Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación han generado multitud de nuevos negocios y han creado nuevas profesiones. Entre ellas figura la del youtuber, la del streamer o el influencer. Un gran número de jóvenes desearía vivir de ellas, pero únicamente un pequeño grupo de privilegiados lo consigue. Para el resto, a su pesar, las anteriores actividades constituyen simplemente una afición.
La mayoría de los primeros ejercen las tres profesiones a la vez y constituyen un magnífico ejemplo de emprendimiento. La clave de su éxito es hablarles a los jóvenes de los temas que les interesan con un lenguaje similar al suyo y muy diferente al que utilizan los profesionales de la radio y la televisión.
No son emprendedores de laboratorio salidos de una escuela de negocios, sino creadores de nuevos negocios gracias a una gran intuición, la adaptación a internet de las técnicas de comunicación de masas y un profundo conocimiento de su público objetivo. Ellos han reformulado el fenómeno fan y se han convertido en los principales ídolos de los jóvenes, especialmente entre los menores de 25 años, desplazando a una posición secundaria a músicos y actores.
No necesitan de los medios de comunicación tradicionales, pues ellos mismos se han convertido en uno. Lo han conseguido utilizando principalmente las plataformas para compartir vídeos (YouTube, Twitch, Vimeo) y las redes sociales (Instagram, Facebook, Twitter). En una emisión en vivo, los principales españoles (El Rubius, Vegetta o AuronPlay) logran a veces más audiencia que muchos de los programas estrella de la televisión.
La diversificación de sus fuentes de ingresos la desearía un gran número de empresas. Los consiguen por visionado de sus vídeos, publicidad insertada en ellos, patrocinio, enlaces de afiliación, merchandising, acudir a eventos, venta de cursos online, etc. La suma de todos ellos proporciona a unos pocos ganancias millonarias y los convierte en nuevos ricos.
Por todo lo anterior, gozan de mi respeto y admiración. Sus ingresos son una recompensa a su talento, al descubrimiento de un gran nicho de mercado no cubierto por los medios convencionales y a su trabajo como empresarios. Una sustancial parte procede de un origen humilde y se han ganado a pulso lo que tienen.
Desde mi perspectiva, ellos tienen más mérito que muchos directivos de grandes empresas. En numerosas ocasiones, en la consecución del privilegiado cargo tiene más importancia su familia burguesa, unas magníficas relaciones sociales, su conexión con algunos de los principales políticos del país o la pertenencia a una obra religiosa que su valía personal.
No obstante, me parece muy mal que abandonen España y trasladen su residencia a Andorra. En primer lugar, porque nuestro país no es un infierno fiscal, tal y como ellos dicen, pues tiene una presión tributaria comparativamente baja. En 2019, los ingresos públicos representaron un 39,1% del PIB, mientras que en la zona euro ascendieron al 46,5%.
En segundo lugar, me parece mal porque demuestran un gran egoísmo. La solidaridad con los demás no solo consiste en realizar donaciones, sino también en aceptar pagar más impuestos que casi todo el resto de los ciudadanos por ganar más que ellos. En el IRPF, los tipos impositivos son más progresivos que en la mayoría de las naciones de la zona euro. Para muchos es un problema, para mí una virtud, pues hace del tributo un mejor redistribuidor de renta.
En tercer lugar, no me parece bien la actitud que mantienen porque ofrece un ejemplo nefasto para sus seguidores. Para ellos, son unos listillos que han burlado a Hacienda y un modelo a seguir también en lo que se refiere al pago de impuestos. Los idolatran tanto que estudiantes de la universidad pública, cuya matrícula es financiada en gran parte por los tributos recaudados por la Administración, consideran que hacen muy bien fijando su residencia en Andorra.
La elusión fiscal la pueden realizar porque las nuevas tecnologías les permiten trabajar en remoto y no necesitan estar ni al lado ni cerca de sus clientes. De esta manera, les es muy fácil pasar 183 días fuera de España y tributar en el país pirenaico. Una posibilidad que ahora no está al alcance de muchos deportistas y directivos, pero que las nuevas tecnologías facilitarán que se encuentre disponible para numerosos profesionales en un futuro inmediato.
Ante dicho reto, tal y como le piden algunos liberales, Hacienda puede reducir notablemente el tipo máximo del IRPF y dejarlo en un 15%, el porcentaje actualmente establecido en Chequia, Lituania y Hungría. El objetivo sería que los que más ganan no abandonaran el país y muchos extranjeros vinieran a residir en el nuestro.
Indudablemente, el resultado supondría una gran reducción de la recaudación, pues lo perdido sería muy superior a lo ganado, pues España es un país de más de 47 millones de habitantes. La anterior estrategia solo es rentable en los países con escasa población, como es el caso de Andorra (77.142 habitantes), Mónaco (38.964) o San Marino (33.800).
No obstante, la mejor estrategia, a mi juicio, es la de dejar de gravar los ingresos declarados por los profesionales y empresas tecnológicas y proceder a hacerlo a los dos colectivos según el gasto en sus servicios efectuado por los residentes en nuestro país. Si así sucediera, la recaudación perdida sería nula, aunque pudieran argumentar que la mayor parte del trabajo incorporado en ellos es realizado por una compañía o colaborador establecido en un paraíso fiscal o territorio de baja tributación.
En definitiva, en términos empresariales y de liderazgo, los jóvenes convertidos en millonarios gracias a su éxito como youtubers, streamers e influencers constituyen un magnífico ejemplo para el resto de su generación. Han creado compañías solventes de la nada, conseguido una gran audiencia internacional y pasado a ser los nuevas rock stars, aunque sean incapaces de entonar un estribillo. Para sus fans, su palabra vale más que cualquier otra.
Debido a ello, el traslado de su residencia fuera de España por motivos fiscales supone un pésimo ejemplo. Aunque así lo digan sus ídolos, con la finalidad de justificar su partida, los impuestos no son un robo, incluso si el tipo máximo aplicado en el IRPF es elevado, pues los ha determinado un gobierno elegido democráticamente por los ciudadanos.
En cambio, sí constituyen un gran instrumento para financiar el Estado del Bienestar, prestaciones públicas básicas como seguridad y justicia y, si pagan más que proporcionalmente los que más riqueza y renta poseen, aseguran una mayor igualdad de oportunidades. En definitiva, una sociedad mejor y más justa.