Antoni Fernández Teixidó (Barcelona, 1952) es uno de esos políticos de raza al estilo del ahora ganador de dinero y antaño académico Joan Hortalà. Directo, claro, bregado, suficiente e histórico.

Se va, hasta las narices de Mas, Homs, Rull y Turull. Pero también de los sospechosos Gordó, Puig o Vila, incluso del enciclopédico Mas-Colell. Deja CDC porque no le apetece seguir bajo los designios de unos dirigentes que se han vendido el partido al adversario político. Tiene 63 años, una gestoría que siempre ha funcionado, y un carnet del RCD Espanyol, lo que dice mucho sobre su figura altiva en la Cataluña convergente y barcelonista.

Hace muchos años, cuando salió a la luz su relación con un mafioso ruso (su gestoría tuvo mucho que ver con aquello) le pronostiqué que dejaría de ser consejero del gobierno de Jordi Pujol y que se pasaría al sector privado de manera inmediata. Fue en su despacho en el Parlament, donde mantuvimos una agradable conversación: sostenía que aunque CiU perdiera las elecciones él seguiría en política. Y lo hizo, es cierto, como diputado de a pie. Cumplió su palabra y un servidor se tragó la apuesta.

También recuerdo de aquel encuentro que cuando le dije que no parecía demasiado honorable que mantuviera la gestoría abierta a nombre de su mujer pero que él siguiera siendo su primer comercial me respondió sin dudar: “A ver si te crees que con los 3.000 euros de diputado puedo vivir”. Nunca se cortó demasiado en las distancias cortas, otra cosa era su dimensión pública.

Como buen trotskista, Fernández Teixidó se conocía todas las costuras de la política. Aunque empezó en la Liga Comunista acabó en el CDS de Adolfo Suárez. Pasó después a ser su secretario general y portavoz en el Congreso tras la salida del que fuera presidente del primer gobierno de la democracia. En 1993 entró en CDC. Aún reinaba Jordi Pujol en el partido y el gestor aprovechó para enfundarse el hábito de consejero de Industria y Comercio de la época.

Ahora, en un partido que aprueba resoluciones imposibles de independencia, su conocimiento de la política y su sesgo liberal de pensamiento le impiden continuar. Seguirá en Foment del Treball, de donde salió un día, en su Sociedad de Estudios Económicos, para mantener viva la llama de las relaciones públicas que le encanta cultivar.

Se va un viejo trotsko, abandona. Tampoco es de extrañar, alguna vez en la vida había de desarrollarse con una actitud política coherente, ¿no?