Han pasado 46 años desde que José Sanchis Sinisterra fundara en Barcelona su Teatro Fronterizo, 35 desde que inaugurará la sala Beckett de la ciudad, y 25 desde que diera fin a esa organización teatral. Su espíritu siguió en Madrid, donde abrió La corsetería, una sala que servía de laboratorio y lugar de expresión para otras creaciones teatrales, pero la pandemia obligó a cerrarla.
Y mientras todo esto pasaba, el dramaturgo no dejó de escribir éxitos. Ay, Carmela fue el más sonado por la polémica adaptación cinematográfica de Carlos Saura, pero le siguieron Ñaque o de piojos y actores, El cerco de Leningrado o El lector por horas. La última que se presenta del 24 al 26 de noviembre en el Teatro Abadía de Madrid, dentro del marco del Festival de Otoño; la penúltima tendrá una lectura dramatizada en la sala Beckett este 27 de noviembre.
Un otoño especial
Hablar de Sinisterra es hablar del teatro español contemporáneo. Él ha sido maestro de maestros como Juan Mayorga o Sergi Belbel. Autores que ahora son referentes, como lo fue en su día este valenciano que no puede dejar de crear y de formar nuevos talentos. Ahora, lamentablemente, con menos espacio para exhibirlo.
Luchador empedernido, el autor espera que el Otoño Sinisterra que le dedica la renovada sala Beckett de Barcelona, ayude a ver a los programadores españoles, aquellos que en su día le ayudaron, que sigue en activo. Aunque no lo quieran, él lo está. Lo demuestra en esta entrevista con Crónica Directo en la que confiesa que prepara tres obras y espera reabrir un nuevo laboratorio donde dar vida a sus ideas y a los de otros. Es decir, para continuar la labor que un día empezó y que no ha abandonado nunca.
- 24 años de ‘El lector por horas’, y sigue representando. ¿Cuál es su universalidad?
- Es una pregunta difícil, porque ya me gustaría saberlo para tratar de repetir la fórmula en todas las obras (bromea). Porque en el caso de Ay, Carmela pienso que es porque es muy barata y la hace atractiva. El lector por horas puede ser simple, austera a nivel de puesta en escena. Pero no sé. Yo mismo me lo he preguntado muchas veces. Fue una obra en la que yo experimentaba muchas cosas, entre otras, la estructura de forma que al público se le abren preguntan cada dos por tres y no se le responde ninguna. Yo creo que a la gente le gusta que la activen mentalmente. Frente a muchos que creen que hay que dárselo todo masticadito a los espectadores y espectadoras, pues parece ser que no. Luego, la obra es un homenaje a la literatura, es un acto de amor a la novela. Y, aunque parece que estamos en una sociedad cada vez más ágrafa e imaginista, devoradora de imágenes, la novela, el libro, la lectura sigue siendo una dimensión importante del ser humano. Creo, vamos.
- Como dice, es una obra que deja muchos interrogantes y metaliteraria. ¿Cómo fue su impacto en su día y qué sucede ahora que, como dice, parecen que quieren darnos siempre respuestas?
- No quiero ponerle todo el mérito al texto. Parte de la revitalización de la obra viene del montaje de Carles Alfaro, que es un montaje muy complejo, muy bello, muy inquietante. También tengo algunos desacuerdos, pero eso es el arte. Yo, la unanimidad en el arte la prohibiría. También interviene el trabajo de los actores, ahora el contexto en el que la obra ha vuelto a aparecer en el aniversario de la sala Beckett. La sala Beckett se ha convertido en un motor, no solo de la vida teatral catalana, sino en un modelo para lo que es el teatro no comercial, ni 100% institucional.
- Usted fue uno de los fundadores de la sala. Le dedican todo un año ¿Cómo ha sido su relación estos años con la Beckett? ¿Cuánto le costó levantar la sala? ¿La ve muy cambiada?
