Lo que sucede en el Teatre Lliure hasta el próximo 5 de mayo con El día del Watusi es algo pocas veces visto. En primer lugar, las entradas se agotaron antes de empezar las funciones. En segundo lugar, eso ha sucedido con una obra hecha en castellano desde un teatro público catalán, muestra tal vez del interés de ver obras habladas en esta lengua en la cartelera barcelonesa.
La apuesta además es de un gran riesgo. Su director y dramaturgo, Iván Morales, ha condensando las cerca de 1.000 páginas de la trilogía homónima de Francisco Casavella en un solo montaje. Los mismos protagonistas (Enric Auquer, Bruna Cusí, Vicenta Ndongo, Guillem Balart, David Climent, Xavi Sáez y Raquel Ferri) pasan por la piel de los múltiples e icónicos personajes de esa Barcelona de la Transición que tan bien supo retratar el escritor catalán.
La historia de Fernando Atienza, un ladrón de coches de la zona de Montjuïc de Barcelona, sirvió a Casavella y sirve a Morales para poner sobre el escenario una ciudad que quedó apartada y fue sepultada con el sueño Olímpico. Una Barcelona en la que las familias migradas e hijos de estos levantaron una Cataluña golpeada por el franquismo y que luego fueron borradas de la foto, ignoradas por la historia, cuando ellos también la forjaron.
La obra se convierte así en una reivindicación, un recuerdo hecho palabra, cuerpo y teatro, de esas personas y sus vivencias, sus miserias y sus pequeñas alegrías. Un montaje que, como bien dice Vicenta Ndongo en esta entrevista con Crónica Directo, pone sobre el escenario a unos personajes que, por razones X, no suelen ser protagonistas del teatro ni de la historia. Tal vez un motivo más del éxito de público que ha conseguido El día del Watusi.
- ¿Cuántos personajes hace?
- (se pone a contar) Siete. Son muy diferentes entre ellos, pero es muy bonito. Son tres partes muy distintas entre ellas, algunos tienen continuidad y otros no.
- En rueda de prensa habló que dos de ellos son los que más le han marcado.
- Un es El exacto, que es un pequeño homenaje que le hago a Ricardo Mola. Pero realmente son la madre y Vilabrafin son los que tienen mayor grosor y son los que más acompañan al protagonista. Una por ser la madre y el otro es un marqués político que está en campaña.
- La obra es muy política. ¿Puede seguir levantando ampollas?
- Es política porque habla de unas clases sociales que no acostumbran a salir en escena como protagonistas. Como mínimo, en Cataluña. Y mientras avanza la historia ves el trasfondo político en el que viven los personajes.
- ¿Por qué no se habla de estas clases sociales?
- Bueno, aparece un Max Estrella en Luces de bohemia. Pero era otra época. Pero desde la Transición a ahora, en Cataluña no se han tratado mucho, pero en cambio en Madrid sí. No sé porqué. En Madrid sí se ha hablado mucho, Lima por ejemplo. No sé porqué en Cataluña no se ha hecho. Tal vez era hora de ver algo como El día del Watusí que habla de estos personajes que conforman este tejido social.
- En cualquier caso, su director y el equipo hablan de que la obra habla de una Barcelona en la sombra. ¿Quiénes la conformarían?
- Primero de todo, gente migrada, gente de pocos recursos. Son gente que forma parte de este tejido social y han hecho mucho por esta Barcelona, porque son trabajadores y la han levantado igual que los otros, pero han estado usados por un mundo en el que no tienen posibilidad a ser escuchados, visibilizados. Son gente invisible. No se les ve. Eso pasa con el turismo. Hay lugares que no interesa que se vean. Pasó en el 92. Por un lado, lo entiendo, pero son gente de clase media, baja que forman parte de esta Barcelona y muchos somos hijos de esta gente. Tal vez ahora toca hablar de esto.
- Todos formamos parte de ellos de algún modo, ¿no?
- ¡Dime quién no! Somos más, pero la cultura siempre ha estado en manos de otros.
- Pero dice que el teatro, que parecía del pueblo, se ha olvidado de ello.
- Eso me hace mucha gracia. Si te fijas en los Molière y demás, que decían ser muy del pueblo, lo que retrataban era lo que el rey quería. Son encargos. Y estamos en lo mismo. Tal vez ahora hay más libertades, pero están más constreñidas por un sistema. Cada tanto hay gente, como Iván, que se cuela y espero que vayan saliendo más.
- ¿Hay un bloqueo a estas generaciones?
- El poder tiene eso, tiene un vicio muy grande: no dejar ir ni dejar que otros se expresen. El poder es vicioso, es goloso.
- De hecho, uno de sus personajes es un poderoso que se aprovecha del resto.
- Sí, el marqués manipula, a través de otros que también lo manipulan a él, que lo sabe. Esa historia de los sobres, que, si yo te he dado uno, tú haces lo que yo te diga. También está El periodista iluminado, que no acepta ese dinero, pero que al final sí. Imagino que es muy difícil.
- Al menos, lo parece. Tanto que no ha cambiado este método de corrupción.
- Es que, cuando estás en el poder, yo no sé si es fácil decir no a muchas cosas. Quizás es más fácil verlo desde fuera, pero cuando estás, debe ser todo tan corrupto. Para estar allí y llegar a ser indemne a todo esto tienes que tener una cabeza muy bien amueblada y no depende solo de ti. Tenemos los ejemplos de Salvador Allende. Duró dos segundos. Martin Luther King, otro, y también desapareció. Hay mucha gente que desaparece.
