Tras pasar por el festival Grec de Barcelona, Albert Boronat lleva su casa en la montaña al festival de otoño de Madrid. Lo hace con la misma idea, ofrecer una pieza teatral fuera de un escenario. Porque incluso aunque se haga en el Círculo de Bellas Artes, no se hará en el escenario.
Curtido en grandes teatros como el Centro Dramático Nacional o Mérida, donde ha debutado este 2023, el dramaturgo catalán encuentra un gusto especial en el regreso a los básicos. Recuerda, que la diferencia del teatro con el cine es que el primero puede hacerse en cualquier lado. Con Una casa en la montaña practica con el ejemplo.
Un encuentro íntimo
¿Dé que va la obra? Del teatro y de la palabra, de estar reunidos en un mismo espacio, de si eso hace comunidad, de pensar qué es la comunidad, el teatro y la palabra. La palabra libertad, por ejemplo. Lo hace invitando a sólo 20 espectadores a disfrutar de lo que parece una charla con amigos en un lugar especial. El asistente ve sus dinámicas, escucha sus reflexiones y, si quiere y sólo si quiere, puede intervenir. Nada de forzar al público a nada, ni a participar, pero tampoco ser un mero observador.
Boronat es un fiel defensor del público activo, aquel que finiquita en su cabeza las historias o debates inconclusos que plante, el mismo que no le importa no haber entendido algo y se deja llevar por la experiencia teatral. En definitiva, un público sin miedo y con ganas a pasar un buen rato. Porque sí, en esta obra, que mezcla filosofía, ciencia-ficción y comedia, se ríe. Uno se entretiene y reflexiona. Y, si quiere, uno puede quedarse a charlar con sus protagonistas al salir. ¿Se unen a la aventura?
- 'Una casa en la montaña', puede ser sinónimo de relax, de tensión, de diversión, ¿cómo la definiría?
- Bueno, pues es un poco todo. Una casa en la montaña es una reunión, en realidad. Es una pieza que hacemos, sobre todo, con el ánimo de reunir un grupo de gente y apelar a lo más esencial del teatro, que es reunirnos y contar historias. Y dentro hay de todo. Hay un poco de tensión, de humor, de filosofía, de poesía, hay un poco de todo. En cualquier caso, el acento está puesto sobre todo en la reunión, en el encuentro, que creo que nos hace un poco felices.
- Y en petit comité, son sólo 20 personas en el público, ¿no?
- Es una pieza muy pequeña. Pero quiero dejar claro que no es necesario es participar, que luego la gente va tensa por si la hacen hacer cosas o si tiene que contar intimidades. No existe ese peligro.
- ¿Es una manera de reivindicar un teatro más íntimo, porque estamos acostumbrados a grandes salas?
- Es un poco todo. Hay una parte muy práctica: que es que a mí se me da muy mal conseguir dinero para hacer producciones, y en realidad pensé en la pieza para hacerla en mi casa. Luego vimos que el texto hablaba de cómo estamos al lado de los otros y de la palabra, del universo del lenguaje, de cómo decimos aquello que no se puede decir, cómo apelamos a eso indecible. Eso sí que nos llevaba mucho al origen, a la semilla de la teatralidad. También nos preguntábamos sobre la comunidad de amigos, como dice Epicuro. Si la acción real, incluso política, aunque la pieza no lo es especialmente, tiene un límite en el número de gente que forma una comunidad o si una comunidad se desdibuja por un exceso de gente. En las teorías contemporáneas de la performatividad se preguntan eso. ¿La gente come junta porque son comunidad o es porque han comido juntos que acaban deviniendo comunidad? Con esas preguntas de fondo, creemos que le va a este formato y además nos apetece. Nos apetece hacer algo así más recogidito y que sea un poco cuidarnos entre nosotros, que la gente se puede llevar eso como un pequeño regalo.
- Has mencionado que no es especialmente política, pero eso implica un algo político ¿En qué sentido es política?
- Es que no es especialmente política, pero sí que tiene algunas preguntas sobre la libertad, sobre la acción. Ignatius Farray dice entender a la izquierda como unos colegas que se juntan a hacer cosas. Una definición que me parece brillante. Y es un poco eso. No esperar a estar convocado por nadie superior, sino poder accionar desde la posibilidad de que nazca algo en el encuentro. No porque somos algo previo al encuentro, porque nos hemos afiliado a algo previo al encuentro y entonces actuamos en consecuencia, sino porque nos hemos encontrado ahí y hay una semilla de cosas.
