Entre finales del siglo XIX y principios del XX, un aragonés ilustrado de nombre Joaquín Costa extendió por España una doctrina política que acabó recibiendo el nombre de regeneracionismo. Con una imponente formación jurídica, el abogado, periodista, político y economista de Graus puso sobre la mesa la necesidad de reducir la africanización española a la par que abogaba por su europeización.
Sus argumentos fueron muy transversales y su lucha contra los caciques de la época resultó titánica. Pero en su discurso de hombre de orden se hablaba de infraestructuras, de recursos que consideraba debían ser mejor repartidos y distribuidos por el territorio, de reforma agraria mediante prácticas que hoy serían casi consideradas propias de la economía planificada y de educación, de la importancia de ese capítulo para modernizar el país.
Costa llegó a ser considerado un regionalista, un nacionalista español y hasta un visionario. Lo cierto, sin embargo, es que un siglo más tarde algunos de sus argumentos regresan de nuevo. El cansancio social sobre la capacidad resolutoria de los partidos políticos clásicos está alumbrando una nueva iniciativa bautizada España Vaciada ya como partido político en el que algunas zonas de la geografía española aportan asociaciones y recursos para llegar al Congreso de los Diputados y hacer audible su voz, sus reivindicaciones.
Una reciente encuesta publicada por El Español les otorga en el plano demoscópico un resultado de hasta 15 diputados si hoy se produjeran elecciones generales. Un número suficiente para intervenir en la política general del país con una importancia e influencia indiscutible. Los primeros análisis dicen que el voto que pueda recabar esta iniciativa tiene su origen un poco en todas las fuerzas políticas. La iniciativa es aún inmadura, pero a medida que se solidifique puede dar lugar a un vuelco interesante en la política española que perjudique a todos los grandes casi por igual.
Acostumbrados como estamos al soniquete permanente de los nacionalismos, se nos hace extraño esta especie de nueva modalidad todavía más rural, más quejosa y muy indefinida en términos ideológicos. De hecho, las mayores concomitancias se hallan en el regionalismo de Costa, el aragonés que reclamaba una atención territorial distinta a la que el Estado de entonces dispensaba.
El primero en llamar la atención fue Sergio del Molino con su libro España Vacía (Turner, 2016). España Vaciada bebe en esas mismas fuentes, con la agregación del victimismo y la teoría conspirativa, y resulta fruto del mismo desencanto. Los territorios perjudicados por el polo de atracción de Madrid como capital de España o de las ciudades económicamente más tractoras (Barcelona, Valencia, Bilbao, Coruña, Málaga…) que absorben y consumen recursos generales en virtud de una mayor concentración de población. Pues esos 15 diputados que se disputarán en Extremadura, alguna provincia andaluza, varias de las dos Castillas, Alicante, Aragón, Navarra, Rioja y hasta alguna provincia gallega pueden provocar un terremoto político de enorme magnitud.
Mucho tiene que ver con la escasa voluntad de los grandes partidos nacionales para generar un proyecto consensuado de Estado, con una mirada amplia al conjunto de los territorios. Guarda gran relación la eclosión de estos movimientos regionalistas con el papel que los nacionalismos periféricos históricos y partidos como Vox proyectan como destructores del propio Estado.
Costa parece haber renacido un siglo más tarde. No es ninguna tontería en el mapa electoral y político español. Aunque Iván Redondo se empeñe en que sigamos la pista de Yolanda Díaz, algunos pensamos que estar pendiente de España Vaciada puede ser más útil para entender hacia dónde vamos y qué nos encontraremos.