Parece que el conseller de Treball y Asuntos Sociales, Chakir El Homrani, será el chivo expiatorio de la grave crisis de las residencias de ancianos de Cataluña. Quim Torra le ha señalado por la falta de información de lo que les está ocurriendo, una manera de dirigir contra él la responsabilidad no ya de los datos, sino de la masacre que se está produciendo en esos centros.
En Cataluña, 64.000 personas viven en las residencias para mayores. Suponen el 0,8% de la población, pero en ellas se han registrado 909 muertes por coronavirus, frente al total de 2.988. O sea, estos ancianos suponen el 0,8% de los habitantes, pero el 31% de los fallecidos. ¿Qué puede explicar esa desproporción tan brutal? (En La Rioja, la primera comunidad donde se focalizó con intensidad el virus, la tasa de muertes de ancianos internados es el 44% del total.)
Quizá el aspecto más singular de la crisis del Covid-19 es cómo se le combate. Las enfermedades que más preocupaban a nuestro mundo, se pelean una a una; las afecciones cardiovasculares o el cáncer, por ejemplo, atacan a personas determinadas, no a la población en su conjunto. La ciencia ha permitido el desarrollo de una potente industria que vive de la búsqueda de soluciones y de paliativos. Y lo cierto es que sus continuos descubrimientos y las tasas de curación nos permiten vivir en el consenso de que da resultados.
Pero el coronavirus no tiene nada que ver con eso. Es una pandemia terrible que se puede frenar con aparente facilidad poniendo coto a su contagio. Las primeras medidas para combatirlo consisten en algo tan simple como la higiene y la privacidad, o sea, la distancia prudente entre nosotros.
Primero se dijo que era especialmente agresivo con la gente mayor y con patologías previas, sobre todo respiratorias, pero luego se ha visto que no siempre es así, que muere gente de todas las edades y condiciones. Y las autoridades no hacen más que insistir en el aislamiento, el uso de mascarillas y guantes, en las precauciones más elementales.
Esa información que vamos procesando no para de subrayar la sencillez de las medidas de prevención. Y también, claro está, la ventilación pulmonar para fases avanzadas de la enfermedad. Como las cuestiones de fondo: dar con la vacuna, por supuesto; incluso con los tratamientos más eficaces para la curación. Campos en los que se han producido numerosas iniciativas en España y en todo el mundo.
La idea fuerza es que la limpieza personal y el no hacinamiento, tanto o más que los medicamentos y la tecnología, son básicos y determinantes. De ahí que las cifras de los asilos nos pongan contra la pared de una realidad ineludible, pero difícil de aceptar. ¿Tendremos el valor de entender lo que nos están diciendo? Más que asilos o residencias, son aparcaderos.
Los recortes en el gasto público sanitario y social, la conversión de las residencias en un negocio privado que vive del dinero público han mermado sus posibilidades de ofrecer un servicio digno. Cualquier persona que haya conocido de cerca alguno de estos establecimientos, incluso los centros socio-sanitarios, ha podido comprobar que las familias y el personal contratado por ellas suplen el trabajo de unas plantillas escasísimas. En el momento en que la reclusión dictada por el estado de alarma ha impedido las visitas a los asilos, el sistema se ha desmoronado, el motor se ha gripado, los contagios han sacudido a los propios empleados y la infección ha progresado sin obstáculos.