Sorprendentemente, todavía hay quien cree que el problema del nacionalismo catalán se solucionará con diálogo. O que con ese diálogo la conllevancia será más soportable. Al fin y al cabo, dicen, hay dos millones de independentistas, y entre ellos cientos de miles de fanáticos dispuestos a seguir ciegamente a un iluminado como Puigdemont. Algo habrá que hacer con ellos, insisten.
Sin embargo, el propio expresident se ha encargado de despejar muchas dudas en los últimos días. El sábado, en el aquelarre separatista de Perpiñán, ante una muchedumbre de secuaces entregados a la causa --y en algunos casos, tras recorrer cientos de kilómetros y atiborrarse de españolísimos churros--, Puigdemont aseguró que “los tiempos mejores ya los tenemos aquí” y llamó a “preparar la lucha definitiva” para lograr la secesión de Cataluña porque “ya no nos pararán” (con Clara Ponsatí de telonera dando los “buenos días a los jóvenes que ganaron la batalla de Urquinaona” y generando el estupor de algunos sindicatos de los Mossos). El lunes, el fugitivo amenazó con retomar la “vía unilateral” si el Gobierno no acepta un referéndum independentista en la mesa de negociación recientemente activada.
A modo de referencia de cuál es el grado de estabilidad mental de Puigdemont, basta con recuperar algunas anécdotas recientes. Desde que el viernes llegó al Rosellón, el expresident no dejó de repetir que estaba en Cataluña; una boutade que se vio obligado a corregir contundentemente Manuel Valls: “No, Puigdemont, estás en Francia, una república, una e indivisible”. Posteriormente, el prófugo alardeó de haber sido recibido por el alcalde de Perpiñán con todo tipo de honores y con un lazo amarillo en su americana. Eso sí, de un tamaño diminuto en comparación con la banda tricolor --por la bandera francesa-- que lucieron él y otros miembros del consistorio. Un día después, Puigdemont se fue a Colliure a honrar a Antonio Machado colocando una estelada en su tumba y, como era previsible, se llevó un rapapolvo de otro grupo de españoles con el que coincidió. Este tipo es el líder del nacionalismo catalán actual.
Para que nadie se lleve a desengaños, en la epifanía de Perpiñán, Puigdemont estuvo acompañado por lo que algunos califican de independentismo moderado o pragmático. Allí estuvieron Artur Mas (JxCat/PDeCAT), Ernest Maragall (ERC), Oriol Junqueras (ERC) y Marta Rovira (ERC) --estos dos últimos por videoconferencia--, entre otros, avalando los mensajes de odio que regurgitaron desde el escenario.
Mientras tanto, los condenados por sedición al organizar el intento de secesión unilateral de otoño de 2017 van saliendo de las cárceles cuando apenas han cumplido dos de los entre nueve y trece años a los que fueron sentenciados.
No queda más remedio que dar la razón a los que denuncian que las medidas penitenciarias adoptadas con los que afirman que lo volverán a hacer parecen una recompensa injustificada. Del mismo modo que hay que admitir que la política de “desinflamación” respecto al nacionalismo catalán está siendo un rotundo fracaso.
Y, por cierto, de la neutralidad, reconocimiento de las diferentes identidades y respeto por el bilingüismo en las administraciones públicas --entre otras menudencias-- que reclaman los catalanes no nacionalistas seguimos sin tener noticias.