos. Tras dejar claro que Pedro Sánchez las había echado del gobierno a ella y a sus amigas de Podemos (lo cual es cierto, pero previsible, pues se habían convertido en un incordio para él), Montero se permitió darle a su sucesora unos consejos que ésta, evidentemente, no le había pedido. Concretamente, le dijo que tenía que ser incómoda, pero no incómoda en general, sino incómoda para un misterioso grupo de “hombres de cuarenta y cincuenta años” que, al parecer, rodean a Sánchez y me lo llevan por el mal camino en cuestiones feministas.
Me pregunto quiénes deben ser “esos hombres de cuarenta y cincuenta años”. Y por qué son tan malos. Y por qué esa maldad solo se da, aparentemente, en varones comprendidos entre la cuarentena y la cincuentena. Intento imaginarlos y solo consigo visualizar a Sánchez en un sótano lóbrego, rodeado por unos tipos de cuarenta y cincuenta años vestidos con túnicas negras y con el rostro oculto bajo un capuchón de penitente o de miembro del Ku Klux Klan, bebiendo pacharán. ¿A quién tendría en la cabecita Irene cuando se refería a esos misteriosos asesores que, aparentemente, están detrás de su cese? ¿Quién compone esa especie de Club Bilderberg de machirulos conjurados en su contra y en la de Podemos? Misterio.
Yo creo que, cuando te cesan, lo mejor es adoptar una actitud a lo Pilar Llop. Es decir, encajar estoicamente la patada en el culo, recordar que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio y, como decía Pavese, apretar los dientes y seguir adelante. Lo de ponerse a hacer pucheritos resulta ridículo, contraproducente y, sobre todo, inútil, pues el que acaba de prescindir de tus servicios no va a rectificar porque tú muestres tu enfado ante una medida que consideras injusta. A fin de cuentas, lo que el Señor (Sánchez) te da, el Señor (Sánchez) te lo quita. Y si el maridito que te dio el cargo por la patilla (o por la coleta) no está ahí para defenderte porque ha preferido irse a hacer de tertuliano financiado por un millonario trotskista, pues chica, ¿qué quieres que te diga?, ¡san Joderse cayó en lunes!
Los cargos políticos vienen y van y no hay que tomárselos como algo que te mereces cuando te los dan y una ofensa imperdonable cuando te los quitan. Pero Irene Montero tuvo que mantenerse fiel a sí misma y perseverar en la misma actitud sobrada y perdonavidas que la distinguió durante su temporada al frente del ministerio de Igualdad. “Nos echan porque hicimos lo que dijimos que haríamos”, le dijo Irene a su amiga Ione (otra damnificada de la reestructuración ministerial). Y es que Irene no solo se representaba a sí misma, sino a todas las mujeres progresistas de España, al feminismo fetén en pleno, a la izquierda realmente progresista y, en última instancia, al estadio más avanzado de la civilización.
No voy a destacar de nuevo la colección de chapuzas y salidas de pata de banco en que ha consistido la gestión (por llamarla de alguna manera) de Irene Montero en nombre de la igualdad, pues están en la mente de todos. Me limito hoy, pues, a hacerme cruces una vez más de lo sobrada que va nuestra Irene y la auto importancia que se gasta. Prefiero la actitud de su fiel Pam, que no ha dicho esta boca es mía, tal vez porque anda preparando unas oposiciones un tanto de chichinabo a un curro de los de poco más de 2000 euros al mes, lo cual debe ser molesto para alguien que se ha tirado unos añitos cobrando más de 10000 machacantes mensuales por decir que donde esté la masturbación femenina, que se quite la ofensiva penetración masculina.
No sabemos a qué se va a dedicar Irene Montero a partir de ahora, pero como antes de ser ministra tampoco sabíamos gran cosa de ella (aparte de que había trabajado en un supermercado), pues supongo que da lo mismo. Lo siento por parte del colectivo LGBTI etc. Y por la comunidad trans. Pero hay un sector del feminismo que no la va a echar precisamente de menos, y un segmento de la izquierda de toda la vida que tampoco. En cuanto a esos hombres de cuarenta y cincuenta años responsables de su caída en desgracia (y, por extensión, de todo lo malo que sucede en España), sigo sin averiguar quiénes son, pero algo me dice que deben estarse preparando para pillar una buena tajada junto a Pedro Sánchez en el lóbrego sótano en el que conspiran contra el feminismo y el progreso de la sociedad española. Porque no bebo y no los conozco, que, si no, me sumaba al jolgorio.