La reacción de repulsa unánime que ha provocado en Cataluña la agresión a un fotoperiodista del diario El Món por parte de un policía podría suscitar un cierto sentimiento de envidia entre quienes hemos sido víctimas de ataques por motivos políticos y, sin embargo, nos hemos sentido absolutamente solos.

Poco importa cómo se produjo el incidente de la calle Capellans de Barcelona del lunes pasado; si el fotógrafo estaba retratando al agente de la Policía Nacional, si éste le enseñó la placa para justificar su negativa a las fotos o si se identificó antes de levantarle la mano para que supiera quién le pegaba. Tampoco es muy determinante saber si el agresor se dirigió, sin más, a su víctima para gritarle improperios y golpearle. Tanto da también si resulta al final que se trata de un inspector de la lucha antiyihadista identificado y fotografiado en público.

En lo que quiere fijarse esta columna es en el eco inmediato que tuvieron los hechos, que llegaron al Congreso de los Diputados, merecieron la condena de la alcaldesa de Barcelona desde Nueva York y del mismísimo presidente de la Generalitat. No hablemos ya de la respuesta inmediata del Colegio de Periodistas de Cataluña y de todo tipo de organizaciones e instituciones del país.

Crónica Global ha sido objeto de varios ataques al más puro estilo kale borroka por parte de nuestros vecinos de Arran, las juventudes de la CUP, cuya sede está a unos metros de la redacción. Nos agreden, y firman --y también filman-- su violencia contra el medio, provocada únicamente por nuestra línea editorial constitucionalista. Después, con total impunidad difunden su gesto republicano en las redes sociales.

Tuvimos que apelar al Colegio de Periodistas para que arrastrara los pies con una condena genérica a "todo tipo de violencia". Y, por supuesto, Ada Colau no perdió un segundo en la cuestión, como tampoco lo hizo Joan Tardà. “Algo habrán hecho”, debieron pensar. O quizá sí sabían lo que habíamos hecho –ejercer la libertad de información y de expresión-- y nos sentenciaron como culpables.

Mejor así. La repulsa generalizada y solidaria contra el ataque al fotógrafo, que compartimos, no nos genera ningún resquemor porque lamentablemente ha sido absorbida por la tradicional campaña de victimización del nacionalismo que ahora se centra en denunciar que las calles catalanas --rebosantes de lazos amarillos, grafitis y pancartas-- están invadidas por la ultraderecha española, que campa a sus anchas. Es la gota malaya que se esfuerza día a día desde hace tanto tiempo en separar a los catalanes entre buenos y malos. Cualquier excusa es aprovechable.

No queremos esa solidaridad. Cualquier cosa antes que vernos envueltos (utilizados) por políticas oscuras que no llevan más que a alimentar el enfrentamiento y la frustración entre los ciudadanos.