José Luis Sáiz regresa a Barcelona. Lo hace cargado de ilusión, como lo hizo a los 20 años recién llegado de Valencia para formarse en el Institut del Teatre. Han pasado los años desde entonces, pero no su vocación por el teatro. Ésta le ha acompañado siempre en todas las ciudades que ha vivido, entre ellas Londres y Madrid, donde reside desde hace décadas.
Su vuelta a Barcelona la vive de forma especial. Lo hace con una pieza que, si bien tuvo su origen en la televisión y su éxito en el teatro, nace de una vuelta a los orígenes. Al director de escena le encanta la película y, conversando con su amiga Cristina Charro, nació la propuesta de adaptar Días de vino y rosas.
La historia funcionó. Se gestó a la vieja usanza, en el salón de su casa. De allí saltaron a los Teatros del Canal de Madrid y a los escenarios de toda España. Su nueva parada, la ciudad condal, donde están del 6 al 12 de octubre en La Gleva.
Crónica Directo aprovecha la ocasión para hablar con Sáiz sobre este regreso a los orígenes, en todos los sentidos, pero también de las adicciones, las de la obra y las de la vida, y las mentiras. Unas mentiras que si bien pueden provocar el caos, cuando revelan verdades como puños, igual que hace el teatro, se vuelven poderosas para bien.
- ¿Cómo vive este regreso a Barcelona?
- Es una satisfacción enorme porque yo me formé aquí en el Institut del Teatre, con lo cual cada vez que vuelvo a Barcelona es un motivo de alegría. Primero, porque es un reencuentro con tu juventud, con amigos y, por otro lado, venir a una sala como la Gleva es una apuesta por parte nuestra también. Venimos a trabajar a un tipo de espacio en el que no hemos trabajado nunca esta obra, que es un espacio mucho más off, con una estructura diferente al teatro convencional, al teatro de la italiana. Por tanto, venimos con mucha ilusión.
- Y vienen con una obra de éxito, 'Días de vino y rosas'. ¿Cuál es el secreto?
- Que te atrapa. Porque es una historia que nos interpela, porque nosotros mismos estamos siempre a punto de caer en el otro lado. Entonces, te reconoces perfectamente en cada momento de los personajes, porque lo tienen todo: son dos personas llenas de ilusiones que llegan a un país nuevo, como es Estados Unidos. Los personajes aquí son dos españoles que se conocen en un aeropuerto camino de Nueva York. Entonces tienen todas las posibilidades. De alguna manera conectan con uno mismo, que lo tiene todo, pero que a veces sufre muchas presiones para tener éxito, que es lo que se nos pide ahora, que seamos exitosos continuamente. A partir de ahí, si no somos exitosos, ocurrentes, inteligentes, tenemos que echar mano de sustancias, que en este caso básicamente es el alcohol, porque es imposible, es inhumano que alguien sea exitoso 24 horas al día. También habla de cuál es la sociedad que nos marca estar continuamente arriba. Pero uno se puede enganchar al alcohol o al amor, como le pasa a nuestra protagonista femenina. En cualquier caso, es muy importante entender que es la sociedad la que nos está obligando a estar siempre en lo alto, continuamente en lo alto. La tristeza está mal vista, el fracaso igual... Del fracaso no se aprende, solamente te hunde. Culturalmente vivimos en una sociedad que nos está abocando directamente a la ansiedad y a la frustración.
- Es curioso, que un texto de mediados del siglo pasado, sea tan actual, ¿no? ¿No hemos aprendido?
- Imagínate, este texto fue escrito para televisión a mediados de 1950. Así que mira cómo ha cambiado la tele. Antes se pedía a diversos autores que trataran de temas de actualidad de la época. Uno de ellos era el alcoholismo. Tres o cuatro años más tarde, se convierte en la película que todos conocemos. Ese productor de entonces fue muy inteligente, porque casi 70 años después, resulta que la adicción ya se ha disparado y forma parte de nuestra vida. En cambio, la cultura es la misma, lo que ocurre es que antes la gente lo ocultaba, ahora no se oculta tanto. Hay otras adicciones, pero la sociedad no ha cambiado.
- ¿Nada cambia y las adicciones van a peor?
