Anclados como estamos en el monotema catalán perdemos demasiado, en todos los terrenos, como comunidad. Esta fijación política provocada por el independentismo, supone un coste de oportunidad tremendo para la generación que soportamos el actual estado de cosas, enquistados en la política y fracturados en lo social. Así lo denominaríamos en términos económicos.

Mientras el teatro político sigue representando sus funciones, en Cataluña suceden cosas. O, formulado de otra forma, en el mundo acontecen múltiples sucesos que nos atañen de manera directa.

Sin ir más lejos, Italia detuvo ayer en su territorio a un ciudadano bosnio que se dirigía a Barcelona con un auténtico arsenal armamentístico. ¿Para qué? Pues casi mejor ni saberlo una vez está conjurado el riesgo inmediato.

Mientras los parlamentarios catalanes se ponen de acuerdo sobre quién gobernará el país o si volveremos a las urnas antes de saberlo, unos 40.000 ciudadanos esperan a que alguien les explique por qué sus expedientes de solicitud de renta mínima garantizada están pendientes de resolución o denegados. No son cuatro gatos, no; son 40.000 personas, en algunos casos, cabezas de familias con dificultades.

A la par que los políticos siguen con su particular juego de egos, primacías y victorias y derrotas, los ciudadanos vemos pasar el futuro en un vehículo gris, casi negro

A la vez que nos conformamos pensando que no pasa nada, y la patronal Pimec dice que la situación política no ha afectado a la economía catalana, nadie desde la administración toma decisión alguna que frene la sistemática huida de empresas catalanas hacia otros destinos para sus sedes sociales.

¿Saben qué sucede? Sencillo, que los cortoplacistas dicen que vamos mejor que nunca, que las exportaciones han crecido o cualquier otra excusa pretendidamente económica igual de peregrina. Como si cualquier empresario de los de verdad no supiera que lo vendido en estos últimos meses son pedidos anteriores, que las expectativas han empeorado y que hay un proceso de emigración de los servicios de valor añadido que corre paralelo al exilio, ese sí verdadero, de las sedes de las compañías catalanas. Esperen a conocer los datos macroeconómicos de después del verano y decidan entonces quién tenía razón, si los que alertamos desde hace meses o los que minimizan los hechos.

Lo que sucede hoy tapa demasiados flancos de la vida real de una comunidad autónoma tan viva históricamente como la catalana. Y, sí, a la par que los políticos siguen con su particular juego de egos, primacías y victorias y derrotas, los ciudadanos vemos pasar el futuro en un vehículo gris, casi negro.

Mientras eso sucede, nos seguimos empobreciendo, cansando y admitiendo que lo que siempre habíamos elogiado de los elementos positivos de nuestro país y sus gentes era tan exagerado como impropio.