- Primera, la veo muy cambiada, gracias a la magia personal de Toni Casares y todo su equipo. A lo largo de estos años, se ha sabido rodear de un equipo muy entregado, muy sutil, muy inteligente. Cuando mudé a Madrid, en parte por razones familiares decidiendo cambiar de aires, le dije a mi socio Luis Miguel Climent, que llevaba la parte de gestión, de quedársela, pero estaba en la informática. Me quedé un poco sin saber qué hacer. Y debí tener alguna iluminación que me hizo pensar en Toni Casares, que había estado en los principios de la sala Beckett, incluso del Teatro Fronterizo, en el aula de teatro de Bellaterra. Y no dejo de felicitarme por haber pensado en él. Ha sido un acierto extraordinario. Y a los hechos me remito. El significado que tiene hoy la sala Beckett, no solo en Cataluña y en España, yo diría también en Europa y un poco en América Latina, es muy bueno.
- Por aquel entonces, se decía que en Barcelona había un teatro muy efervescente. ¿Pero resultó sencillo?
- Sí, hubo un factor coyuntural que incidió en el vuelo de la Beckett. Era la época de las vacas gordas. Había dinero en las instituciones y creían que la cultura era algo valioso, a tener en cuenta para cimentar la democracia. Hoy eso ya no lo piensa casi nadie en los ámbitos institucionales. El ejemplo fue que yo volví de un viaje a Medellín con las pilas cargadas. Con el Teatro Fronterizo, tuvimos un sótano de la calle Tallers, y luego un espacio más grande en Sant Pere més Baix, pero no era adecuado para la exhibición. Yo le planteé a mi socio lanzarnos a tener una sala, la Beckett, y empezaron a pasar cosas. De pronto, Joan Francesc Marco, que ahora está en el INAEM y entonces en el ayuntamiento quiso estar. Luego llegó el Ministerio de Cultura, el INAEM, y finalmente también la Generalitat decidió apoyarlo. Pero creo que fue muy coyuntural. También había una efervescencia política democrática, y eso me imagino que fue a nuestro favor.
- ¿Queda algo de eso? Decía antes que antes las instituciones confiaban en el teatro para cimentar la democracia. ¿Y ahora, una vez cimentada?
- En aquel momento, Barcelona era la ciudad más cosmopolita de toda España. Por allí pasaban todas las grandes figuras del teatro europeo y latinoamericano. Era un punto de efervescencia muy rico y muy vital, que de alguna manera nos benefició a todos. Y, ahora, no es tanto eso. Yo creo que al contrario. Por una parte, hay una cierta reticencia de las instituciones en volcarse sobre este tipo de proyectos culturales. Y luego, la vida teatral está un poco estructurada por clanes de amiguetes y amiguitas. La prueba es que cuando, en el 2010, quise abrir en Madrid un espacio similar a lo que habíamos hecho en la sala, no encontré ningún tipo de apoyo en las instituciones. Me instalé en un local provisional, una vieja corsetería, y me hice la ilusión de que, si empezábamos a hacer actividades no frecuentes en el teatro de esa época, las instituciones reaccionarían. Pues todavía estoy esperando que reaccionen. Hasta el punto de que tuve que cerrar la corsetería cuando vino la pandemia. Y allí ando, sin ningún espacio propio para establecer una especie de núcleo de investigación, formación y creación con respecto al teatro.
- ¿Duele que eso suceda? Y más cuando sus obras se estrenan, ha sido maestro de maestros.
- Bueno, los lunes, martes y viernes, me deprimo. Es sábado digo, no pasarán (bromea). Es muy oscilante mi concepción de la cosa. Ahora he hecho el colaboratorio, que era como el núcleo de investigación que desarrollamos en La corsetería, pero estamos en locales prestados. En este momento, no tengo un espacio donde pueda disponer de los horarios que convengan a los proyectos que salen de allí. En los diez años de la corsetería, tuvimos un apoyo muy significativo de Le Monde Diplomatique en español y de La Casa Encendida, gracias a la figura de Ferran Montesa. Ahora la situación no es tan abierta y, bueno, el panorama ha cambiado. No ha sido una catástrofe, pero algunos nos hemos quedado ahí en la orilla. No sé si va a tener consecuencias este homenaje casi póstumo de la Beckett, pero, de momento, no ha ocurrido.
