"Soy el candidato de los socialistas catalanes. Gané las elecciones, obtuve más papeletas que ningún otro partido y, aun así, me quedaré en la oposición. No obstante, sigo queriendo lo mejor para mi tierra. Sigo teniendo las mejores intenciones para Cataluña y, entre otras prevenciones, deseo que el independentismo radical abandone de una vez por todas las instituciones. Por esa razón, y a pesar de estar enfrente de los postulados nacionalistas del candidato Aragonès, de no compartir buena parte de su ideario, mi partido votará a favor de su investidura. No es un voto de afirmación del presidente, sino un voto para evitar que pasemos un minuto más sin gobierno. Será un voto a favor de la reconstrucción del espacio central de la sociedad catalana y un voto que impedirá cualquier chantaje soberanista en los próximos años. Pactaremos con ustedes algún presupuesto y alguna ley en la que podamos, por la vía de consenso, ponernos de acuerdo. No pactaremos la división, la fractura social, ni pactaremos tampoco cualquier cantinela independentista. Solo queremos ayudarles a emanciparse de aquéllos que han apostado por el sainete radical y el destrozo constante de nuestras instituciones".

Imaginen que Salvador Illa realizase este discurso en la segunda sesión plenaria del Parlament que debe investir a un nuevo presidente. ERC sacaría adelante a su candidato y Junts per Catalunya quedaría en el margen de la carretera política haciendo autoestop. Es sabido que ERC no ha sido capaz aún de caminar sin muletas, que tiene una capacidad para la autodestrucción imbatible. Es más, si continúan de la mano de los antiguos convergentes, la política de la comunidad autónoma se parecerá cada día más a ese buque atascado en el Canal de Suez .

Ni Illa ni el socialismo catalán serán capaces de hacer un Manuel Valls. El político francés votó con una pinza en la nariz a favor de la alcaldesa Ada Colau, a pesar de que no compartía nada con ella. El PSC puede demostrar la utilidad de su triunfo si desatasca la situación y le da un giro que pueda mejorar el bienestar general y evitar que la Administración pública catalana se anquilose aún más en los próximos años. Sería un ejercicio de pragmatismo, de fiscalización a distancia, que sorprendería a una parte importante de los radicales vividores del procés, esa casta que tanto daño está infligiendo a la ciudadanía que dice defender.

ERC debería ser generosa, pagar el favor en Madrid y, en un ejercicio de posibilismo político, entender que para ser el centro nuclear de la política catalana conviene transaccionar. Aunque sus líderes, el beato Oriol Junqueras y la voz de pito Marta Rovira, sigan jugando a la prisión y el exilio voluntario. Sólo así los republicanos conseguirán eliminar la grasa identitaria que arrastran y el peso muerto que suponen sus antiguos compañeros de viaje nacionalistas. Al modo vasco, vaya. Ya los conocen, se han peleado hasta la saciedad en la legislatura pasada, y no deberían sorprenderse por sus peticiones envenenadas. Un poco de valentía y menos dependencia de Waterloo convertirían a ERC en el partido central del catalanismo.

Tal y como se han producido las cosas después de las elecciones, la generosidad debería ser socialista. El PSC no puede gobernar con ninguna aritmética. Es la mejor solución para extender su política constitucionalista: equilibrar con templada influencia un eventual gobierno de radicalidad independentista. Es conocido que en el bando de los contrarios al nacionalismo también existen multitud de partidarios del cuanto peor, mejor. Justo lo mismo que defienden desde Bélgica los partidarios del fugado Cocomocho y los radicales de la CUP.

A los socialistas les dirían nacionalistas durante tres meses. A los republicanos les llamarían traidores durante más o menos el mismo tiempo. Pero quizá, a los seis meses, un gobierno de republicanos con algún independiente bendecido por el PSC podría poner en marcha la economía de Cataluña y su sanidad, educación y servicios sociales. Si finalmente ERC acaba sodomizada por Waterloo, dentro de seis meses la situación del territorio será igual de insostenible que en este momento. Ni la aprovecharán las dos formaciones que ganaron las elecciones, ni, por supuesto, la ciudadanía. Ni ERC volverá a ser ganadora en el futuro, ni el PSC capaz de liderar la propuesta constitucionalista en muchos años. La cobardía de todos los partidos en liza es, a día de hoy, el único elemento común de todos ellos.