El quimérico debate que vive la política catalana en torno al soberanismo produce monstruos. Me explico, que diría el filósofo. Existe una cosa en ese malicioso Estado español al que en Cataluña se alude con asiduidad que se llama Registro de Inversiones Exteriores del Ministerio de Economía y Competitividad. Es un organismo que de forma periódica da a conocer cómo evoluciona, bajo qué tendencias y con qué números absolutos se mueve la inversión extranjera en España.

El dato, como el rábano cogido por las hojas, fue aprovechado por el nacionalismo con mono de independencia para airear que en esta comunidad la situación progresa no sólo adecuadamente, sino que Alicia era una principiante cuando habló del país de las maravillas. Alicia, la de Lewis Carroll y no la Sánchez Camacho, desconocía ese paraíso llamado Cataluña. Sus medios de comunicación subvencionados parecen el coro de una escolanía, cantan todos a la vez aunque alguno desafine.

Que haya más desinversión que el año anterior es el dato que debiera preocuparnos en realidad

Dos ideas de los datos que presentó ayer el secretario de Estado de Comercio: una, en 2015 la inversión extranjera en España se incrementó el 7,9% de promedio. La desinversión productiva neta, por el contrario, se desplomó y aumentó un 21% con respecto a un año antes. Esa es la gran cifra a considerar en cualquier punto del territorio español, sea el lector nacionalista o adventista del séptimo día.

Que salgan más empresas y capitales para la economía productiva de los que entran es un problema serio, una preocupación a la que los políticos encargados del tema deberían destinar horas de su trabajo. Pero tratándose de los personajes que habitan en el departamento de Empresa y Competitividad de la Generalitat resulta más provechoso y cortoplacista acogerse a una cifra relativa. Sobre todo a qué es lo que ha crecido la inversión extranjera en el último año: el 57,8%. ¡Menudo porcentaje! ¡Ojalá creciera así la rentabilidad de nuestros ahorros o de la hucha de las pensiones!

Los números absolutos no interesan. O asustan, vaya usted a saber amigo lector. Pero lo cierto es que la inversión productiva que llegó a Cataluña el último año fue de 4.783 millones de euros. ¿Saben cuál fue la cifra que recibió Madrid en idéntico periodo? Pues más del doble, 10.093 millones de euros. Comparen: Murcia obtuvo 518 millones.

Primero, algunas empresas foráneas prefieren preparar las maletas que hacer unas obras para seguir en Cataluña. Segundo, si se descuenta el efecto sede (tanto en Barcelona como en Madrid), la inversión extranjera ha dejado de ser uno de los motores de la economía catalana (recuerden: la electrónica de Samsung, Sony, Panasonic, Sanyo, Sharp…; la química alemana y estadounidense de Tarragona; los hoteles franceses…) y ninguna actividad ha logrado ser sustitutiva del papel desarrollado antaño por el capital foráneo en la industria. Al menos, por el momento.

Pero que los nacionalistas no se confíen con un dato porcentual y relativo. Cataluña pierde sedes sociales de compañías por temor político y cabreo fiscal. Es la misma comunidad que sigue sin encontrar alternativa a las inversiones extranjeras que tanto mimaba Jordi Pujol en sus años mozos. Aquel nacionalismo pragmático daba seguridad jurídica y un marco estable de competencia a las empresas. El independentismo de hoy da miedo, aunque un año con respecto a otro pueda parecer lo contrario si lo medimos en tanto por ciento.