Debate de investidura, día uno. Todo según lo previsible. Pedro Sánchez realiza su propuesta y lo hace con intención de sumar más que de restar. El líder socialista recibe respuesta inmediata fuera del hemiciclo de aquellos que no le acompañan, que salvo Ciudadanos son todos en estos momentos.

Si alguno de ellos acabara dándole apoyo no será sin hacerle pagar un elevado precio. La gobernabilidad del país se ha convertido en un rompecabezas de difícil composición y el primero en completarlo será el probable ganador. Aunque no sea el mejor posible sí será el más rápido.

Es improbable que el dirigente del PSOE consiga los apoyos suficientes para ser investido presidente del Gobierno. Sufrirá su primer castigo parlamentario como era previsible en un país sin cultura de pactos, donde esa especie de acuerdos se producen de manera inusual: cada tres o cuatro décadas.

La investidura es más una censura a Rajoy que un examen al dirigente socialista

El periodista José Antonio Zarzalejos escribía ayer que más que la investidura de Sánchez, las respuestas que hoy presentarán los grupos parlamentarios serán más una censura a Mariano Rajoy que una reflexión sobre las proposiciones del socialista. Tiene razón, el presidente en funciones sigue siendo el pim, pam, fuego de la política española. Entre otras razones obvias, porque es el más votado, pero insuficientemente votado; también recibirá por la política aplicada en los últimos años (hay quien dice que no aplicó ninguna, pero eso también es hacer política); y las castañas le lloverán por no encarar bien la corrupción y por la fatídica imagen que ofrece el PP en términos de partido comprometido con la transparencia real.

Mientras Rajoy acumula zascas, a su lado, en el banco azul de Gobierno, se sienta discreta y silenciosa la vicepresidenta en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría. Esa abogada del Estado espera su momento, el espacio político oportuno que le permita crecer. Sus capacidades son sobradas y su implicación en los grandes casos de corrupción del PP parece anecdótica con respecto a la de otros dirigentes del partido. Cumplió a la perfección en la campaña y hasta sustituyó al líder en un debate en el que su partido obtuvo mejor resultado de opinión que cuando el número uno acudió al ring de la política mediática.

Soraya no corre, no tiene prisa. Sólo debe esperar a que su jefe se decida a abandonar. El partido no la quiere, pero sobre todo no son de su cuerda los dirigentes clásicos de la formación. Son justo los mismos que debieran pensar en someterse a una amortización anticipada para evitar que el PP transmute en una anécdota de derechas. Las nuevas generaciones conservadores tienen rostros diferentes y serían compatibles con Soraya al frente. Al conjunto del país no le iría nada mal que en la segunda vuelta Soraya esté preparada para un eventual pacto de más amplio espectro.

De momento sigue silenciosa. Si se fijan es la única dirigente popular a la que no se la ha escuchado pronunciarse durante las últimas semanas. Sintomático.