Joan Coscubiela, sindicalista y autor de La pandemia del capitalismo, habla de los destrozos en las calles / PABLO MIRANZO (CG)

Joan Coscubiela, sindicalista y autor de "La pandemia del capitalismo", habla de los destrozos en las calles / PABLO MIRANZO (CG)

Política

Coscubiela: "Destrozos así fueron normalizados y jaleados por el Govern en el 'procés'"

El sindicalista, que publica el libro 'La pandemia del capitalismo', afirma que los independentistas solo hablan del 1-O "porque se avergüenzan del 6 y 7 de septiembre"

28 febrero, 2021 21:30

La pandemia, como acelerador de una crisis ya existente. Pero también como oportunidad para abordar las reformas pendientes. Joan Coscubiela (Barcelona, 1954) reivindica en su nuevo libro La pandemia del capitalismo (Península) la necesidad de dar un sentido moral a la economía. Abogado laboralista y sindicalista, Coscubiela fue secretario general de CCOO y portavoz de Catalunya Sí Que Es Pot durante las convulsos días del proceso independentista.

--PREGUNTA: ¿La pandemia ha sacado lo peor o lo mejor de nosotros?

--RESPUESTA: Como pasa en este tipo de crisis, saca las dos cosas. Hemos tenido grandes momentos de solidaridad y de destacar lo común, y momentos de gran individualismo y egoísmo. El ser humano es así de contradictorio.

--Lo decía porque en el libro repite la palabra cooperación. Competitividad cooperadora, cooperación federal... Incluso defiende dar un sentido moral a la economía. ¿Es optimista en este sentido?

--Soy un pesimista esperanzado. Si pongo énfasis en la cooperación es porque estoy convencido de que el ser humano sobrevive en la escala evolutiva gracias a la competitividad y la cooperación. Es individuo y colectividad. Lo individual y lo común. Pero hace unas décadas, ese equilibrio se rompió. Y cuando eso ocurre, la sociedad hace muchos destrozos. Y eso es lo que pasa en estos momentos.

--¿Eso se ha agravado con la pandemia?

--Eso tiene mucho que ver con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan, destacando todo lo individualista, llevando al extremo la idea de Adam Smith, según la cual, si cada uno busca su propio beneficio, el mercado se regulariza y se logra un equilibrio perfecto, algo que nunca ha sido así. Y cuando se lleva al extremo esa revolución conservadora, se asiste a una etapa de mucha destrucción de lo común, en términos medioambientales, sociales y democráticos. La pandemia lo ha puesto de manifiesto e incluso creo que le ha puesto una lupa para ver eso mejor. Pero corremos el riesgo de que si no aprendemos bien las lecciones del coronavirus, esa situación no solo se desborda, sino que los destrozos pueden ser mucho más graves.

--Las protestas en la calle de jóvenes por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél ¿son consecuencia de esa situación que venimos arrastrando?

--Lo que no es lógico es la simplicidad con la que se analizan esas protestas y, al mismo tiempo, la falta de memoria que tenemos. Se dice que esto no pasaba antes. Vamos a ver, depende de donde pongamos el antes. Ha habido muchas manifestaciones con objetivos legítimos, como la antiglobalización, en las que, al final, se han producido actos absolutamente violentos. Es verdad que en Cataluña hay una novedad. En el marco del procés, ese tipo de destrozos fueron normalizados e incluso jaleados por quienes han gobernado este país. Ese es un elemento diferenciador. Y luego otra cosa. Hablamos de los jóvenes como categoría, cuando los hay que no van a las manifestaciones, los que van planteando reivindicaciones absolutamente legítimas, también los que provocan destrozos, también los que están en las tiendas trabajando y se ven obligados a solucionar esos destrozos, a veces con riesgo para su seguridad. Todo eso son jóvenes. La categoría de jóvenes no existe. Debemos hacer análisis más sutiles, menos de brocha gorda.

--Hagamos ese análisis. ¿Cuáles son los pasos que hay que dar?

