Me desperté ayer, como muchos días, escuchando a Jordi Basté en RAC1. En su editorial tempranero se quejaba de forma amarga porque Mariano Rajoy hubiera sido incapaz de ponerse al frente del accidente --¡maldito siniestro de autocar!-- del fin de semana en la autopista AP7, en el tramo que une Tarragona y Castellón. El ridículo del presidente español ante el primer ministro italiano y ante la opinión pública en general fue bien retratado por el madrugador líder radiofónico aprovechando la solidaridad emotiva que causa el infortunio de las jóvenes que dejaron su vida en la carretera. 

Cuando Basté apunta a Madrid es muy mordaz. Pasaba igual con Jiménez Losantos, enganchaba

No acostumbro a coincidir con sus tesis políticas, pero ayer Basté estuvo acertado. Casi siempre que apunta a Madrid, en el sentido de dirigirse a los dirigentes gubernamentales, y sobre todo a los del PP, es especialmente mordaz. Me pasaba igual hace años con Federico Jiménez Losantos, me enganchaba. Cuestión diferente es cuando la mirada es interior. Momentazo en que el discurso de Basté o de Mònica Terribas se torna respetuoso, reverencial o casi servil. ¿Dirá Basté hoy en su pastoral que Carles Puigdemont se equivocó cuando se hartó de repetir que no había ningún “ciudadano catalán” entre los afectados por los atentados de Bruselas? A riesgo de enemistarme amablemente con el popular colega, me juego dos judías del ganxet de Palau-solità i Plegamans a que esa reprimenda no la considerará apropiada y no formará parte hoy de su homilía periodística.

Mientras el mundo se la juega ante amenazas de una envergadura y tamaño descomunal, el presidente catalán, en una muestra de aldeanismo político digna de su bisoñez, utiliza terminología impropia. Por inexistente en lo administrativo, por inapropiada en un día que Europa, la capital de sus instituciones, era atacada por una fuerza que atenta contra la ciudadanía cualquiera que sea su adscripción, extracción social, carnet de identidad o vestimenta. ¿No perciben eso mis colegas?, ¿Le perdonamos a Puigdemont su actitud tribal o le reprochamos la incapacidad para tener una mirada amplia, europea y dejarse de actitudes pueblerinas?

Las referencias de Puigdemont a ciudadanos catalanes en el atentado de Bruselas son aldeanas, propias de una aldea gala en lucha con los romanos

Muchos catalanes viajarán esta Semana Santa a Andalucía, forma parte de la trama de afectos que es España. Me consta que la policía ha extremado la vigilancia en esa comunidad. Existen elementos de riesgo cierto para que el yihadismo asesino acometa nuevas escaramuzas terroristas en plenas exaltaciones de cristianismo popular. Ojalá ese extremo no se confirme y Puigdemont no se vea obligado a pronunciarse sobre el asunto. Sus palabras no son las de un ex alcalde de Girona, ciudad cosmopolita y afrancesada, sino las del máximo mandatario de una aldea gala en lucha con los romanos. Siglos ha, of course.

En España el terrorismo es un cáncer menos sorpresivo que en otros países. Se nos ha desarrollado un callo, una corteza, emocional. Es un hecho que, no obstante, no permite esgrimir orgullo. Desgraciadamente se trata de lo contrario. Bruselas, capital belga, volvió a ser sacudida ayer por la expresión violenta e irracional de las ideas, sean políticas o nacidas de creencias religiosas. La barbarie que los ciudadanos que transitaban por la ciudad europea sintieron tan próxima ha sido moneda corriente durante años en este país. Y aún así no deja de consternar ver como sufren unos vecinos sin justificación ni posibilidad de marcha atrás.

Me hubiera gustado redactar una columna sobre el peligro creciente de la plaga de terrorismo islamista sin tener que mencionar a ningún nacionalista local. Pero es imposible, ellos siempre van delante, van primeros, actúan ágiles con su discurso sentimental. Son así, y no cambian ni tienen intención de hacerlo.

Si no te amoldas a ese juego, si no comulgas con sus ideas te tildan de reaccionario, unionista o nacionalista español. Ni lo soy ni me siento --las banderas son trapos que tanto sirven para alentar una guerra como para sonarse los mocos--, pero aún me invade cierto confort intelectual por mantenerme distante de actitudes aldeanas. Y esa actitud crítica nos la enseñaron en la facultad, era la esencia del periodismo. Un oficio que hoy se ejerce al servicio de intereses económicos (impecablemente vestidos y técnicamente ejercidos) que hacen negocio con la política o con actitudes propias del llamado periodismo deportivo, que no es más que una narración acrítica y hooligan de los colores que se defienden.