- Por tanto, ¿es una llamada a formar comunidad?
- Sí, o como mínimo a jugar a ello. A probar. De hecho, hay veces que acabamos en el bar. Pero sí, eso es algo que nos gusta proponer. No es solo ir y luego marcharse. Pero la idea es que nos quedemos ahí de sobremesa hasta que la cosa se funda por sí misma, sin un tiempo. Y bueno, de momento funciona.
- ¿Por qué, cuando usted también llena teatros grandes, ha decidido este formato reducido y esta forma de crear comunidad?
- Hay una parte importante que es porque a mí me apetecía. Porque es verdad que es muy guay hacer salas grandes, pero cuando tú has conocido la precariedad, también la echas de menos. Después hay movimientos muy pendulares. Igual que hace unos años hubo la moda y la oleada del microteatro, pero creo que es algo que siempre está ahí y que está bien ir recordando de vez en cuando. Porque a veces, como espectadores, está bien que nos reeduquemos un poco el paladar y la conciencia de por qué vamos a ver las cosas. Desactivar un poco el automático clientelista de "voy a ver qué me ofrece este esta vez". Esta es una pieza que es muy literatura dicha, es un cuentacuentos prácticamente.
- Pero a la vez, tal y como hablaba de los griegos y esas reuniones que también son políticas y del teatro como forma de reunión. ¿Se puede decir que el teatro es política porque también es un lugar de encuentro?
- Sí, por supuesto. Eso siempre se dice, y pensamos que es una rémora. Pero a mí me sorprende que, por ejemplo, cuando cambia un gobierno, lo primero que hacen es cambiar los directores de los teatros. Es como si los políticos confiaran más en la potencia política del teatro que los que lo hacemos. Los que lo hacemos ya vivimos el desencanto de Brecht (bromea). Ya hemos entendido que no se va a salir a hacer la revolución, que habrá pasado alguna vez en el mundo, pero que nosotros no lo conseguimos, ya nos gustaría. Pero, en cambio, desde las instituciones y desde el poder de los gobiernos hay una obsesión por eso. Es como si el teatro continuase siendo un foco potencial. Hemos visto ahora obras censuradas. Pero en realidad, ¿a cuánta gente puede afectar políticamente, por mucha gira que haya de la pieza? En realidad, hace mucho más ruido la censura, que si lo hubieran dejado programada por los ayuntamientos. A mí es algo que me resulta curioso.
- Literatura, política... y filosofía dura, porque aparece Wittgenstein, que no es un filósofo fácil.
- Sí, es verdad (ríe). La pieza te requiere estar activo, te requiere escuchar. No es una pieza sencilla, pero tampoco es una pieza difícil. Wittgenstein entra de manera anecdótica y la pieza sigue sin entender a Wittgenstein o sin entender muchas cosas que se explican. Hay cosas que yo sé deliberadamente que cuestan de seguir. El problema lo tenemos con los espectadores que se empeñan en seguirlo y eso no les deja disfrutar. Se quedan anclados a una cosa que se acaba y entonces tienen la impresión de que se están perdiendo cosas y se frustran. Por eso, yo siempre intento relajarlos y decir: "tranquilo porque entendéis más de lo que creéis que estáis entendiendo".
- ¿Es esa potencialidad de la que hablaba? ¿Abrir una posibilidad y una potencia dejando plantada la semilla?
- Creo que sí. Yo creo que siempre es más interesante la tiniebla que la luz. Es un poco más interesante la pregunta que queda pendiente que la respuesta. De hecho, es una obra que da cero respuestas, pero que sí que se plantea preguntas.
- En cualquier caso, la palabra tiene importancia, sobre todo la libertad, ¿por qué esa voluntad de darle importancia a la palabra? Hemos visto que últimamente hay varias obras que se centran en la palabra. No sé si es el clima de fake news.
- Sí. No lo sé. Es curioso. Pero es verdad que volvemos a estar un poco en ese paradigma de pensar el propio lenguaje. Igual es por lo que tú dices, porque el lenguaje se ha vaciado tanto, con lo de la palabra libertad es clarísimo. Parece que nada tiene importancia y en realidad nada está nunca diciendo nada. Puede que haya una voluntad de reivindicar la palabra frente a la cháchara. Supongo que los que escribimos sentimos la necesidad de recuperar la palabra como herramienta que puede perforar lo real y hacer surgir la verdad de alguna forma. Entonces supongo que es normal porque hay mucho ruido. Hay mucho ruido en todas partes.