Siempre atribuimos a los políticos la más absoluta inclinación al clientelismo. Cuando llegan al poder intentan favorecer a los más próximos y éstos, en justa correspondencia, les apoyan y se convierten en su claca amplificadora.

Hay, sin embargo, más versiones del clientelismo. El del empresariado, por ejemplo. En Cataluña, hay casos claros, muy vinculados casi siempre al mundo asociativo, a las patronales, a los gremios, hasta en los centros excursionistas o las sacristías de medio país.

Ramon Masiá i Martí es uno de esos abogados de buena familia que conoce las redes clientelares del empresariado catalán. El mismo es un espécimen embadurnado por ese betún. Sobrino de Antoni Negre i Vilavecchia, Masiá fue aupado, muy joven, al Olimpo del poder. Su tío fue presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona durante largo tiempo y tiró de la familia para garantizarse el funcionamiento del aparato de continuidad en el poder.

El abogado Masiá maduró a la sombra del tío burgués y casi todos sus negocios florecieron en ese ámbito de relaciones sociales y de negocios. Allí, en la Cámara de Comercio, conoció por ejemplo a Genís Marfà –uno de los socios de juventud del vampiro Joan Piqué Vidal– con el que pudo aprender cómo un abogado del Estado de gran recorrido puede arruinarse con el negocio inmobiliario desde muy cerca. También a Josep Lluís Torra, de Agrupació Mútua. En este caso no hacen falta aclaraciones, Google lo sabe todo. Relaciones clientelares producidas, en definitiva, gracias a la experiencia que obtuvo ganando las elecciones en los respectivos epígrafes empresariales de la Cámara de Comercio.

Nadie sabe qué ha aportado a la institución durante tantos años. Hay más sospechas, en cambio, sobre qué se ha llevado puesto. Negocio e influencia. En román paladino: redes clientelares. No extraña, en consecuencia, que ahora se ponga nervioso porque hace ya demasiado tiempo que no hay elecciones y su máquina electoral está adormecida y sin generar ingresos a la cuenta de resultados. Por desgracia, al abogado Masiá sólo le quedan cinco clientes.

Lo dicho, los políticos son a veces meros aprendices del clientelismo.