Jordi Alberich, director general del Círculo de Economía. / CG

Jordi Alberich, director general del Círculo de Economía. / CG

Pensamiento

Alberich: "Hay que congelar el referéndum, la independencia y la inacción"

El director general del Círculo de Economía considera que se ha perdido la confianza en Cataluña y que se debe reaccionar, congelando una consulta independentista pero también el inmovilismo

31 diciembre, 2017 00:00

Jordi Alberich es el alma del Círculo de Economía. Los principios de la “casa”, como él denomina al lobby empresarial, los tiene interiorizados, y afloran de forma constante en su conversación. Alberich, economista, director general del Círculo, considera que las advertencias sobre lo que podía pasar en la economía catalana se habían producido, aunque, como ocurrió con la burbuja inmobiliaria, “no se quisieron escuchar”. Ahora reclama reacción, porque entiende que “es urgente recuperar la confianza perdida”. Y pide a los responsables políticos, de Barcelona y de Madrid, que tomen una decisión: “Hay que congelar el referéndum, la independencia y la inacción”.

-¿El Círculo ha estado todo lo presente que debería en el debate público desde el inicio del proceso soberanista?

-La entidad ha estado preocupada por esa cuestión desde hace años, por una idea que subyace en lo que es un problema político, y que está relacionada con el reparto del poder. Ya en 2001, con Salvador Gabarró como presidente, publicó una opinión en la que se alertaba de una concentración del poder. El título era elocuente: El papel del Estado en el mantenimiento del equilibrio económico territorial en España. Decíamos que se construía una España que no era positiva, que era necesario que el Estado estuviera presente en todo el territorio, cuando se ponían en marcha grandes infraestructuras: “Las políticas no deben reforzar la tendencia a la concentración unipolar del poder, el mantenimiento de un sistema multipolar tiene indudables ventajas económicas para todos. La sana competencia que el multipolarismo puede generar en iniciativas económicas y sociales redunda en un mayor potencial innovador y en un mayor crecimiento conjunto”. Era un problema que se iba enquistando y que queríamos resolver.

Lo que defiende el Círculo es el principio democrático y el de legalidad

-¿Es el PP en aquel momento el que inicia un proceso negativo para el conjunto de España?

-Era un buen momento para que el Estado, con un proceso de privatización en marcha, estuviera más presente. Estaba José María Aznar de presidente, con una mayoría absoluta. Pero pasaron más cosas. El Círculo criticó el proceso del Estatut, y defendió la Constitución. La preocupación era máxima por una cuestión que se ha ido agrandando, sin soluciones.

-¿Era determinante aquel proyecto del PP que se cuestionaba desde el Círculo?

-Lo que pensamos entonces es que se podía construir una España diferente, con el Estado más presente, con la necesidad de crear nuevos entes reguladores repartidos en el territorio. Era un momento histórico para pensar en un reequilibrio. Y por eso creíamos en modelos como el alemán. Aquel documento provocó un gran debate y pensamos que es muy actual. Hemos elaborado muchos documentos sobre todo ello.

-¿Pero en los últimos años, cuando se intensifica el problema, qué respuesta ofrece, con el proyecto independentista dispuesto a llegar hasta el final?

-Lo que hemos defendido son dos cosas: que una sociedad avanza cuando se combinan dos principios, el democrático y el de legalidad. El primero atañe al tiempo y a las formas, y el segundo al respeto a la ley. Cuando van de la mano, una sociedad avanza. Cuando van separados, una sociedad se deteriora. No hemos estado nunca en contra de una idea o de otra, de un referéndum o no. En lo que insistimos es en esa combinación de principios, en defender aquello que acuerden los partidos.

El empresariado catalán no se creyó el proceso, pensó que todo obedecía a un intento de buscar una negociación

-Pero por ello recibieron la acusación por parte del presidente Mariano Rajoy de ser equidistantes, en las jornadas económicas de Sitges.

-Insisto en que sí se ha puesto el acento en que no se puede saltar la legalidad. Más allá de eso, como entidad, no podemos entrar, porque es la sociedad la que decide.

-¿Cree que se actuó con la suficiente contundencia?

-Lo que ha ocurrido es que, ciertamente, se pensó en que todo podría acabar en una negociación. Y la prueba de todo, nos parece, es que no hubo una reacción económica real hasta que se vio que, realmente, se iba a declarar la independencia, a finales de octubre. La reacción no fue de analistas globales, sino de ciudadanos, que movieron sus ahorros. Se disparó todo con la creencia de que Cataluña podía salir fuera de la legalidad. Inician ese proceso las entidades financieras y siguen, después, las empresas.