- ¿Tiene que ver que usted siga apostando por apostar por otras cosas? ¿Qué le lleva a hacerlo?
- Para mí es una cosa casi visceral. A mí, hacer lo que ya sé, repetir lo que sé que funciona, no me estimula. A mí lo que me estimula es ir husmeando en otras posibilidades de lenguajes. También, naturalmente, las temáticas. Temáticas que no sólo estén de moda, sino algunas que están fuera de la realidad social, política o psicológica que no aparecen en el teatro. Entonces, en este momento tengo tres obras empezadas y en cada una de ellas estoy explorando, experimentando otras cosas, en el colaboratorio, que ahora le llamo postlaboratorio, en el que se agrupa gente. Y hay tantas cosas a las que el teatro no ha prestado atención... Yo tengo un lema: al teatro, nada de lo humano le es ajeno. Y nada, me empiezo a explorar la neurociencia y empiezo a sacar aspectos su vertiente teatral y así.
- ¿Y diría entonces que las instituciones no apuestan por ello? ¿Está más difícil hacerle un hueco a este tipo de teatro?
- A mí me cuesta, la verdad. A otros igual, no. Quizá porque ese volcarme sobre aspectos intrínsecos de la teatralidad, tanto a nivel de texto, de actuación, y de estética, me aleja de lo que son las apetencias de públicos posibles. No lo sé. Pero mientras tenga estímulos para seguir cuestionándome lo que ya sé y explorar lo que no conozco, yo voy a seguir así hasta que el cuerpo aguante. Pero en el fondo tengo un núcleo optimista. Creo que hay que crear islas de solidaridad y frotamiento. No todo es el horror que nos rodea, como Ucrania, Gaza y tantos otros lugares.
- ¿Es fácil hacer teatro en ese contexto?
- Yo creo que es una necesidad, porque no caemos en la depresión, en el egoísmo o en la indiferencia.
- Bueno, decía que preparaba algo nuevo. ¿Veremos algo?
- Yo de momento no lo veo. Pero es verdad que estoy dando pasos para instalarme en Madrid, en un espacio que fuera una sala alternativa, un estudio donde combinar formación, investigación, creación, producción y exhibición. Ese sería el ideal. De momento, todavía no hay síntomas de que eso se vaya a producir. Yo voy a seguir mientras el cuerpo y la mente aguanten. Porque es otra, los añitos y los achaques siguen avanzando.
- En cualquier caso, tras la crisis de la pandemia, ¿la cosa va a mejor? ¿Ve el teatro en mejores condiciones?
- Está superada. Quizá queda esa sensación de carencia de los públicos teatrales, que son bastante variopintos e incluso inestables. Pero han experimentado una especie de necesidad de reagrupamiento. El confinamiento impuesto por la pandemia ha evolucionado hacia una revitalización del teatro. Yo, por lo menos, encuentro que sigue habiendo mucha gente. Y, sobre todo, mucha gente joven también, que parece que sigue necesitando un ágora como el teatro, un espacio donde lo colectivo se haga concreto. Yo diría corporal, físico. Igual son las utopías que me monto para seguir en el teatro. En la brecha.
- Y tras tanto tiempo en Madrid y este regreso a Barcelona por el aniversario de la Beckett. ¿Cómo ve el panorama en las dos ciudades?
- Me da la impresión de que en Barcelona sigue estando muy vivo el teatro. Y el teatro alternativo. Incluso me da la impresión de que creadores y creadoras del teatro alternativo también se han instalado o han abierto brecha en algunos teatros institucionales o comerciales de Barcelona. Focus está también en este tipo de cosas. Y, quizás, en Madrid, de momento, parece más difícil que la empresa privada se comprometa a fondo con un teatro que no tenga la garantía del éxito.