Josep González Cambray
¿Para qué educar cuando puedes salvar la lengua?
El actual consejero de Educación de la Generalitat de Cataluña, Josep González Cambray (me resisto a ponerle al revés el acento de González, aunque él insista en ello: se ponga como se ponga, es incorrecto y falso) pertenece a ese inmenso contingente de lazis a los que la cultura y la educación les parecen asuntos menores en comparación con el único que realmente importa: la preservación de la lengua catalana. En el departamento de Cultura, las cosas siempre han funcionado así desde los tiempos de Jordi Pujol: importaba menos el interés cultural de una obra que el idioma en el que se llevaba a cabo (de ahí, entre otras cosas, el desprecio oficial hacia el arte, la fotografía o los comics, medios en los que el idioma no ocupa un lugar fundamental). Y en el de Educación, tres cuartos de lo mismo, aunque la presencia de González Cambray lo ha puesto aún más en evidencia. En teoría, nuestro hombre debería cuidar la enseñanza de nuestros menores; en la práctica, lo único que le interesa es la imposición del catalán y la tan deseada como imposible marginación (o, a ser posible, eliminación) del castellano.
Lo primero en lo que te fijas cuando ves al señor González Cambray es en que su lazo amarillo es de los más grandes que se fabrican para solapa. Da la impresión de que, cuando llega la hora de irse a dormir, se lo pasa del traje a la chaqueta del pijama, si es que no tiene ya uno especialmente diseñado (más blandito, por ejemplo) para sobar de manera patriótica. Lo suyo es, en el fondo, una variación de lo que decía el gran Lluís Salvadó sobre la adjudicación de cargos oficiales a las mujeres: en caso de duda, premiar a la que tenga las tetas más grandes. En la tesitura del consejero Cambray, la cosa sería: "Ande o no ande, lazo grande". Y es que ese lazo es la representación física de lo que ocupa la mayor parte de su cabeza: la independencia del terruño, a largo plazo, y la eliminación del castellano, a corto o medio plazo.
Con la tolerancia o connivencia del Gobierno (Sánchez va siempre a lo suyo, como todos sabemos), González Cambray se ha pasado por el forro la orden judicial de impartir un 25% de las clases en castellano en Cataluña. No sé cuánto le durará el momio, pues no se ha acabado la pugna en instancias judiciales, pero de momento se le ve muy satisfecho con el asunto, que le preocupa mucho más que la calidad de la enseñanza, los derechos de los alumnos y las reivindicaciones de los profesores. Aunque tiene a una gran parte de éstos en contra, pues no entienden la mayoría de sus iniciativas, a él le da lo mismo porque lo primordial era declararle la guerra al castellano sin acabar en el trullo (de momento). Si alumnos y profesores se achicharran de calor en las aulas, González les envía unos ventiladores y que se apañen. Si a alguien no le convence el nuevo calendario escolar, que lo zurzan. El (supuesto) consejero de Educación pisa fuerte y va a lo suyo y, como dicen en el ejército, el que venga atrás, que arree. Si alguna vez se siente flaquear y alberga en su interior algo parecido a la duda, no se nota. Probablemente, respira fuerte, se compra un lazo amarillo más grande para la solapa del traje y del pijama y tira para adelante, convencido, como los Blues Brothers, de que está en una misión de Dios.
No es que le sobren los motivos para estar completamente tranquilo, pues los defensores de la escuela bilingüe le siguen buscando las cosquillas en los juzgados, pero se comporta como si hubiese ganado la madre de todas las batallas. Yo diría que alguien tan tonto como para creer que puede eliminar la lengua española entre los tiernos infantes catalanes no es la persona más adecuada para estar al frente del departamento de Educación de un gobierno regional. Pero si nos atenemos al método Salvadó para la adjudicación de cargos, González Cambray se ha ganado el suyo a pulso.