Empiezan a circular estudios que de forma reiterada desinflan las buenas perspectivas de la economía española. El problema radica, principalmente, en que la demanda interna está aflojando algunas décimas y ya crece a un ritmo interanual del 3%.

Esos datos que se van conociendo reflexionan sobre dos elementos que nos han permitido progresar a un muy buen ritmo y que pronto dejarán de resultar útiles: el efecto benéfico producido por la reducción internacional de los precios de las materias primas, en especial del crudo, y el agotamiento de la mejora de la balanza comercial que venía producida por la depreciación última del euro.

Ambas cuestiones contribuyeron a que nuestra economía recuperase pulso y mejorara la mayor parte de sus magnitudes macroeconómicas, aunque las relativas al mercado laboral u otras de índole social sigan sangrando nuestras conciencias de manera continuada.

La falta de estabilidad política y las incertidumbres son un riesgo para la coyuntura española de primer orden

Algunos ámbitos han decidido avisar: señores políticos, si estos beneficios exteriores pueden perderse nos convendría como colectivo estimular los propios. Ahí es donde tenemos el principal problema, que con un año de gobierno provisional, con inacción administrativa y algunas regiones únicamente preocupadas por cumplir con severas recetas de austeridad antidéficit resultará sumamente complejo que el sector público español contribuya a aliviar la situación económica.

Los empresarios catalanes han sido de los primeros en dar la voz de alarma. Aunque la ocupación vaya algo mejor, las incertidumbres y la falta de estabilidad política (meses sin constituir un gobierno definitivo en España y ausencia de presupuestos en Cataluña) dibujan un riesgo coyuntural de primer orden. El peso del sector público en el conjunto del PIB español (el 43% del gasto en 2015) es todavía tan sustantivo que cualquier parálisis o ralentización provocada por cuestiones políticas pone en dificultades al conjunto del país. Y ahora no tiene pinta de broma: aún no hemos salido de la última gran crisis y no parece que tengamos gran disposición a vivir otro episodio similar por falta de sentido común y entendimiento.