--Respecto a estas movilizaciones debemos distinguir el grano de la paja. La defensa de la libertad de expresión y entender esos procesos de violencia absolutamente fuera de lugar, sin sentido, de la destrucción por la destrucción. En el libro lo apunto, y me costó mucho. Tuve dudas respecto a su debía incorporarlo. Pero al final me la jugué. Y es que creo que estamos de nuevo en plena pandemia de nihilismo, que es algo viejo en la historia de la humanidad, que tiene mucho que ver con esa ideología neoliberal, de desprecio a lo colectivo, de falta de poner en valor lo común. Para mi nihilismo no es solo esas expresiones de violencia, para mi nihilismo también es el fenómeno de los youtubers, que en un momento en que se pide más apoyo y recursos para las familias, empresas y personas, ellos hacen ostentación de que se van a Andorra para no pagar. Nihilismo son también lo que yo llamo los triunfócratas, los yuppies que hace ostentación del triunfo de una forma pedante, absolutamente cruel, que llegan a calificar el ingreso mínimo vital como la “paguita”. En el libro hablo de una internacional nihilista. Eso es lo que a mi me gustaría que analizara la sociedad.

 

--¿Qué riesgos tiene ese nihilismo? Tenemos a la extrema derecha por un lado y, por otro, el nacional populismo que describe en referencia a un independentismo ilusorio.

--El nihilismo no es la especialidad de una determinada opción política o sector social. Es una actitud en relación a la sociedad. Es evidente el auge de la extrema derecha en todo el mundo que tiene un fuerte componente nihilista. Lo hemos visto con Trump, y también en casos más cercanos. En España se está produciendo un fenómeno de auge de una extrema derecha que fomenta la crispación donde no existe  y organizar la rabia para ponerla a su servicio. Lo intentaron al principio de la pandemia, sobre las concentraciones del 8 de marzo, cuestionando la legitimidad del Gobierno. Organizar la rabia en base al desprecio de lo colectivo. De niega la existencia del virus y la finalidad de las vacunas. Se niega a plantear incluso la necesidad de que los viejos se sacrifiquen por los jóvenes. Todo eso es nihilismo.

--¿Esa extrema derecha ha asaltado la clase obrera en España, como en Francia por ejemplo?

--He tenido la oportunidad a través de la Escuela de Trabajo de CCOO de analizar con las bases sindicales el fenómeno de la extrema derecha y ver lo que sucede en todo el mundo. Hay dos claves: que es muy diversa, pues no tiene nada que ver la italiana, la francesa, la alemana, la nórdica o la nuestra. Que en cada sitio va a buscar aquel elemento que genera descontento y frustración. En el caso de Francia, ha ido evolucionando hacia una extrema derecha pura. En Italia se ha dividido en dos sectores. La extrema derecha es como un gran río a donde van a parar diferentes afluentes. Unos son claramente insumisos ante la fiscalidad, otros aprovechan el descontento con la inmigración, otros promueven el conflicto territorial entre estados. En el caso de España, comenzó siendo una extrema derecha de elites económicas, centrado en determinados barrios y zonas, pero con una clara voluntad de penetrar en los sectores obreros. En los países nórdicos, son muy partidarios del wellfare chovinista, del estado del bienestar, pero solo para los nacionales. Diría que Vox está en fase de construcción de si mismo. Y en las elecciones catalanas hemos visto cómo han penetrado en algunos barrios, aunque creo que sin menospreciar a Vox, el problema más grave ha sido la abstención, de un 90% en algunos casos. justo en los más pobres, aquellos que necesitan más de la acción de la política. En cambio son los que menos votan. Al final es un círculo absolutamente vicioso. Ellos no se preocupan de la política, la política no se ocupa de ellos, y cada vez están más ausentes.

--Quizá eso esté relacionado con lo que apunta en el libro, sobre una digitalización que está perjudicando a la mediación social, a la intermediación.