- Claro. Ahora hay términos para eso incluso. Anglicismos como ser un loser, si eres un fracasado, si eres un marginal, sólo porque no sigues la línea por la que se supone que hay que ir. Sólo hay una línea que te dice cómo te has de comportar y vivir. Gente de empresa me cuentan las presiones que sufren y la situación infernal en la que viven. ¿Cómo no vamos a hablar de Días de vino y rosas?
- ¿Cree que ahora es difícil distinguir la verdad entre tanta mentira?
- La mentira es lo habitual. Se nos vende a nosotros y a la gente de otros países a la que le cuentan muchas mentiras de lo que significa Europa, de lo que significa España y venir aquí. Les pasa a nuestros personajes en la obra que buscan otras oportunidades fuera de aquí. Se creen la aventura americana como triunfo que no han conseguido. Y es que se les ha vendido, así, pero eso es extrapolable totalmente a nosotros. La gente se ha creído esa mentira, y se encuentra con lo que se encuentran. ¿Y cómo lo resuelves? Es que tenemos que hablar de eso y de las adicciones que vienen.
- Y que no son sólo el alcohol. Pueden ser esas parejas que tenemos, como sugiere la obra.
- Sí, en el caso del personaje femenino, su adicción al alcohol es posterior, pero la adicción que ella tiene es a ese amor tóxico, a lo que se entiende por amor. Ese que nos han vendido en el que tú pierdes todo y te difuminas en el otro. ¡Otra mentira! Sandra pierde su identidad. Ese es el mal amor. La herencia recibida del amor romántico que es destructor, porque si te pierdes, no puedes ofrecer nada de ti, porque ya no eres nada. Ella está directamente entregada a él y entra al alcohol por él. Destruye a nuestra protagonista como te puede destruir a ti, porque, de alguna manera, siempre estamos buscando soluciones a la vida y caemos en los que nos vende. A ver qué trabajo hago que me solucione la vida, a ver qué persona me soluciona la vida. Buscamos soluciones y en lugar de vivir, lo que hacemos es parchear.
- ¿Y más allá de los motivos de dónde surge la idea de adaptar la obra? ¿Fue suya?
- Fue porque tenía el reparto perfecto. Un día cenando en mi casa con la actriz, Cristina Charro, le dije, estaría muy bien haciendo el papel que ahora hace en Día de vino y rosas. Y además, a quien le iría también muy bien es a Marcial Álvarez, que es su pareja en la vida real. De ese comentario, salió. Entonces, nos reunimos y fuimos a los orígenes de nuestras carreras en el sentido de ensayar en el comedor de casa, hacer las lecturas en no sé dónde e ir trabajando sin saber muy bien qué iba a pasar ni qué futuro iba a tener este espectáculo. De hecho, hay una barra de bar, que además es una cosa muy simbólica, porque lo íbamos a hacer en el Ambigú de un teatro de Madrid donde hay una barra de bar. Pero no salió, pasamos a hacerlo en Teatros del canal y mantuvimos eso. Es decir, es un espectáculo en el que nos hemos ido encontrando. Han sido cosas aparentemente accidentales que nos han ido llevando y han marcado el camino. Hemos ido al origen: no había nada, sólo un texto que nos apasionaba mucho y dos actores que querían trabajar conmigo y que yo con ellos.
- Y ha funcionado muy bien.
- Quizá porque no había ningún componente comercial. Ha sido todo muy de corazón, muy de creer en lo que estábamos haciendo. En vez de ir a buscar el éxito, simplemente hemos ido a pasarlo bien.
- Igual no buscar el éxito es el truco de encontrarlo también, ¿no?
- Pues puede ser. Desde luego, esto ha sido así. Ten en cuenta que estrenamos y vino la pandemia. Tuvimos que irnos a casa, a finales de ese año, empezamos a hacer la gira, que fue muy exitosa. Volvimos a otro teatro en Madrid y medio nos arruinamos. Volvemos otra vez a hacer gira. No hay una línea recta hacia la felicidad, es una línea quebrada continuamente.
- Y ahora, Barcelona.
- Donde llegamos con muchísima ilusión y amor, a un teatro pequeñito. Vamos a salir lo comido por lo servido, siempre que se llenen a diario esas 60 butacas.
- Ya sé que el tamaño no importa, pero teniendo en cuenta que usted se ha formado aquí profesionalmente y viniendo de los Teatros del Canal, ¿duele un poquito no contar con un espacio más grande?