-Por tanto, ¿se menospreció el potencial real del independentismo?

-El mundo, en general, no se lo creyó. Y tampoco el empresariado catalán. Es cierto. Aunque hubo avisos serios como el comunicado de la Asociación Española de la Banca (AEB), antes de las elecciones de 2015. Pero, en general, se vio como una táctica del independentismo para acabar en una negociación, a pesar de que cada empresario lo viera de una forma diferente. Creo que también se debe decir que han faltado voces, que tampoco ha habido voces de empresas con sede en Madrid, e intereses en Cataluña, que estuvieran presentes en el debate y que hablaran con contundencia.

En la sociedad catalana se dicen cosas diferentes en público y en privado

-¿Por qué?

-Es un proceso que recuerda a lo que pasó con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Hubo alertas. Estaba el Banco de España. Expertos que señalaban el peligro. Pero se siguió adelante. Y es que en esas situaciones es muy difícil, porque nadie se acaba de atrever a ir a contracorriente. Cuando hay una corriente dominante es muy difícil que te escuchen. Analistas muy prestigiosos del Banco de España eran acusados de agoreros. ¿En Cataluña no se advertía del peligro que podía suponer para la economía? Sinceramente, creo que se ha advertido mucho, no sé si bastante. Pero lo que ha ocurrido es eso, era un discurso dominante y ha acallado las voces que discrepaban sobre ese proceso soberanista.

-El presidente de Freixenet, José Luis Bonet, considera que en Cataluña existe una sociedad en silencio.

-Es un problema de la sociedad catalana, sí. Es verdad que se dicen cosas diferentes en público y en privado. Pero creo que la clave es que no se tomó en serio, porque se entendía que era una estrategia para la negociación.

-¿Y porque el independentismo quería negociar, en realidad?

-Yo creo que sí, que las 24 horas antes de la declaración son propias de esa estrategia, porque se mostró que había vacilaciones, que se quería ir hacia adelante y hacia atrás. Y eso indica muchas dudas. Con el anuncio de una rueda de prensa para convocar elecciones, y la posterior renuncia. Eso demuestra que no sabían lo que querían hacer. Si se hubiera visto claro, no habría habido esos titubeos.

La obligación de la política es lograr una salida, un mejor encaje de Cataluña sin un proceso de ruptura

-¿El CdE es un reflejo de la sociedad catalana, con voces distintas en su seno?

-Es un reflejo de la sociedad que reúne el Círculo pero no perfecto de la sociedad catalana ni mucho menos, con representantes también del mundo económico de Madrid. Es amplio. Desde su nacimiento, en los años 50, ha sido siempre una entidad que se desarrolla porque no está cómoda con el statu quo, que tiene una gran vocación reformista, pero que no se identifica tampoco con proyectos rupturistas. En su ADN lleva la reforma, el principio de la legalidad y el principio democrático. Convencidos de que la reforma constante es el mejor antídoto contra la ruptura. Pero tiene otra gran característica y es que reúne a los moderados de cualquier corriente. Porque es lo que te permite llegar a acuerdos con el otro. Y realizar cosas por consenso. Es un espacio de debate con vocación reformista, desde la moderación.

-¿Es lo que está ahora en peligro, el catalanismo político que aboga por esa moderación?

-Lo que no podemos hacer es desvincular lo que ha ocurrido con la crisis económica, que ha trastocado a las clases medias, de forma grave, que ha roto muchos mapas políticos en el mundo occidental. Hay que tener en cuenta una cuestión determinante y es que, cuando se les pregunta a los catalanes, en todas las encuestas y desde hace muchos años, aparecen tres grandes opciones: el 20% apoya el statu quo, el 50% un mejor encaje con España, y el 30% apuesta por la independencia. Es un marco que ha sido inalterable en los últimos años. Ha marcado las preferencias, que no se reflejan en los mapas políticos cuando hay elecciones autonómicas, pero que sí se refleja de forma más clara en las elecciones generales. La política no recoge esa demanda por un mejor encaje. Por tanto, una de las peticiones que hemos realizado al presidente Rajoy es ver cómo hacemos para constituir una alternativa política que recoja esa demanda. Lo que está ocurriendo es que la ciudadanía tiene poca oferta política y tiende a irse hacia los extremos. La obligación de la política es trabajar esa alternativa, encontrar esa salida, un mejor encaje con España sin romper.

Quien gobierne en Cataluña debe saber que debe lograr consensos para un 70% de la gente

-¿En estas elecciones del 21D no lo representaba el PSC?

