En menos de un año se celebrarán unas elecciones presidenciales en Estados Unidos que, salvo imprevistos, se dilucidarán nuevamente entre Joe Biden y Donald Trump. Algo no funciona en la democracia norteamericana cuando se repiten estos candidatos.
Donald Trump, de 77 años, nos dejó como último recuerdo de su rocambolesca presidencia, su complacencia con el asalto al Capitolio, saldado con condenas de prisión para sus principales responsables, aparte de numerosos casos judiciales que le están llevando a sentarse repetidamente en el banquillo de los acusados. Por su parte, Joe Biden llegará a las elecciones con 82 años y, lo más preocupante, con muestras evidentes de deterioro físico.
Ello lleva a cuestionarse cómo es posible que, en una democracia como la estadounidense, los dos principales partidos acepten como inevitable tener que acabar apoyando a candidatos que no entusiasman a sus votantes. Una realidad especialmente sorprendente en un país que se caracteriza por un sistema de elección muy abierto, que favorece la emergencia de candidatos en sus primarias, lejos del control férreo de la cúpula de los partidos que hacen y deshacen a su antojo, como sucede en España y otras democracias occidentales.
Además, las presidenciales de 2024 nos alcanzarán en el momento más trascendental de nuestra historia reciente. El convencimiento de que la globalización y la revolución tecnológica nos llevaría a un mundo mejor ha acabado de manera dramática, como sucede con toda utopía. Así, vemos como aumentan los conflictos armados a la par que se fracturan las sociedades occidentales, sin que se perciba por donde poder reconducir el desastre. Y si de por sí resulta muy difícil recomponer equilibrios perdidos, aparece ya como casi imposible si Estados Unidos abraza el populismo, se encierra en sí mismo y renuncia a ejercer un papel determinante en la escena global.
Sin embargo, puede suceder que los dos candidatos estimulen a unos y otros a votar, dado el enorme rechazo de los republicanos hacia Biden y de los demócratas hacia Trump. Una actitud acorde con los tiempos, en que prevalece como primer objetivo la destrucción del adversario. Así pasó en otros momentos de la historia que acabaron de manera trágica.