--He intentado analizar, desde un punto de vista divulgativo, en qué consiste la llamadas crisis de la globalización. Y muy resumido, podría ser lo siguiente. Siempre que hay grandes revoluciones tecnológicas, y ahora estamos en una de ellas muy potente, se produce una dislocación de las estructuras sociales. En estos momentos vivimos la dislocación del cuerpo que hemos tenido durante 200 años vinculado a la sociedad industrialista y la democracia de los estados nacionales. Ese cuerpo de estructuras sociales, partidos políticos, sindicatos, organizaciones sociales, medios de comunicación está absolutamente dislocado. Y eso provoca lo que yo llamo la crisis de la mediación social. Esas estructuras se habían creado para medias conflictos e intereses. Estamos en un proceso en el que lo viejo está muriendo y de mala manera, y lo nuevo no nace.

--En el libro habla de la balcanización de los medios de comunicación. Tengo que preguntarle sobre su conflicto con TV3, donde Toni Soler se resistió a publicar la rectificación que usted le exigió tras asegurar que había sido miembro del consejo de administración de Endesa.

--Al final hizo lo que tenía que haber hecho al principio. Tuve que ir al juzgado y in extremis aceptó firmar un acuerdo en el que reconocía que había dado informaciones falsas sobre mi persona.

Joan Coscubiela, sindicalista y autor de La pandemia del capitalismo / CG

Joan Coscubiela, sindicalista y autor de "La pandemia del capitalismo" / CG

 

--¿Ese episodio ejemplifica esas trincheras mediáticas?

--Dice mucho de muchas cosas. Dice mucho de la falta de autocontrol de algunos profesionales. Dice mucho también de profesionales que controlan los medios cuyos directores apenas tienen capacidad para decidir sobre él. En mi anterior libro, Empantanados (Península, 2018), hablé del papel que había jugado la división mediática Ítaca y la división mediática Brunete. El procés no lo crean esas divisiones, pero sin ellas, la crispación y la creación de burbujas mediáticas donde la gente se encierra y lee, escucha y ve lo que quiere leer escuchar y ver, no se entendería el grado de fragmentación y fractura al que llegó la sociedad catalana en 2017.

--En el libro se refiere a la violencia institucional de los días 6 y 7 de septiembre en el Parlament, cuando se aprobaron las leyes de ruptura. No sé si eso le va a hacer todavía más antipático ante sus críticos procesistas.

--La verdad es que a estas alturas, después de tres años, me preocupa relativamente poco. A todo el mundo le gusta que le quieran. Como decía Pérez Rubalcaba, que me parecía genial, España es el país donde mejor se entierra. Yo me siento muy cómodo con aquella intervención, que no estaba preparada, fue improvisada ante lo que a mi me parecía un desastre democrático porque las normas y las reglas colectivas son democracia, no son aspectos coyunturales o superficiales. Cuantos más días pasan, más satisfecho estoy de aquella intervención. Sabiendo que me podía haber deslizado por el barranco porque era muy delicado. Me salió de dentro, me salieron mis convicciones más profundas, las de siempre. Y a mucha gente no le gustó. Lo he dicho alguna vez, lo que menos les gustó no fue mi intervención, lo que menos les gustó fue la imagen que les reflejaba, el espejo que les puse delante. La prueba de que no se gustan es que el relato que hacen los procesistas, siempre empiezan el 1 de octubre. El 6 y 7 de septiembre no existió. Creo que se avergüenzan, aunque no lo reconozcan.

--Asegura que la pandemia es una gran oportunidad para reconocer la utilidad de la UE. Los fondos priman las nuevas tecnologías. ¿Teme que en esa maratón, en la que hay que esprintar de vez en cuando, haya trabajadores no cualificados que se queden detrás?

