Si en esta legislatura Artur Mas acaba siendo investido presidente de Cataluña, habrá demostrado que su dignidad como mandatario lo resiste todo. Por fortuna, y a diferencia de Mariano Rajoy, nadie le dirá que él no es decente para ocupar el cargo. Ni Miquel Iceta, ni Inés Arrimadas, ni Xavier García-Albiol, ni Antonio Baños, por supuesto ni Oriol Junqueras o Josep Antoni Duran Lleida le clavarán un rejón así. Es un afortunado, porque razones existen para eso y para más.

El esperpento del empate cupero, revestido de la hipócrita falsedad democrática de darle la vuelta a los designios de un país que votó el 27S, es una prueba más, una inequívoca demostración de cómo la patria se antepone a cualquier otra cuestión. Y como vamos de sentimientos, de identidades, de incondicionales adhesiones a la bandera, el ridículo empieza a resultar espantoso. 

Dicho eso, lo cómico da juego: 1.515 votos en un sentido o en otro, el 0,00033014 de probabilidad. En ese mismo guarismo, en el año 1515, los alemanes de Baviera decidieron cómo debía ser la cerveza y aquello fue más certero. Unos meses más tarde promulgaron una ley sobre la pureza de la cerveza que durante siglos ha decidido cuáles son los ingredientes de una bebida pura elaborada con malta.

El colmo del resultado hubiera sido un empate a 1.714 votos. Puestos a hacer el ridículo (los cuperos insisten en que no se les debe castigar por su asamblearia forma de tomar las decisiones, aunque hagan ruedas de prensa sin preguntas y su número uno sea un periodista) habría sido fabuloso que el guarismo emblemático del nacionalismo catalán se hubiera dado en la rocambolesca votación de ayer.

Para los enamorados de la patria catalana, los símbolos tienen importancia capital. En 1515 nació Santa Teresa de Jesús, se creó La Habana en Cuba o comenzó la independencia de Suecia tras una guerra con los daneses. Tomen referencias en el catolicismo, en el imperialismo o en la independencia de los pueblos, que de todo pueden obtenerse referencias nacionalistas para seguir justificando una decisión que tiene escrito su final desde el 27S. 

La CUP acabará haciendo presidente a Mas. Es obvio, en las próximas horas los intelectuales orgánicos del régimen, Agustí Colomines, Pilar Rahola, Francesc Marc Álvaro… seguirán adoctrinando a favor de esa opción en una desesperada acción conjunta de convencimiento. La justificarán por el hecho de que unas nuevas elecciones en marzo restarán posibilidades al independentismo y su tacticismo democrático de prêt-à-porter. No lo harán explicando que acabarían sus vinculaciones con un estatus quo que les permite vivir cómoda y holgadamente de fondos públicos, directos o indirectos.

Los chicos de la CUP están confundidos. Deben votar al presidente Mas para que nada cambie en Cataluña. Para que la independencia vuelva a ser un anhelo festivo en las calles y en las rotondas coronadas con banderas esteladas más que una realidad política plausible. Para protegerle, sobre todo, de los tribunales y de las responsabilidades políticas, para mantener su aforamiento, su salario y el de quienes como él han saltado por encima de la democracia clásica para crear un estado de opinión en el que lo supuestamente democrático es lo que unos desean y proponen, sin más. Tratándose de patriotas no importa que unos sean contrarios al capitalismo y Mas un liberal confeso.

Señores de la CUP, el candidato Mas es un patriota de gran recorrido en el circo catalán. Ustedes no piensan elevarlo a los altares hasta el 2016. ¡Qué ingratitud! Voten bien, voten mejor. Y no se preocupen, que en las próximas horas toda su guardia de corps se afanará en recordarles esto que les digo. Y ustedes se habrán comido el bocata y la cerveza alemana de 1515 en un bareto de Sabadell.