El PSC, ese claro objeto de deseo. Desde el primer segundo fue la diana del independentismo, que quería borrar del mapa a un partido clave en la historia reciente de Cataluña, pero también determinante para el futuro a medio y largo plazo del autogobierno catalán. La carga frontal del independentismo, de todos aquellos, con Artur Mas a la cabeza, que querían que los socialistas se sumaran al llamado derecho a decidir --una auténtica artimaña de los convergentes-- se vio favorecida por las propias torpezas y errores de los dirigentes socialistas y de exdirigentes que creían más en la cuestión nacional que en la responsabilidad social del PSC. Aquellos exdirigentes, como Joaquim Nadal, o Marina Geli, han adoptado caminos diferentes. Mientras Nadal asimila que el independentismo se equivocó de forma rotunda, y plantea una solución razonable, Geli ha seguido los pasos de los irredentos.

Los socialistas catalanes son atacados, de nuevo, por los ideólogos de Carles Puigdemont y de periodistas que compran la mercancía averiada de los independentistas. Ahora, el PSC, aseguran, se verá perjudicado por el impulso de Pedro Sánchez y la apuesta del PSOE por un 155 si el presidente Torra --¿presidente de quién, exactamente?-- vuelve a las andadas.

El PSC, sin embargo, tiene otros adversarios. Resulta que los autoproclamados “constitucionalistas” reprochan a los socialistas que no voten la moción de censura de Ciudadanos, un partido que la presenta ahora --¿ahora?-- en pleno periodo electoral para intentar borrar que no ha hecho nada desde su victoria intrascendente de diciembre de 2017. El argumento es que el PSC, si no vota a Lorena Roldán, está al lado de Torra. ¡De aurora boreal!  

Es una doble estrategia que tiene todo el sentido. El PSC no es el culpable de la actual situación en Cataluña, pese a los bienintencionados que señalan que la apuesta por el catalanismo siempre fue un disfraz de los nacionalistas que querían una Cataluña independiente. Los socialistas catalanes, con sus errores, no pueden esfumarse de un cuerpo central en la política catalana que ha modernizado el país, y que ha posibilitado un progreso social y económico que no se podía soñar tras la recuperación de la Generalitat. Ha habido de todo, claro. Y cuestiones que no han salido bien. Ahora los mismos socialistas asumen que deberían impulsar cambios en sus propias políticas. Existe un debate en el seno del PSC sobre cómo avanzar respecto a la inmersión lingüística, si cabría o no rehacer consensos. Pero el PSC no es ajeno ni quiere serlo a esa corriente principal que ha sido el catalanismo, y para ello no dejen de leer a Cacho Viu.

¿Eso es compatible con una posición dura con el unilateralismo que defiende una parte de ese independentismo? Eso es lo que se dirime. El PSOE aprieta las clavijas, pero el PSC también. Y es lógico que lo haga. El problema, y eso lo deberá asumir toda la sociedad catalana, es si el tono, las maneras, y las acciones tendrán más efecto si se realizan con brusquedad, con grandes palabras y alzando un muro a la manera de Trump, como pretende una parte de ese “constitucionalismo”, o se busca un diálogo, un acercamiento y una colaboración en beneficio del conjunto del país.

El claro objeto de deseo ha sufrido más que nadie desde 2012. El apoyo electoral quedó diezmado, la influencia mermó, y la posibilidad de salir fuera del tablero fue muy real. ¿Pero qué queda después de siete años intensos? Lo que aparece es un movimiento populista como Junts per Catalunya, que integra a dos personas en sus listas electorales completamente incompatibles como Ferran Bel o Roger Español. Lo que ha ocurrido es que CiU ya no existe. Lo que pasa es que Esquerra Republicana quiere ser Convergència, pero no se acaba de atrever. Y lo que se ha visto es que ha aparecido una fuerza antisistema, fuera de ese tronco común, como es la CUP, que ha marcado la agenda política a todo ese independentismo. Y lo que también vemos es que un partido que parecía haber roto el molde del catalanismo, como Ciudadanos, se debate en la inoperancia y se puede desangrar electoralmente, en España y en Cataluña. ¿Y el PSC? Sigue ahí, zarandeado por todos, con algunas dudas, con el primo de Madrid en dificultades y bajo presión. Pero sigue en pie. Con Miquel Iceta intentando lidiar la situación.

Se llamara o no de otra forma, fuera el PSC barrido o no en los próximos años, lo que representa será determinante para el futuro político catalán, pero también español. La sociedad catalana ha sido sometida a un desgarro que precisa de un colchón que vuelva a unir sensibilidades, a trazar acuerdos que sean válidos para todos, a derribar muros insalvables, y a influir en una España que debe admitir que el Estado de las autonomías ha sido un gran éxito y que sólo puede reforzarse --seguramente en clave federal--, y que para nada puede derribar lo construido. Ese espacio, catalán, catalanista, español, es más necesario que nunca, y claro, por eso mismo no le gusta ni al independentismo irredento, ni a los autoproclamados constitucionalistas, que no saben muy bien lo que señala y permite la propia Constitución.