--Estamos en un momento muy difícil. Nuestro reto es tomar medidas urgentes sin impacto inmediato. Lo que llamo correr al ritmo de un velocista, pero al mismo tiempo, poner en marcha dinámicas que cambien las debilidades de nuestro tejido productivo, del sistema fiscal. Problemas que tenemos enquistados. Por ejemplo, un tejido económico de microempresa, de especialización productiva en sectores que a veces no son los más cualificados, con un equilibrio territorial muy negativo. Esa es la maratón. Combinar eso es complicado. Y encima hacerlo gobernando la rabia que nace de la importancia de las personas que se ven sacrificadas por la situación, es aún más. Por eso es absolutamente imprescindible establecer estrategias de diálogo y de cooperación. Y sí, siempre hay lo que se denomina costes de transición. No hay cambios de esta naturaleza, y más cuando son forzados, que no tengan costes. Y algunos muy duros. De ahí que las organizaciones tengan la obligación de pactar esos costes y que sean los más igualitarios posibles, cosa que es muy difícil. Y hacerlo no solo en clave personal, sino también territorial. Siempre pongo el ejemplo de la reconversión industrial. Los trabajadores del norte, de los altos hornos, no salieron mal, pero sus hijos han salido fatal, porque viven en territorios donde no han sabido recuperarse, como es el caso de Asturias. Es muy difícil, pero una de las claves es identificar bien los costes de transición y repartirlos de la forma menos injusta posible.

--¿Ha faltado diálogo social?

--Precisamente ahora, cuando se crea el Gobierno de coalición, la concertación social está siendo de las mejores cosas de este país. Está sirviendo para resolver cosas muy importantes, estoy pensando en los ERTEs, el ingreso mínimo vital, la prestación por cese de actividad de los autónomos. Todo ha sido gracias a esa con concertación social, quizá insuficiente, pero ha sido positivo, también en sus efectos indirectos. Porque en un clima de crispación política como este, la concertación ha dado un mensaje positivo.

--¿Veremos la derogación de la reforma laboral?

--Me atrevo a decir que sí, pero no sé en qué términos. Es imprescindible, porque se ha demostrado que no sirvió para lo que decían que serviría. Se dijo que mejoraría la calidad del empleo, pero se ha visto que no. Y sí ha servido para algo que es brutal, forzar la depreciación de los salarios, lo cual ha aumentado la desigualdad social. Y se ha hecho debilitando la negociación colectiva, buscando mecanismos de dumping social con convenios de empresa que pueden establecer condiciones peores que los convenidos del sector. La UE dice que hará inversiones pero a cambio exige reformas. Pero hay quien los aprovecha para sus reformas. Yo soy abogado laboralista y sindicalista, y tengo muy clara una cosa. Esos recursos europeos deben servir para aumentar el tamaño de nuestras empresas. Pero si mantenemos una legislación laboral que propicia la subcontratación en cadena, la externalización y los falsos autónomos, de lo que se benefician las grandes empresas –la autoexplotación en la carretera o los riders--, esos recursos se pierden. Por eso es importante esas reformas.

--¿Qué espera del futuro gobierno catalán?

--Estas elecciones nos han enviado muchos mensajes, algunos negativos, como el de la abstención, muy asimétrica en términos sociales. Otros más positivos, pues a diferencia de 2017, donde mucha gente votó en términos de levantar barricadas y trincheras, en estas elecciones muchos han votado en términos de levantar puentes para salir de esa locura. Yo espero que el gobierno catalán que salga, que me temo que no será el que a mi me gusta, que sea capaz de escuchar ese mensaje de la ciudadanía para empezar lentamente a destruir muros y construir puentes. Y puestos a pedir, que encima gobiernen.

--¿Le han tentado para volver a la política?

--Tentar no. Algo pasó durante las elecciones municipales, pero desde entonces ya no. Yo creo que todo el mundo se da cuenta de que yo estoy muy bien haciendo lo que hago. Para mi la formación es una pasión, que además lo puedo desarrollar en mi casa de toda la vida que es CCOO, con un proyecto precioso de formación sociopolítica de dirigentes sindicales. Sería muy masoquista se volviera.