- Aquí no son tanto desaparecidos políticos, como personas que murieron en aquella Barcelona de los 80s donde la heroína causó estragos entre la población y que usted asegura que no se deben olvidar. ¿Cómo se les puede recordar?
- Esta obra habla de eso y es un testimonio de eso. Y recuerda a víctimas de otras cosas que tienen que ver, precisamente, con la clase social. No quiero hacer spoilers, pero víctimas las hay de muchas cosas. Son gente de una clase social determinada, no de otra.
- No haremos spoilers, entonces. En cualquier caso, ¿Queda algo de aquella Barcelona? ¿Qué podemos encontrar de positivo y de negativo de esos años?
- De aquella Barcelona, hay cosas muy positivas. Por ejemplo, positivo es que ha quedado una Barcelona preciosa. Negativo, mucha especulación, demasiada especulación en muchos barrios que se han enriquecido muchísimos y ahora hay una inflación increíble. No se puede vivir en Barcelona. Esto ha ido en detrimento de todas las generaciones jóvenes que ahora quieren un piso y ven que no es posible vivir en Barcelona por menos de 800 euros. Eso es lo peor que ha quedado de esa Barcelona posolímpica.
- Y a nivel cultural ¿queda algo de esa época?
- Supongo que el hecho de que hagamos una obra como esta significa que algo ha quedado. Aquí hay un director, Iván, que ha querido hacer una adaptación. Ha luchado mucho, lleva 6 años con esto. Por tanto, algo de eso ha quedado. Claro que el Lliure ha hecho una gran apuesta al coger una obra como esta. Eso también lo tenemos que tener en cuenta. No sé si antes lo habrían hecho.
- ¿Cree que hay un cierto cambio, también, a nivel cultural de intentar mostrar los últimos?
- Sí, hay cambios, Lo siento e incluso lo veo en mí, por ejemplo, y en las propuestas que me llegan. Noto la diferencia respecto a hace muchos años cuando yo empecé, sobre todo en lo que tiene que ver con el star system de Cataluña. Ahora se está enfocando a un lugar o hacia un lugar al que no se apuntaba antes. Ahora yo veo muchas compañeras jóvenes, de hecho, lo veo con mi prima Tamara Ndongo, que están teniendo un espacio que en mi momento no lo tenía casi nadie.
- ¿A usted le costó mucho hacerse un lugar?
- A mí me costó como le puede costar a otra persona característica que, para los demás, sea diferente, porque para mí no lo es. Ahora hay un crisol de gente muy diferente al que había hace 30 años cuando yo empecé. Pero este crisol también está sufriendo y ha costado muchísimo.
- La obra también habla de ese crisol, ¿no?
- No creo que hable tanto de eso. Casavella pone el foco en el tránsito de una Barcelona que pasa de ser muy pobre a la democracia actual. Esa revolución empieza en los 60, con mucha gente que ha venido de fuera a trabajar en las fábricas y llega a la democracia. Él habla de cómo la sociedad del momento se lleva a toda esta gente y la utiliza para ciertas profesiones y mecanismos que otros no quieren hacer, solo para autorización de mano de obra, digamos. Y cómo esta gente replica, a su vez, estos sistemas dentro de los barrios más desfavorecidos, Es como las matrioskas: a mí me están explotando y yo te exploto a ti y el otro explota al otro. Aquí no se salva ni Dios. Son pequeñas reproducciones de la gran reproducción. Habla de eso, de cómo la manipulación de la propia clase social baja, lleva a que luego los manipulados manipulen. Hay unos que quedan en el poder y los que no lo hacen o se adaptan o se van o resisten y acaban muertos.
- Una revisión de la Transición que no sólo se ha hecho poco, como dice, sino que cuando se hace recibe críticas. ¿Por qué?
- Porque, igual que aún en Chile molesta que se hable de Pinochet, que hubo que ir España. ¡España, ya ves! Que dices: revisa lo tuyo. Y mira ahora, ¿dónde está Garzón? ¿Y Asange? Toda la gente que ha hecho algo, los que resisten y quieren luchar contra el sistema, acaban comidos por el mismo sistema. Los ejemplos son buenos, pero sus consecuencias son tan nefastas que uno cree que es mejor no hacer nada. El poder fagocita, porque somos uno contra Goliat.
- ¿Nos falta unidad?
- Bueno, pero es que no vamos juntos ni con nosotros mismos. Ya no digo que nos asociemos, sino hacerlo individualmente. Tenemos poca fuerza política, no creemos en nada. La era de la información absoluta ha creado una sociedad muy individualista, que lleva a que sólo creas en todo lo que ves detrás de un teléfono. ¡Por favor! Que debe haber cosas bonitas, pero hay una ludopatía con esto que al final te anula. No hay un sentido o conciencia colectiva arraigada, porque en este intervalo de tiempo desde la Transición, también estuvimos muy perdidos. Y esos hijos también han tenido que hacerse muy solos. También nos hemos de revisar a nosotros mismos y lo que hemos hecho.
- ¿No lo hicimos bien?
- No sé si lo hicimos bien o no, pero también hemos de mirar nuestros errores. Muchas veces, a las nuevas generaciones se los damos de todo. Tienen un ego…
- Y algunos aseguran estar dispuestos hasta a perder algunas de sus libertades.
- Bueno, es que no han vivido no tenerlas. Este es el problema. Nuestra generación no ha vivido guerras, ha habido pocas manifestaciones pocas, no ha habido unidad alguna por nada.
- ¿No hay esperanza?
- Yo siempre creo en ella. La esperanza es una gran semilla y es lo único que queda.
- Pero está difícil.
- Bueno. Yo estoy haciendo una obra que no sé si la he habría podido hacer antes. Estoy haciéndola.