El 24 de febrero de 2005, El Periódico de Catalunya, entonces dirigido por el periodista Antonio Franco, publicó un enigmático editorial a propósito de la sesión del Parlament que iba a tratar ese día sobre las responsabilidades en las obras de ampliación de la línea 9 del metro en El Carmel.

Aquel artículo periodístico incorporaba un párrafo que rezaba así: “Llega la hora de investigar, por ejemplo, si todo lo que se dice en Cataluña sobre el destino del 3% del dinero de las obras públicas adjudicadas años atrás ha acabado influyendo en el grosor de los encofrados o en el número de catas en El Carmel. También es la hora de lamentar que la nueva Administración catalana [en referencia al tripartito gobernante] esté tardando tanto tiempo en sentar, de una vez, unas nuevas reglas de juego en las adjudicaciones”.

Ya en el hemiciclo, Artur Mas apretó a Pasqual Maragall por las obras y el accidente vivido y, en plena tensión, el ex presidente socialista le atizó aquel contundente y parlamentario: “Ustedes tienen un problema y se llama 3%”.

Mas, astuto como siempre, le reclamó una rectificación inmediata por aquellas palabras. Lo contrario significaría la ruptura institucional y hacer saltar por los aires el proyecto de Estatuto que se incubaba. Maragall, posibilista, se tragó el sapo. Al cabo de un mes, la Cataluña silenciosa y cómplice se olvidó.

Ha transcurrido un decenio sin que Cataluña haya sido capaz de resolver sus miserias

Hoy, justo 10 años después, la Guardia Civil y la Fiscalía Anticorrupción siguen investigando las comisiones de financiación de CDC del famoso 3%. Es cierto que irrumpen en la precampaña electoral del 27S con fines políticos, pero también que ha transcurrido un decenio en el que Cataluña se ha demostrado incapaz de resolver sus miserias.

El problema de fondo es persistente. La última evidencia documental que halló la policía en el registro de la constructora Teyco, de los convergentes Sumarroca, tiene fecha de marzo de 2014. Es cierto que no hay sentencia sobre el asunto, pero da asco en cualquier caso. Tanto tiempo transcurrido y nada resuelto es una prueba incuestionable del origen de la decadencia catalana: el desnortamiento personal e intelectual de sus élites dirigentes políticas y económicas. Ahí, y no en otro sitio, radica el problema.

De forma recurrente se habla de la decadencia de Cataluña en las últimas décadas. Quienes sienten la pulsión independentista, especialmente su intelectualidad orgánica (una especie de corte de estómagos agradecidos),  buscan las razones en la caspa española, en los gobiernos inmovilistas de la derecha, en el victimismo o en la crisis institucional, política y económica española.

Los catalanes somos hoy más decadentes que hace diez años. No un 3%, mucho más

Los argentinos, que son unos expertos en la montaña rusa de la decadencia, lo han teorizado mejor que nosotros. Giuseppe Ingegnieri, un escritor italo-argentino de finales del XIX y principios del XX, lo describió con claridad: “Los hombres y los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y los pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van”. Una distinción necesaria.

España será lo que convengamos, pero Cataluña es a principios del siglo XXI un espacio en el que las miserias de la política y el clientelismo de huella franquista no han sido marginados, ni tan siquiera afrontados. Empequeñecidos, endogámicos y enloquecidos, los catalanes somos hoy más decadentes que hace diez años. No un 3% más decadentes, mucho más. Con los medios de comunicación incluidos en esta descripción, of course.

En ese marco, el 3% no es un guarismo cualquiera: es el símbolo menos discutible de cómo un estado de cosas puede perdurar sin resolverse, envolverse con un trapo o llevarnos por alejamiento de la realidad al éxtasis sentimental y populista.

Es improbable que el 27S resuelva, sea cual sea el resultado, esta decadencia estructural que nos acompaña. Nuestras élites permanecen en otros festejos de discutible utilidad.

En cualquier caso, les animo a que tomen asiento para ver este curso que comienza y que nos mantendrá entretenidos. ¡Sean bienvenidos a esta Zona Franca que se promete distraída!