Andrés Trapiello
La funesta manía de pensar
Aunque Carlos Mármol ya dijo todo lo que había que decir al respecto en un espléndido artículo en Letra Global, el caso Trapiello merece que el afectado ocupe el lugar de honor en esta sección dominical. Les supongo informados del asunto: al escritor Andrés Trapiello le conceden la medalla de oro de la Comunidad de Madrid y saltan un par de mindundis del PSOE madrileño a quejarse (acusación implícita de que el autor es un pepero infame); a Pepu Hernández, jefe de la oposición, la medalla se le atraganta; Mar Espinar, la portavoz de Cultura, tilda a Trapiello de revisionista por no ser un progresista de campanillas según los criterios que impone Su Sanchidad. Afortunadamente, el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, desautoriza a estos dos grandes intelectuales, retira en su nombre la acusación de revisionismo (que, además, suena a estalinismo que atufa), habla maravillas del recién insultado, aboga porque no se mezcle la escritura con la política y da el asunto por zanjado: Trapiello merece su medalla y no hay más que hablar.
De acuerdo, pero ya se ha producido un incidente fruto del sectarismo y la mala fe que no debería haber tenido lugar, protagonizado por un antiguo entrenador deportivo y una señora que no sabemos muy bien de dónde sale ni qué ha hecho para ser nombrada portavoz de Cultura, aunque sea en una institución regional. Y cuando dos mindundis se atreven a dar la nota sin mediar ninguna provocación es porque se sienten respaldados por quién los ha puesto donde están, y no hay que descartar que crean estar haciendo méritos cuando acusan de revisionista a un escritor al que probablemente no han leído (como apunta el señor ministro), pero del que saben que no forma parte, a diferencia de ellos, del club de fans de Pedro Sánchez. Por parte del PP, no es descartable que tampoco ahí hayan leído a Trapiello, pero traten de atraérselo con la medallita, pues nunca viene mal un intelectual de prestigio en una formación política en la que no abundan precisamente. En cualquier caso, Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) ha escrito mucho sobre Madrid, lo sabe todo del Rastro (donde a veces lo acompaña mi amigo Ignacio Vidal-Folch, aunque no sé si se lleva a Chucky, su muñeco diabólico, o si se lo deja en casa), se convirtió en madrileño por decisión propia y lo raro es que no tuviera desde hace años la medallita de la discordia.
Intuyo que para Pepu y Mar, el problema de Trapiello consiste en no ser del PSOE actualmente, aunque lo haya votado en el pasado. Si no fuesen dos (presuntos) paniaguados, entenderían perfectamente que no se puede ser del PSOE cuando ese partido se ha convertido en el cortijo de un arribista al que le da lo mismo ocho que ochenta con tal de conservar su sillón. Trapiello tampoco es dado a participar en manifiestos de los usuales “abajo firmantes”, cosa que lo convierte en sospechoso de ser del PP para cualquier sectario sanchista que se precie (y si el PP cree que lo va a comprar con medallas, que se vaya calzando). Insinúa el señor ministro que el entrenador y la intelectual no deben haber leído a Trapiello, pero eso no es excusa: yo tampoco me he tragado los 23 tomos de sus diarios y no he pasado de sus artículos de prensa, pero me parece un intelectual lúcido y honesto que, además, se ha hartado de escribir sobre Madrid. Y sobre temas más delicados, como la guerra civil, en los que, a la que te descuidas, te retiran el carné de progre los guardianes de las esencias republicanas. Para los sectarios, solo hay una aproximación canónica a los temas que (creen que) les competen. Por eso somos legión los que nos hemos pasado la vida escribiendo sobre nuestra ciudad, pero se nos ha ignorado por no hacerlo desde la perspectiva correcta: los de Barcelona sabemos mucho de eso.