-Sí, creo que sí. Pero las elecciones han resultado ser una especie de referéndum sobre la independencia. Pero tenemos que tener en cuenta el grado de complejidad social, con la exigencia de recuperar la confianza del mundo económico lo antes posible, porque se ha perdido la confianza, y se debe recuperar. Lo razonable ahora es decidir dos cosas: congelar el referéndum, la independencia, pero también la inacción. Porque tienes un 48% de la población que se quiere ir, y eso debe reforzar la vocación reformista.

-¿Pero cómo se representa esa opción, cuando quien lo pretendía, el PSC, obtiene sólo un diputado más?

-Lo importante para mí no es si se logra un punto o dos puntos más. Lo determinante es que ninguno de los dos bloques puede imponerse al otro. Las soluciones no vendrán de que un bloque se imponga al otro. Vendrán si son capaces de superar la política de bloques. Quien gobierne debe admitir eso, que se deben lograr consensos del 70%. Y el Gobierno central debe demostrar que tiene proyectos reformistas.

-¿Qué responsabilidad tiene el Gobierno?

-Sólo reconociendo el problema ya hubiera ayudado mucho. Pero ahora buscar responsabilidades ya no sirve de gran cosa. Tanto el Gobierno catalán como el español deben entender que no se puede esperar, que es urgente recuperar la confianza perdida, urgente, porque se irá deteriorando. La confianza, hoy, se ha perdido en gran medida, con empresas que se han marchado.

-¿Puede ir a más?

-Puede estabilizarse o ir a más. Se debe primero estabilizar la situación y con políticas, después, para recuperar lo perdido. Pero no nos podemos permitir no reaccionar. Quien gobierne debe saber que debe recoger la sensibilidad de un 70% de catalanes. En caso contrario, no tendremos margen.

La sociedad civil debería defender sus intereses, estar más presente, como lobby con una mayor transparencia

-¿Se podría recuperar de forma rápida?

-Sí, con una reacción, admitiendo esa cuestión sobre los dos bloques, con un mejor encaje. Poco a poco se puede ir recuperando. Porque, a pesar de la sacudida tan grande, Cataluña tiene muchos activos y muy importantes. Y porque la tendencia natural es la vida, es decir, en un marco de estabilidad, la sociedad tiende a consumir, y las empresas tienden a invertir. Pero esas condiciones se deben producir, que nadie gobierne sobre uno y otro bloque.

-¿La voz del mundo económico, más allá del Círculo, debería estar más presente en la vida pública a partir de ahora?

-La sociedad civil de la que se habla mucho tiene sentido justamente en estas situaciones. Y con la máxima transparencia.

-¿Ser más conscientes del poder de la política?

-Sí, es eso, ser conscientes de que la política actúa, y que se debe estar presente. A veces la sociedad civil entra en esos debates, pero, en realidad, lo que puede y debe hacer es defender sus propios intereses, ejercer de lobby con mayor transparencia. Y debe trabajar sobre cómo puede recoser la sociedad catalana, desde muchos ámbitos, como la situación sobre la desigualdad, con una fractura social enorme, con bajos sueldos. En Cataluña, en el resto de España, y en todo el mundo occidental, el problema es esa fractura social, con pocas expectativas, con previsiones para los hijos peores que la que los padres habían tenido.

Han sido las clases medias y medias altas las que han sostenido el proceso soberanista

-¿Ha habido una fractura entre el mundo público y el privado a partir del proceso soberanista, con una defensa de la independencia por parte de aquellos sectores que se han sentido más protegidos?

-Lo que sabemos es que la independencia la han defendido clases medias y medias altas, con rentas de entre 2.000 y 5.000 euros. Eso no se puede dejar de lado, con la mención a esa crisis económica tan grave. Son personas calificadas, jubilados con pensión máxima, funcionarios, con trabajos estables, todo un conjunto que pertenece a la clase media.

-¿Y las tensiones en el seno del Círculo, en el último tramo de la presidencia de Antón Costas?

-En el Círculo hemos hecho una característica de la pluralidad. Pero tensiones no ha habido. El objetivo siempre ha sido el de llegar al máximo para poder lograr consensos. Es decir, hasta dónde podíamos llegar. Y si no se acordaba el qué, si se llegaba al pacto sobre el cómo, por eso esa obsesión por los dos principios, el democrático y la legalidad. La utilización inteligente de los dos principios. Y que la sociedad civil más que posicionarse sobre una cuestión o la otra, debe exigir el respecto al cómo, y que cada persona, de forma individual, tome sus decisiones. La entidad es reformista, y si los partidos se pusieran de acuerdo para organizar un referéndum, lo defenderíamos. Pero tensiones, no ha habido, porque llevamos casi 20 años sobre ello.