- Yo no estoy en eso ya. ¿Que estaría muy bien en otra sala, como el Lliure u otra? Pues sí, claro, encantadísimo. Pero es que ha surgido por otro lado, por gente amiga que tiene que ver con esa sala. Lo evaluamos y los tres teníamos la ilusión de ir a Barcelona, porque hace mucho tiempo que no lo hacíamos ninguno. Y venimos de corazón total.
- Y vienen con esta apuesta personal suya, de hacer un teatro casi con lo básico, con una apuesta por una escenografía austera que les ha acompañado. ¿Por qué esa decisión escénica?
- A mí me gusta mucho el escenario desnudo. Yo, si soy algo, es director de actores. Lo he sido y sé cómo es la estructura y lo que necesita el actor en el escenario. Por tanto, confío mucho en que el trabajo de los actores es suficiente para llegar al público. Actualmente, el público, cuando va al teatro, quiere que le transporten, que le lleven a ese mundo. Y el transporte, el médium en un escenario es el actor. Sin ese médium, ya puedes poner las escenografías que quieras, y una gran producción, que si eso no se da, no hay teatro. Por eso, esa desnudez en el escenario. Quería que se viera cómo se destruyen y cómo se construyen esos actores y personajes. Y creo que ha sido nuestra baza muy importante en esta producción. Por tanto, hay una barra, dos sillas y dos actores.
- Decía además que esa barra era muy significativa.
- Es a lo que nos agarramos, donde nos escondemos y nos defendemos. Es una barra que también está dentro de nuestra propia casa, es un apoyo cuando ya no puedes más, está en el centro de nuestra vida. Esa barra es una casa y un bar, donde recurrimos cuando no podemos más, cuando nos perdemos. Asimismo, me permitía enseñar las tripas del actor, que es lo que más me gusta y hace que continúe en esta profesión. Por eso me dediqué a la dirección, no para tener grandes escenografías y grandes inventos tecnológicos. El futuro y el presente del teatro está en el propósito del director y de los actores de robar el corazón del público, atraparlo.
- Son muchos los directores que recurren ahora a esa austeridad y alejarse a esa moda de las pantallas en escena que imperaron en su día.
- El origen del teatro fue un actor y un espectador. Yo hice ese viaje en 2013, cuando convertí el salón de mi casa en un teatro, el Sexto derecha, que es donde vivía en el centro de Madrid. Todos los viernes y sábados desde el año 2013 hasta 2015, de octubre a julio, se estuvo haciendo teatro en mi casa. Con un jefe de sala, de prensa, de equipo técnico… todo. Y eran estrenos, de pocos actores, monólogos, festivales de cuentacuentos, de narraciones orales, de música… Y para 20 personas. Era una manera de demostrar al público y a los medios que la esencia del teatro es esa. El teatro es así.
- Todo un gesto de amor a la profesión dejar entrar a 20 personas en su casa cada día, ¿no?
- Sí, sí. Y que la gente se siente en tu salón, utilice tu baño…. Pero yo vine aquí a Barcelona con 20 años, me formé y he dedicado toda mi vida a esta profesión. Y resulta que en todas las ciudades en las que he vivido, Valencia, Londres y después Madrid, lo que me ha marcado el motor de mi vida ha sido el teatro. He tenido crisis, claro, pero he tenido el privilegio y la gran suerte de poder hacerlo. Y el Sexto derecha fue fruto de ese amor al teatro y una manera de demostrar que, por encima de todas las crisis, nosotros vamos a sobrevivir, seguiremos, porque venimos de una tradición de miles de años.
- Eso es amor, pero como pasa en Día de vino y rosas, ¿a veces el teatro no se ha impregnado de esa voluntad e idea de buscar el éxito?
- Por supuesto. Pero porque también el teatro y la gente que lo hacemos tenemos en la cabeza, y se transmite así a la gente, de que es un mundo aparte. Y es verdad, sí, pero es un mundo aparte de creación, no de estar por encima de nadie, ni ser una burbuja, ni llevar una vida privilegiada a nivel económico, en el sentido de mentira. Porque igual que a nuestros personajes en la obra a los que se les vende una mentira, nosotros, a veces, vendemos al público una mentira sobre nosotros mismos. Nosotros somos gente cualquiera, pero que tiene el privilegio de que hace algo en lo que cree. Ese es el privilegio.
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