Que a los opuestos al independentismo nos gobierne un equipo de soberanistas preocupados sobremanera sobre los aspectos identitarios y de la llamada construcción nacional no es plato de buen gusto. Empiezo por aquí para nadie se llame a engaño. Dicho esto, más preocupante y peligroso, todavía, es que en ese circo político en el que habitamos no haya ningún gobierno que ejerza como tal.

La ausencia de una dirección cualquiera en la administración autonómica catalana constituye un desajuste que puede acabar con incalculables consecuencias económicas y para el bienestar de los ciudadanos. Muchos dicen que no pasa nada, que así vivió Italia durante tiempo, que algo similar sucedió en Bélgica durante unos años y que la vida de la sociedad siguió como si tal cosa. Pero es un mal consuelo, créanme. Sin gobierno no hay políticas, pactos, acuerdos, decisiones de orientación, estrategias...

Incluso aunque no se compartan la mayoría de actuaciones de un gobierno soberanista, existen seguro algunos ámbitos en los que resulta posible llegar a entendimientos. Espacios que, con diálogo, harán más fácil mantener vivo el interés por mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía catalana. Su ausencia, por el contrario, es un profundo agujero negro en el que llevamos ya demasiado tiempo sumidos.

La ausencia de una dirección cualquiera en la administración autonómica catalana constituye un desajuste que puede acabar con incalculables consecuencias económicas

Porque esa es otra cuestión a tener presente: Cataluña acumula más tiempo sin tener un gobierno real que el espacio de meses transcurrido desde que se activó el artículo 155 de la Constitución. Siendo realistas, acumulamos casi cinco años en los que la situación política ha convertido a consejeros y otros miembros del gobierno en vagabundos que gravitan sobre la administración sin apenas decidir, o con minúsculas intenciones de aplicar apuestas políticas de desarrollo y que busquen el progreso. Los últimos gobiernos que ha tenido Cataluña no distan, en esencia, de la administración tecnocrática que ha traído el 155 con el mando a distancia.

Por esa ausencia de liderazgo --de dirigentes dispuestos a asumir con valentía sus aciertos y errores-- el declinar progresivo de la sociedad catalana es un imparable. En otras condiciones, Cataluña hubiera salido de la última crisis económica con más vigor, mayor entereza y menos drama social. El independentismo ha representado un coste de oportunidad (por expresarlo en términos económicos) difícil de cuantificar, pero incuestionable a medio plazo. Seguir regidos por esa tecnocracia para lo sustantivo y guiados por unos dirigentes radicalizados para el resto de cuestiones menores es un escenario que nunca alumbrará una gran obra. Y la decadencia irá sumando grados.

Ah, me dirán ustedes, ¿y el quietismo de Madrid? Pues eso, la pregunta encierra la respuesta y la cuota parte de ineptitud en la actual situación. Ahora bien, la irresponsabilidad de los gobernantes catalanes empieza a ser clamorosa. Mientras se regodean en los imaginarios exilios o critican la fuerza totalitaria del supuesto Estado represor, dejan de lado sus obligaciones más perentorias. Y parece que su reloj no corra. ¿Qué se está haciendo en Cataluña para disminuir el desempleo? ¿Y para fijar las empresas al territorio? ¿Y para atraer inversiones nuevas? ¿Y por recuperar las sedes que han decidido emigrar? ¿Quién está diseñando las infraestructuras del futuro? ¿Y los sistemas más innovadores y modernos de educación para las futuras generaciones? ¿Quiénes son, pues, los encargados de ir transitando de un modelo económico basado en la construcción y el turismo hacia otros subsectores económicos con mayor futuro o generadores de más valor añadido? Cierto, ni estaba en sus programas electorales ni, lo peor, está en su mente.

Cuanto más tiempo transcurra hasta volver a contar con una administración eficaz y responsable, más difícil y costoso será recuperar los índices de confortabilidad, bienestar y renta de los catalanes

Algún día nos daremos cuenta de que gracias al vigor de la sociedad civil catalana el tropezón será importante, pero no definitivo. En todo caso, cuanto más tiempo vaya transcurriendo desde ahora y hasta que la comunidad autónoma vuelva a contar con una administración eficaz y responsable, más difícil y costoso será recuperar los índices de confortabilidad, bienestar y renta de los catalanes del pasado más glorioso desde la propia épica nacionalista.

Después de lo que han hecho algunos de los políticos llamados a gobernar, parece estratosférico pedirles un ejercicio de responsabilidad, pero ciertamente si quisieran a su tierra tanto como proclaman de boquilla quizá ya habrían cerrado acuerdos para no prolongar en el tiempo una situación penosa y de riesgo y habrían formado algún, el que sea, gobierno para los ciudadanos. Es mucho pedir en estas circunstancias, pero es obligación de los medios intentar ser la voz de la hastiada ciudadanía.