En las escuelas de negocios se suele decir que la tercera generación de las empresas familiares es la más delicada. El abuelo crea, el hijo mantiene y el nieto dilapida. En castellano antiguo existía un refrán, ya en desuso, que lo definía de forma cruel: “Padre comerciante, hijo caballero, nieto pordiosero”.

Aunque se aplique habitualmente en los temas económicos, lo cierto es que la continuidad es el verdadero reto en todos los ámbitos. Y también en la política. Los avatares que ponen a prueba las empresas políticas --los partidos-- no son la conquista de nuevos mercados, la actualización tecnológica o la habilidad ejecutiva de los herederos, sino los desafíos del propio país.

La transición fue el primer embate que puso en apuros a dos de las organizaciones preeminentes del momento. AP de Manuel Fraga tuvo que reconvertirse, cambiar de nombre y hacer el relevo generacional. Al PCE le ocurrió otro tanto. Los españoles querían pasar página y no apoyaron a los herederos del franquismo ni a quienes les recordaban la misma guerra, aunque como perdedores.

La UCD, que gobernó dos breves legislaturas, se deshizo tras el desgaste de pilotar el paso de la dictadura a la democracia.

La crisis económica y las reformas que reclamaba una economía vetusta fueron la gran misión del PSOE. Rompió con su brazo sindical, la UGT, y jubiló anticipadamente a una generación de políticos brillantes.

En Cataluña, el problema siempre ha sido el mismo: el nacionalismo. Primero en su cara amable de CiU y después con la evolución independentista

Pero en Cataluña, el problema siempre ha sido el mismo: el nacionalismo. Primero en su cara amable de CiU y después con la evolución independentista.

El PSC es el partido que durante más tiempo ha padecido los efectos de esa especie de catalizador. Sus convulsiones se han repetido con cambios de ejecutivas y de caras. Hasta la última, la que pueda derivar del fracaso de la apuesta de catalanidad (¿viejuna?) de Miquel Iceta el 21D. Hay que reconocer, no obstante, que llevan así cuatro décadas y aún se mantienen en pie.

CDC ha sido, contra todo pronóstico, la principal víctima del nacionalismo. No porque éste haya entrado en crisis, sino porque en su huida hacia delante el partido no pudo resistir el acoso de la corrupción propia y la del clan del fundador, Jordi Pujol. Ha tenido que cambiar de nombre y, dado el cariz de las relaciones entre Carles Puigdemont y la dirección del PDeCAT, se le abren unas perspectivas muy oscuras.

UDC, fundada a principios del siglo pasado, ha desaparecido también envuelta en deudas y corrupción. Su vertiginosa caída parece dar la razón a quienes sostenían que su existencia solo respondía a la voluntad de Pujol de mantener un halo democristiano en torno a CDC.

La izquierda del PSC, el espacio que ocupaba el PSUC, ha sucumbido en su extravagante perseverancia nacionalista/internacionalista

La izquierda del PSC, el espacio que estuvo ocupado por otra organización histórica --el PSUC--, ha sucumbido en su extravagante perseverancia nacionalista/internacionalista, con unas jóvenes generaciones siempre deseosas de estar a la última, de distanciarse del viejo comunismo estalinista, de ser modernos, verdes y, finalmente, comunes. Veremos qué sale tras el varapalo del 21D. Xavier Domènech tiene una llave que no abre ninguna puerta. Y en el camino se ha dejado muchos cadáveres.

El desastre del PP era imposible de prever. Muchos de los ciudadanos que estaban de acuerdo con la aplicación del 155 han preferido apoyar a un partido nuevo, Ciudadanos, que por carecer de experiencia ni siquiera ha gobernado un ayuntamiento.

Pese a su habilidad para mantenerse a flote, Mariano Rajoy no lo tendrá fácil para salir vivo de este tropiezo. La aplicación de la ley frente al separatismo no le ha dado réditos, solo quebraderos de cabeza.

ERC, por su parte, ya tuvo su crisis. De hecho, fueron dos. El viejo partido irrelevante de Heribert Barrera tomó nuevos bríos en la etapa de Josep-Lluís Carod-Rovira, pero una revuelta interna cambió la dirección, que pasó a manos de Oriol Junqueras, con apenas cuatro meses de militancia en aquel momento.

Las encuestas le daban ganador, pero no ha sido así. El acelerón nacionalista ha activado a los votantes del otro lado, que han hecho de Cs el primer partido de Cataluña. Y también ha colocado en segundo lugar al PDeCAT, la antigua Convergència, ahora está en manos de un político que se ha echado al monte, ha doblado la apuesta y ha conseguido el apoyo de 940.000 catalanes.

¿Qué harán los republicanos? ¿Mantendrán el pulso de radicalización con los antiguos convergentes? ¿Hasta dónde? ¿Permitirán que el procés triture su partido como ha hecho con los demás?