Josep Lluís Carod-Rovira
Cómo caerle mal a todo el mundo
Josep Lluís Carod-Rovira (Cambrils, 1952) podría, sin esforzarse mucho, escribir un libro que fuera la antítesis del célebre manual de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir en la sociedad. Para quien quiera seguir su discutible ejemplo, sería de gran utilidad un texto en el que Carod explicara los pasos que ha dado a lo largo de su existencia para convertirse en el personaje tremendamente desagradable que es en la actualidad. Van Gaal le diría: “Tú siempre negatifo, nunca positifo”. De su boca nunca ha salido un concepto que sirviera para fomentar la armonía, la solidaridad o la empatía entre los seres humanos. Poseído por un incomprensible odio a España (pese a tener un padre baturro), cada vez que habla o escribe algo es para proponer alguna manera de jorobar al vecino. Ahora se ha descolgado con que tenemos que hacer daño a España en el bolsillo, atentando contra sus intereses económicos y sin darse cuenta de que Cataluña, que hasta nueva orden forma parte de España, saldría seriamente dañada del envite. Solo le ha dado la razón un tipo tan influyente como Albano Dante Fachín, el peronista tonto (en oposición al peronista listo, que es Gerardo Pisarello), y puede que lo haya hecho porque aún no se ha enterado de que el de Cambrils ya no pinta nada en ERC (partido que se resiste a ficharlo, al igual que la CUP, aunque él cada día interpreta mejor el papel del medrador y servil que aspira a que le echen algo en algún comedero independentista: estuvo triunfal hace unos días, cuando denunció que el hotel Arts no tenía web en catalán y luego resultó que sí la tenía, pero que el muy zoquete no la había encontrado porque parece que no se aclara mucho con esto del internet).
Recuerdo a Carod-Rovira en un programa de televisión de difusión nacional (estatal, diría él) en el que se enfrentaba a las preguntas de un nutrido público, y cómo consiguió que todos lo odiaran nada más empezar. Cuando un señor del público le llamó José Luis (porque no sabía pronunciar ese nombre en su versión catalana), Carod le espetó que él se llamaba Josep Lluís “aquí y en la China popular” (donde no saben quién es, intuyo). Con esa regañina, ya consiguió alienarse a todo el respetable durante la hora y pico siguiente. ¿No es maravilloso? Inepto y sobrado, Carod va por el mundo repartiendo broncas. Y cuando tiene alguna responsabilidad de gobierno es capaz de meter la pata a lo grande, como cuando se reunió con ETA para pedirle por favor a esa banda de asesinos patrióticos que no atentara en su querida Cataluña (o, lo que es lo mismo, que, por él, podían seguir matando a quien quisieran en Euskadi y en el resto de España).
Aunque carece del más elemental sentido del humor (más allá de la rechifla no deseada que genera a su paso), a veces intenta hacerse el gracioso, como cuando el numerito de la corona de espinas en un viaje a Tierra Santa con el pobre Pasqual Maragall, que lo tuvo que sufrir en el primer tripartito. Lamentablemente para él, Cataluña cada día le presta menos atención y se ve condenado a escupir su veneno en Can Partal o en cualquier medio lazi que tenga el detalle de pedirle una columnita de opinión. No sé a qué se dedica actualmente, más allá de meter cizaña con sus artículos en diarios subvencionados por el régimen. Por eso creo que debería aprovechar todo ese tiempo que tiene libre para escribir su libro anti-Carnegie. Cómo ser muy desagradable y caerle mal a todo el mundo es el título que, humildemente, le sugiero.